Un momento de la asamblea. Foto © Anna Arigossi/Icon Photos

Asamblea del norte de Europa. «Cuando todo habla del amado»

Un fin de semana en Reading con Julián Carrón. Vienen de los países más secularizados. Se habla del miedo a levantarse por la mañana, de la apatía incluso cuando todo va bien. Y de la alegría que lleva a abrir un nuevo colegio...
Luca Fiore

«Podemos quejarnos de las dificultades que vivimos o estar agradecidos por la oportunidad de verificar si en cualquier situación Cristo llena nuestro corazón. Es una elección libre: recriminar o disfrutar de las circunstancias. Que cada uno decida».
En el salón de actos de De Vere Wokefield Estate, en la periferia de Reading, al oeste de Londres, todavía se ve un árbol de Navidad. Es el fin de semana de la Epifanía y han llegado 400 personas (con cien niños y quince canguros) para pasar tres días de convivencia con Julián Carrón. Llegan de Gran Bretaña, Irlanda, Holanda, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Malta y Luxemburgo: la Europa secularizada. La mayoría son italianos expatriados, pero también empieza a haber muchos “indígenas”, que han conocido el movimiento a través del marido, la mujer o en muchas otras circunstancias. Algunos hace muchos años, otros hace solo unas semanas.

El tema del encuentro destaca proyectado detrás de Carrón: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Es la promesa que Jesús hace a los discípulos después de Pascua y, si nos paramos a pensar, también nos hace vibrar de forma especial justo después de Navidad. «Dios ha enviado a su hijo para que conozcamos el valor de nuestra vida», dice Carrón. «Esto es lo que significa su ternura con nosotros. No estamos solos con la reducción que hacemos de nuestro deseo, no lo estamos siquiera ante de los desafíos de nuestros días. Él es nuestra compañía. No es un momento del pasado, es un acontecimiento que ocurre ahora. Miremos a los pastores: eran unos pobrecillos, como nosotros. Sin embargo, cuando participan de ese acontecimiento retoman su vida llenos de alegría».



En Reading, durante la cena del viernes, llega de visita el obispo local, monseñor Philip Egan, de la diócesis de Portsmouth. Después de que José Claveria se mudase a Milán, Egan pidió –y consiguió– una casa de la Fraternidad de los misioneros de San Carlos Borromeo y en septiembre llegaron Luca Speziale y Raffaele Cossa. Es el principio de una nueva aventura. El obispo tiene muchas preguntas, algunas nacidas a raíz de la lectura de La belleza desarmada. ¿Cómo proponer en el debate público una manera de utilizar la razón diferente, no reducida al cientificismo? ¿Cómo la Iglesia puede estar presente en los nuevos medios sin renunciar a la profundidad de su mensaje? No hay recetas precocinadas. Lo que está claro es que cada uno está llamado a partir de su encuentro personal con el acontecimiento cristiano.

La primera intervención de la asamblea es la de Juliet, de Ramsbury, una aldea entre Londres y Bristol. «Soy madre de tres hijos adolescentes. El mayor acaba de salir de casa para ir a la universidad. Veo a mi madre y a mi padre envejecer. Percibo que muy pronto perderé cosas muy valiosas: mis hijos, mi papel de madre, mis padres. Percibo en mí sombra y terror, tengo miedo a afrontar el día». Cuenta cómo ha empezado a rezar pidiendo a Jesús que se muestre. La oración ahora es mendigar, dice, pero el miedo no se ha ido. Intentó entonces seguir a su marido y a los amigos del movimiento. «He empezado a mirar sus rostros felices, a escuchar sus voces. Durante el desayuno hemos empezado a leer algunas páginas de los Ejercicios de la Fraternidad. Después de mucho tiempo, hemos vuelto a vernos con dos amigos de la parroquia. He intentado llamar a un amigo una vez por semana. Y estos se han convertido en los momentos más valiosos. El malestar y la sombra están siempre ahí, pero mis amigos me enseñan que hay una luz incluso en la oscuridad. De esta forma, la relación con Jesús se ha convertido en un diálogo cotidiano que continúa a lo largo del día: "¿Por qué me das este miedo? ¿A dónde quieres llevarme?" Ahora esta circunstancia representa una oportunidad, por lo menos para volver a mirarle a Él». Las cosas han empezado a cambiar, concluye Juliet. El miedo sigue ahí, pero «tengo la posibilidad de volver a empezar cada mañana».

