Julián Carrón en Ciudad de México

México. «El culmen del realismo es la gratitud»

Diario de la visita de Julián Carrón. Las asambleas con los universitarios y adultos. Unos días de convivencia a los pies del monte Tepozteco. La ocasión de poner sobre la mesa la vida cotidiana, y darse cuenta de que «todo sirve para nuestra conversión»
Oliverio González

Como hace dos mil años, existía en nosotros una curiosidad pero sobre todo el deseo de verle y escucharle. Julián Carrón visitaba México por tercera ocasión, un país ciertamente herido por la violencia y desigualdad, pero también por la belleza de una fe que nos alcanzó con la evangelización y que hoy sigue aconteciendo. El itinerario de Carrón era presentar La belleza desarmada y encontrarse con distintas realidades del movimiento.

El primer capítulo se escribió con los chicos del CLU. Guadalupe Pineda, “Lupita” como la llamamos cariñosamente, es profesora de Historia, responsable de una realidad de una decena de chicos de Ciudad de México y Querétaro. La idea era pasar un tiempo juntos; recorrido al Museo Nacional de las intervenciones, un diálogo abierto y después una pizza. Sin duda el momento más vivo de esta jornada fue el diálogo con los chicos. Lupita lo describe como un desafío interesante. «¿Cómo era posible que después de haber hecho experiencia tantas veces de su Presencia, la presencia de Cristo, el corazón estuviera anquilosado, bloqueado?». Así sucede por momentos en la historia de cada uno, parece que ya nada puede derribar el muro que construimos como defensa, sin embargo el deseo del corazón no se rinde.

De paseo por Ciudad de México

Francisco Bernal pone sobre la mesa la primera partida, la nostalgia de algo que no encuentra, que no comprende. «Lo tengo todo pero nada, nada, me satisface». Carrón le pregunta: «¿Y qué has aprendido de eso?». La provocación derriba de golpe la mitad del muro, no responde. Karina arriesga: «Yo tengo deseos que no me dejan tranquila, pero en el ambiente donde estudio todos me dicen que me deje de estas cosas, que son invenciones, mira cómo nosotros vivimos bien sin esas cuestiones». Carrón desafía a todos nuevamente y dice: «En la experiencia cotidiana, ¿qué te puede dar la certeza de tu camino, qué es lo que te confirma que tus deseos son reales? La experiencia debe ser juzgada, de lo contrario no llega a ser experiencia. ¿Con qué puedes verificar si lo que vives es verdadero y justo? ¿Hay algo o alguien que te pueda ayudar?».

Román interviene con decisión: «¡Es Cristo!». La barda se cae por completo, todos quedan desarmados al escuchar a Carrón. «No, no es Cristo. Amigos, ustedes tienen el criterio dentro, si no fuera así tampoco Andrés y Juan hubieran podido reconocer a Cristo. En aquel momento de la historia, ¿a quién hubieran podido preguntar si lo que vivían era verdadero?, ¿a los fariseos?, ¿a los maestros de la ley? Habían visto de todo, milagros por todos lados y aún así no todos lo reconocieron. Incluso es Cristo mismo quien los desafía hasta el punto de que los discípulos usen su razón, les pregunta: ¿También ustedes quieren irse? Cristo exalta tu razón y tu afecto, pide que partas de tu experiencia, que compares y juzgues con tu corazón».

Amigos, ustedes tienen el criterio dentro, si no fuera así tampoco Andrés y Juan hubieran podido reconocer a Cristo. En aquel momento de la historia, ¿a quién hubieran podido preguntar si lo que vivían era verdadero?, ¿a los fariseos?, ¿a los maestros de la ley?

Después de una hora de diálogo, sentados en los troncos del jardín de un antiguo convento del siglo XVI, y a pesar del viento frío, el sol volvía a resplandecer en el corazón. No era algo fugaz, no era un sentimiento momentáneo, ni mucho menos una imagen. Carrón nos dejaba la propuesta de un camino apasionado por la humanidad de cada uno, un método de conocimiento lleno de certezas, donde nada, pero nada, quedaba eliminado, muy al contrario, era el punto de partida para reconocer una Presencia. La Presencia que acontecía en ese momento a través de un lugar que nos educa a mirar quiénes somos, a través de una presencia tierna y conmovida por nosotros.

