Las manifestaciones del 21 de enero de Kinshasa

Congo. La esperanza que porta la Iglesia

Los laicos católicos salen a la calle pidiendo un nuevo presidente. Joseph Kabila responde con violencia. Mientras tanto, la emergencia humanitaria empeora cada día. Curas y parroquias apoyan a la gente en sus necesidades, no solo materiales
Luca Fiore

Thérèse Deshade Kapangala tenía 24 años y estaba a punto de entrar como postulante en las monjas de la Sagrada Familia. En cambio, falleció el 21 de enero por unos disparos de la policía fuera de la iglesia de San Francisco de Sales en Kintambo, un pueblo al noreste de Kinshasa. «Después de misa decidí, con los curas presentes, acompañar la marcha de los laicos», cuenta a La Croix el tío de Thérese, padre Joseph Musubao. «Sin embargo, nada más salir, nos atacó la policía. Volvimos a la parroquia, asegurándonos de cerrar bien el portón. Pero empezaron a disparar. Mi sobrina perdió la vida intentando rescatar a una niña». Thérèse es una de las seis personas fallecidas en las manifestaciones contra el gobierno promovidas en la República Democrática del Congo por el Comité laïc de coordination.

Este comité es un organismo del laicado católico que pide al presidente Joseph Kabila renunciar a la candidatura al nuevo mandato, como establece la Constitución, y cumplir con los Acuerdos de San Silvestre de 2016. En esa fecha gobierno y oposición, gracias a una importante mediación llevada a cabo por la Conferencia Episcopal, obligaron al presidente a convocar nuevas elecciones cuanto antes. El incumplimiento de los acuerdos llevó a manifestaciones pacíficas en el país, contra las cuales el Gobierno tomó duras medidas.

Según el balance redactado por los obispos, solo el 21 de enero, en este país 22 manifestaciones fueron dispersadas con gases lacrimógenos, en 75 se intervino con disparos, en 54 hubo despliegue militar y en cuatro parroquias la policía impidió que se celebrase la misa. Un informe trágicamente similar al del 31 de diciembre, aniversario de los acuerdos incumplidos, cuando murieron ocho personas y fueron detenidos seis curas.

El presidente Joseph Kabila

«Hemos decidido movilizarnos para que el régimen cumpla con sus acuerdos», explicó a La Croix Thierry Nlandu Mayamba, representante del Comité laïc de coordination: «Este compromiso implica sacrificios pero, frente a una dictadura, la única vía de escape es la protesta. Sabemos que la represión será dura, pero ningún régimen puede resistir ante la presión de la gente». Por su parte, el papa Francisco sigue reclamando diálogo y en la audiencia del 24 de enero volvió a renovar su llamamiento «para que todos se comprometan a evitar cualquier forma de violencia. Por su parte, la Iglesia no desea nada más que contribuir a la paz y al bien común de la sociedad».

La tensión de estos últimos meses solo ha empeorado la situación ya extrema de un país postrado por los conflictos internos y por una pobreza endémica. En el ranking mundial según el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, el Congo se sitúa en la posición 176 sobre 188. Es el país del mundo con el mayor número de desplazados internos, 4.300.000. La población está sufriendo además la peor epidemia de cólera de los últimos 15 años. «El año pasado fue uno de los más difíciles para millones de civiles a causa de un incesante ciclo de violencia, enfermedad, desnutrición y pérdida de medios de subsistencia que recaen sobre las familias», ha explicado Kim Bolduc, comandante de la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo.

Lo preocupante son sobre todo los conflictos, en particular en Kasai, en el norte y sur de Kivu. Nuevos altercados entre tribus que se mezclan con los intereses económicos en las materias primas (diamantes, oro y carbón, sin mencionar el coltán, material precioso utilizado en la industria informática), alguno de los cuales llevan años arrasando el país. Entre los años 90 y 2000, en este país se registraron más de cuatro millones de fallecidos. Tal vez la peor entre las guerras olvidadas de los últimos treinta años.



