Cena de la caritativa AAA-Lavoro

Caritativa, una cena con amigos... de trabajo

Luigi ahora vende periódicos en el metro. A Abdu le gustaría volver a su país, donde vive su hijo. Gianluca ha dejado de dormir en el tren de Milán-Arona... «Una amistad increíble». Nacida de la necesidad de trabajar. Y de sentirse vivos
Maurizio Vitali

Una cena para doscientos. Los que han pedido ayuda para encontrar o volver a encontrar un trabajo. Y aquellos que les han ayudado gratuitamente. Sin embargo, no se trata de dos categorías de personas, es inútil intentar diferenciarlas. Todos tienen la misma mirada: alegre y agradecida. Es lo que más se nota. El lugar es un salón de catequesis equipado con cocina comunitaria, situado en el corazón de una urbanización bastante anónima, poco habitado y sin adornos, en medio de áreas agrícolas en desuso y antiguas naves artesanales e industriales en la periferia noreste de Milán. Sesto San Giovanni se encuentra no muy lejos de las antiguas fábricas de acero de Falck y Breda, así como Bicocca está bastante cerca del antiguo Pirelli de neumáticos. El salón está en un edificio muy bonito de la parroquia y presenta una decoración minimalista típica de los lugares católicos, pero lo que lo adorna no son los elementos, sino la humanidad que lo habita, la heterogénea multitud de personas atraídas y conquistadas por una relación de gratuidad, por una trama comunitaria cotidiana.

Jóvenes y muy jóvenes. Maduros y ancianos. Hombres y mujeres. Italianos y extranjeros. No hay una diferencia entre quien da y quien recibe. Porque así es la caritativa, la experiencia de caridad que propuso don Giussani a partir de los años cincuenta, para satisfacer su exigencia de interesarse por los demás y realizarse a sí mismo, y para aprender a vivir como Cristo. Las personas sentadas a esta mesa están involucradas en una caritativa que llamada "AAA-Lavoro" (AAA-Trabajo, ndt). Hugo, ingeniero de 50 años, con mujer y cinco hijos, se dedica a esta obra desde hace diez años, junto con un centenar de personas. «Nos encontramos con gente que pasa muchas dificultades por la falta de empleo», explica. «Y no los dejamos solos jamás. Los acompañamos, estamos con ellos como “personas” que son, no como usuarios de una agencia de empleo. Lo hacemos por parejas. Cada persona está atendida constantemente por dos de nosotros, con constancia y sin pretensiones. Con el paso del tiempo, mucho o poco, no depende de nosotros, personas que estaban solas, desanimadas y en riesgo de exclusión social vuelven a empezar, a recuperar su deseo y su energía para afrontar la realidad de forma positiva».

Así es la caritativa, la experiencia de caridad que propuso don Giussani a partir de los años cincuenta, para satisfacer su exigencia de interesarse por los demás y realizarse a sí mismo, y para aprender a vivir como Cristo


Esta es una cuestión clave. «Al principio éramos los voluntarios quienes buscábamos trabajo para los demás», cuenta Hugo. «Pero fue un fracaso. Corríamos el riesgo de quedar atrapados en una situación que no era útil para nadie. El cambio fue pasar de la pretensión de resolver una necesidad a la dedicación a la persona. Se trataba de ayudar a la gente. ¿Cómo? En primer lugar, y no solo en teoría, compartiendo, tanto con los pobres acostumbrados a pedir limosna como a gerentes expulsados del sistema». ¿Y no ponéis en marcha iniciativas y medidas específicas para buscar trabajo? «¿Cómo que no? También. Hemos desarrollado una directriz, casi una guía, del recorrido en el que debemos ayudarles: cómo redactar el currículum, cómo, cuándo y a quién enviarlo, cómo estar pendientes de las oportunidades».