El diálogo con los universitarios

Segundo capítulo, el 17 de enero la asamblea nacional abierta, en el bellísimo teatro helénico bajo el titulo “Recuperar el inicio”, con participación de todas la comunidades de México. Un momento de encuentro con gran intensidad, sobre todo por el momento histórico; año de elecciones presidenciales, violencia en crecimiento, la amenaza creciente de Trump, nos interesaba participarle cómo estamos secundando la invitación de don Giussani a recuperar el inicio y cómo esto nos ayuda a estar delante de estos desafíos. «Lo primero que me impacta», cuenta Arturo, «es que seamos estimados hasta el punto de que haya alguien que nos recuerde que ha habido grandes inicios por cada uno de nosotros». Carrón responde: «¬No dar por descontada esta estima parece nada, mientras que lo realista es sentirnos llenos de gratitud por cómo somos estimados. Si la vida –los hijos, el trabajo, la mujer, los amigos– es percibida así, se vuelve otra cosa. Si no, es una pesantez».

La última parte del viaje fue pasar unos días de convivencia con la diaconía central y algunos invitados, en unas villas de descanso ubicadas en Tepoztlán, Morelos, un lugar sencillo pero bellísimo, con una vegetación llena de colores vivos y unas vistas privilegiadas a la montaña del “Tepozteco”. Este momento juntos me hizo entender más qué significa nuestra amistad en Cristo, no es que convivamos diariamente con Carrón, pero en el seguimiento fiel al carisma, su persona nos es más cercana y familiar, es una unidad que solo se da en la comunión, esto fue muy evidente por la forma en que nos miramos y tratamos estos días, donde experimentamos un gusto por compartir cosas sencillas, siempre dominados por su Presencia, una Presencia que lo llena todo, por el modo de estar en la realidad. Julián Carrón vive con intensidad instante tras instante, lo que hace que te den más ganas de vivir.

Asamblea nacional en el teatro del Centro cultural griego de Ciudad de México

Los momentos más vivos de estos días fueron los de diálogo abierto, sin un programa establecido. Me conmovieron dos aspectos: primero ver a mis amigos siendo ellos mismos, ninguno tratando de estar a la “altura” delante de Carrón, emergieron cosas tan personales y dramáticas que todos entendimos que eso es la vida, el drama del vivir en lo cotidiano las circunstancias que el Misterio nos regala, como las relaciones humanas, en el matrimonio, en el trabajo o en la educación con los hijos, existió en todo momento una lealtad al corazón y esto fue una gran utilidad para todos; la segunda cosa, la lucidez y energía con que Carrón entraba al fondo de las cosas, no explicándolas, sino acompañándonos, casi desafiándonos a mirar las evidencias. Decía Julián recordando a Giussani en El sentido religioso: «¿Qué es una evidencia? ¡La evidencia es una presencia inexorable! ¡El darse cuenta de una presencia inexorable! Abrir los ojos a esta realidad que se me impone, que no depende de mí, sino al contrario, de la que yo dependo. Es el gran condicionamiento de mi existencia o, dicho de otra manera, lo dado». Esto para darnos cuenta de que todo sirve para nuestra conversión, que a nosotros se nos pide obedecer a la realidad, mirar los signos que Dios nos da para poder juzgar y decidir.

Más tarde, en la misa, volvió sobre esta cuestión. «Solo la sobreabundancia nos libera de las impresiones en las relaciones que vivimos. Si la vida se llena de hechos, hechos que faciliten la memoria de Cristo, no estaremos determinados por las impresiones. Por ello, cuando acontece su Presencia, el silencio nos libera de la impresión y nos permite ver los hechos».

Otro aspecto que surgió en los diálogos fue inevitablemente la política, porque este año vivimos elecciones presidenciales en un ambiente hostil y de cierta confusión. Nos interesaba entender como diaconía central cómo ayudarnos a afrontar este momento. Carrón nos dio algunas pistas. «Primero que nada, no esquiven las preguntas fundamentales. ¿Qué significan las elecciones para ustedes?, ¿qué es lo que está en juego?, ¿cuáles son los problemas mas urgentes? Y las formas en que se puede ayudar a vuestros amigos a ser protagonistas en el presente, que ya don Giussani nos hacía entender: 1) que exista la comunidad cristiana en México es una gracia, no para construir un proyecto de nación sino el bien común; 2) fomentar la cultura del encuentro y el diálogo en nuestros ambientes, para entender como sociedad mexicana qué vemos como lo más urgente a afrontar; y por último 3) una implicación directa en la política».
Yo he regresado a casa ciertamente agradecido pero sobre todo con una mayor certeza de qué es lo que necesito para vivir, y no estar determinado por mi propio límite y las circunstancias que a veces me rebasan. Lo que necesito y deseo vivir es la compañía carnal de Cristo todos los días.

«Si la vida se llena de hechos, hechos que faciliten la memoria de Cristo, no estaremos determinados por las impresiones. Por ello, cuando acontece su Presencia, el silencio nos libera de la impresión y nos permite ver los hechos»