En Kasai fue terrible el enfrentamiento entre las fuerzas gubernamentales y algunos grupos rebeldes de la región que causó desplazamientos masivos de la población en el intento de huir de la violencia. Hasta ahora se han descubierto decenas de fosas comunes, pero el número final será mucho mayor. Imposible redactar un balance siquiera. En este contexto, la Iglesia católica es la única institución que se interesa por la población, capaz de hablar con una sola voz, frente a una oposición adversaria y reducida a la mínima expresión. La Conferencia Episcopal, tras la mediación en los Acuerdos de San Silvestre, ha reconocido la voluntad del presidente de no cumplir con lo pactado. En estos días los obispos asisten a los ataques contra sus feligreses y piden que Kabila vuelva sobre sus pasos y renuncie al uso de la fuerza.

«Pero la vida de la Iglesia no se puede reducir al enfrentamiento con el Gobierno», explica el padre Joseph Mumbere, superior provincial de los misioneros combonianos. «Uno de los motivos por los que hemos llegado a esta tensión es justo porque la Iglesia está muy cerca de la gente en todo el país, incluso en los rincones más remotos. Hay parroquias por todas partes y, a su alrededor, casi siempre hay una escuela, un pequeño hospital, una obra social. Sin nuestro trabajo, la catástrofe humanitaria del Congo sería aún peor». Sin embargo, el papel de los curas y de los laicos en el país no se limita a un apoyo material a la gente. «Sin tener en cuenta el papel de la fe en la vida de las personas sería difícil entender cómo pueden sobrevivir. La ciencia y la economía no podrían dar razón de lo que es un verdadero milagro cotidiano. Es la fe lo que da fuerza y esperanza. Es imposible explicar la alegría de muchos. Resulta difícil encontrar en el Congo personas tristes. La gente confía en Dios y cree que un día nos mostrará sus maravillas».

La presencia de la Iglesia católica es imponente. Para 39 millones de bautizados (el 51% de la población), hay 3.700 sacerdotes diocesanos, 8.600 religiosos y 8.500 monjas. Hay aproximadamente diez mil institutos escolares y 2.500 institutos de beneficencia vinculados a la Iglesia. Los combonianos sostienen 14 comunidades, repartidas por siete diócesis, sobre todo en el noreste del país. Ellos también gestionan sus parroquias, centros de formación, colegios y hospitales. En total, son 65 y treinta de ellos son del Congo.



El padre Joseph cuenta la importante misión de Dakwa, en la diócesis de Bondo: «Allí solo se llega en moto, en bicicleta o andando. Es increíble cómo la mayoría de la población, todos los días antes de ir al trabajo, entra en la iglesia a rezar. Así encuentran la fuerza para afrontar el día. Otra cosa que me impacta mucho es que allí la gente se junta para solucionar problemas. No todo el mundo tiene dinero para pagar el colegio de los hijos, no todos tienen la oportunidad de curarse. Por eso se organizan, fundando cooperativas, para afrontar las dificultades de la vida. Podríamos decir que hasta esta modalidad es consecuencia de la fe. Se sienten un único cuerpo».

Las palabras del cura de Kinshasa suenan como una paradoja pensando en la tormenta que está sacudiendo el país. «Es verdaderamente un momento de gracia lo que estamos viviendo porque, aunque veamos mucho sufrimiento, la fe ha llegado a ser parte de nosotros. Algo sin lo que no podríamos vivir. Para mí, como sacerdote, anunciar el Evangelio hoy en el Congo significa llevar una razón de esperanza. Es ayudar a las personas para que no apaguen esta luz. El camino de sufrimiento que estamos pasando es el mismo que recorrió Jesús en su Pasión. Pero nosotros sabemos que no acaba todo con el Viernes Santo. El domingo de Pascua llega. Esta es la esperanza que nos da fuerza y es lo que intentamos comunicar a los demás».