La cena, cerca de las navidades (este año en enero), se ha convertido en una costumbre desde hace años. Sin embargo, nunca se da por descontado. Cada mesa es una célula viva y dinámica de conocimiento, de intercambio, de creciente confianza. Se pregunta, se habla, se crea un diálogo. Luego, libremente, se invita a contar a todos, a poner en común, la propia experiencia, es decir, a uno mismo, y a darse consuelo, apoyo, claridad y conciencia en todo lo que se pueda. El micrófono pasa de mano en mano mientras los chavales de camisa blanca, hijos de los presentes, sirven las mesas. Son muchos los que no se retiran.



Luigi tiene 63 años. Cuenta que ha tenido muchos trabajos en su vida: repartidor o mozo de almacén, entre otros. Se quedó en paro con 60 años y durante tres no tuvo un perro que le ladrase, pasando del dormitorio público al comedor para pobres. Hasta que un voluntario del comedor quiso conocerle personalmente y le puso en contacto con sus amigos de AAA-Lavoro. Los meses siguientes consistieron en descubrir una compañía imprevista, una amistad que cada vez es más intensa y que le ha hecho mucho bien. Después de siete u ocho meses, Luigi siente que ha vuelto a ordenar su vida. Ha encontrado un trabajo, cuenta que ahora reparte periódicos fuera del metro en una cooperativa. Y está contento de hacerlo. Trabaja mucho y quiere compartirlo. Lo que más llama la atención es su cara, un rostro... «envidiable», exclama Hugo.

Otra historia es la de Marco, 50 años, casado y con hijos. Al micrófono no duda en contar su bajada a los infiernos, del paro al abuso del alcohol, al alejamiento de su casa. Por las noches durmiendo en el coche y buscando ropa en San Vicente. Qué trama secreta de caridad se entrelaza en el corazón de la Iglesia y del pueblo. Una señora de San Vicente reconoce en él al compañero de clase de su hija en el instituto. Se pone en contacto con él, establece una relación. Le lleva al grupo de AAA-Lavoro. Marco cuenta que se tomó en serio este encuentro y las sugerencias que le dieron enseguida... como por ejemplo la de trabajar incluso gratis, porque el trabajo es una dimensión esencial de la dignidad del hombre. Marco ya ha dejado de obsesionarse con que antes era un “comercial” valorado, con buen nivel de inglés y amplia experiencia en el extranjero, hasta en Japón. Lo hizo durante dos o tres años, cayendo cada vez más bajo. Luego llegó el cambio. Marco espabiló, agarró su currículum y consiguió una entrevista. Allí lo contó todo, sin reparos ni farsas. Incluso el trabajo gratuito como mozo de carga. Aquello impactó y le preguntaron por qué lo había hecho. Él contestó que así “podía volver a empezar”. Ha encontrado un trabajo. Ha vuelto a ver a su mujer y a sus hijos. Pero el final feliz no es el objetivo principal. Él mismo lo dice ante los docientos comensales: «Todo el mundo cree que el problema es el trabajo, el sueldo. En cambio, lo que echamos de menos es alguien que te mire y te valore como persona, que te devuelva tu dignidad, que no te deje solo. Yo lo he encontrado».

Ha encontrado un trabajo. Ha vuelto a ver a su mujer y a sus hijos. Pero el final feliz no es el objetivo principal. «Todo el mundo cree que el problema es el trabajo, el sueldo. En cambio, lo que echamos de menos es alguien que te mire y te valore como persona»

El micrófono pasa a Assane, senegalés. Cuenta su deseo de conseguir ver al hijo que no ha visto nacer. Alguien empezó a ayudarle recogiendo dinero para el billete de avión. Los jóvenes del coro tampoco dudaron en donar dinero. Interesante la descripción de Hugo: «Los chavales tienen 15-20 años, son de Cremona, juntos tienen una banda vocal e instrumental. Todos se han enamorado gracias a su profesor, Giovanni. De él, como persona y como maestro. Si hubiese sido pintor, todos habrían decidido pintar. Después de unos preciosos cantos de montaña, me acerqué entre otros para darles una pequeña propina, un reembolso de los gastos. En cambio, fueron ellos los que quisieron dar, a toda costa, una contribución para el viaje del papá africano. Su conmoción y mirada eran increíbles. Si lo comparas con el desierto alrededor... es una maravilla». Assane por fin encontró trabajo hace unos días en la agencia Bartolini y ha comprado el billete de avión con destino a Senegal, para agosto, cuando tenga vacaciones.

También estaba por allí el hijo de Javier. El papá lleva años con los de AAA-Lavoro. Tenía un trabajo, pero ya no puede trabajar porque está enfermo de Parkinson. Pero no se ha alejado de esta compañía. Su hijo, en cambio, muy cerrado, nunca había querido tener nada a que ver con ellos. Durante cinco años se mantuvo lejos. Ahora está aquí y escucha con mucha atención, hace fotos. «Conmovedor», comenta Hugo, a quien no le falta, gracias a Dios, la capacidad de asombrarse.

Los chavales del coro de Cremona

Y luego Abdu, vendedor, en cierto modo, de pulseras y libros. Desde hace cuatro meses tiene un trabajo digno de ser llamado así. Según Hugo, «tiene una gratitud infinita. Lleva cinco años sin ver a su hijo pequeño, espera verle las próximas vacaciones. Por Navidad vino a comer a mi casa, y mis hijos no ven la hora de que vuelva».

Francesco, manager y emprendedor informático. Hugo le conoció cuando, con 64 años, estaba en libertad condicional después de seis meses de cárcel. Diez años después de los hechos, llegó la condena por una doble quiebra debida al robo de algunos socios de la empresa. Llegó a conocer AAA-Lavoro gracias a ciertas personas que había conocido por una amistad con las monjitas de Monza, amigas de su mujer, las cuales –increíble– habían pospuesto el cierre ya establecido de su convento y su traslado por no dejar solo a Francesco. Él sigue sin creérselo. Las mojas se quedaron allí por él. Y una larga cadena de relaciones... «El buen Dios no abandona a nadie». Cuando se quedó sin trabajo, pensaba que lo había perdido todo. Ahora sabe que no es así. Los amigos le ayudan a comprar un ramo de flores para que su mujer. Porque la realidad está ahí. En una mujer a la que decir «¡Te quiero!». En los hijos, a los que decir: «Vais al cole, a pesar de todo. Esta noche nos contamos que tal ha ido el día, lo que ha pasado, lo que hemos aprendido». Hugo cuenta que «le he vuelto a ver esta semana. Todavía sigue sin trabajo, pero ya parece otra persona».

Cuando se quedó sin trabajo, pensaba que lo había perdido todo. Ahora sabe que no es así. Los amigos le ayudan a comprar un ramo de flores para que su mujer. Porque la realidad está ahí. En una mujer a la que decir «¡Te quiero!»

El último relato es de Gianluca, un chaval italiano que ha conocido la cárcel y que dormía en un tren, el que va de Milán-Cadorna hasta Arona por las tardes, se queda allí durante la noche y vuelve al amanecer con el primer viaje. De los nuevos amigos que ha encontrado acepta la exhortación a limpiarse, afeitarse, arreglarse un poco. Lo más complicado es dejar de beber. Sollozando, confiesa: «Cuando estás solo en un tren y otro como tú te ofrece beber de su botella, te enganchas. La gente, como mendigo, me da algo de dinero, pero yo tengo mi mirada fijada en el móvil para ver si me llama Mateo, porque yo necesito un amigo». Después de tres años de alcohol en el tren Milán-Arona, ha encontrado un trabajo.

Es esto. «Rostros, familiaridad, una amistad increíble», resume Hugo. «No es porque eres bueno que consigues un resultado gratificante. Es la realidad la que te da infinitamente más». Es algo que hace estallar una pregunta: «¿Cómo es posible?».