Es el fin de semana de la Epifanía y han llegado 400 personas (con cien niños y quince canguros a cuestas) para pasar tres días de convivencia con Julián Carrón. Llegan de Gran Bretaña, Irlanda, Holanda, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Malta y Luxemburgo

«¿Cómo has vencido el miedo, entonces?», pregunta Carrón. «He empezado a seguir», dice Juliet. «No, ha pasado algo antes: has empezado a mirar lo que el Misterio estaba haciendo en tu vida. Nosotros pensamos que si rezamos no necesitamos utilizar la razón. Podemos rezar sin utilizar los ojos. No es así. El cristianismo es lo invisible que se ha hecho visible. Es por eso que has empezado a decir: “ que Él está a mi lado”. No es un problema de energía, valentía o coherencia. Sino de conciencia. Es un reconocimiento».



Interviene también Emma, de Leiden, en Holanda. «Después de un resultado médico negativo, me he quedado sorprendida al verme descansar en la certeza de que no soy yo quien guía mi vida, que la vida que pensamos poder organizar y cambiar no es nuestra. Lo primero que ha cambiado ha sido la manera de mirarme a mí misma y a los que están a mi alrededor. En una situación donde parece que se me quita todo, he experimentado que lo que me hace fuerte y alegre es que Cristo está. Lo que me ha pasado es una gran gracia que me ayuda a ver que Cristo actúa en mi vida. No es ser visionarios, sino empezar a aprender a mirar con Sus ojos. Los días están repletos de señales: un hijo pequeño que te saca toda la colada de la lavadora o una amiga que te dedica tiempo».

«¿Veis? Esta es la cultura nueva que trae el acontecimiento cristiano», observa Carrón. «Es una forma distinta de estar en la realidad y que desafía la mentalidad dominante. Cuando nos encontramos en un momento difícil, la cuestión no es quejarse, sino sorprenderse mirando las cosas con Su mirada. ¿Nos damos cuenta de todo el tiempo que nos ahorraríamos? Es una nueva forma de utilizar la razón. El culmen de la razón, dice don Giussani, está en Juan y Andrés. Están tan cautivados que su razón se ve arrastrada por el encuentro con Jesús. Nosotros hemos tenido la suerte de que nos ha elegido para vivir esta experiencia».

Los testimonios de Marco, Michiel y Margaret

«En los últimos meses, mi mujer y yo hemos encontrado un nuevo trabajo, que nos gusta y nos garantiza más estabilidad y bienestar», cuenta Giacomo, de Cambridge. «También estamos esperando el tercer hijo y la nueva condición económica nos permitirá irnos a vivir a una casa más grande. A pesar de esto, a pesar de la sobreabundancia de estos dones, a menudo me descubro aburrido e indiferente. Cuando me doy cuenta de esto, me escandalizo». Carrón pone el ejemplo de los diez leprosos curados, de los cuales solo uno vuelve a Jesús. «Ser curados no es suficiente. Recibir dones que deseamos no es suficiente para llenar nuestro corazón. Lo importante no es el don, sino quién nos lo da. Si no reconocemos la naturaleza infinita de nuestra necesidad, no será posible reconocer lo que corresponde de verdad a nuestro corazón».

Al final de la asamblea, el hall del hotel se llena con los gritos de los niños. Muchos tienen la cara pintada. Quién sabe a qué han estado jugando.

Por la tarde hay tres testimonios. Carrón pide a don Michiel, misionero de la Fraternidad San Carlos en Tilburg, Holanda, que cuente por qué entre tantas dificultades sus amigos de la comunidad del CL han decidido abrir una escuela católica en su ciudad. Empezaron en octubre con diez niños. «Por la alegría que provoca en nosotros la experiencia del cristianismo. Es lo que dice Von Balthasar: “Tal vez sea la alegría cristiana en todas sus formas lo que los hombres que me rodean necesitan de mí más que otra cosa”». Marco, cirujano en Londres, cuenta cómo la provocación de la Jornada de apertura de curso le cambió la forma de pensar en sí mismo. «En circunstancias difíciles no tengo que esconder quién soy, tengo la oportunidad de mirar lo que Cristo ha generado en mí. ¿Es tristeza? Pues empiezo a a esto como si, en el fondo, Él me estuviera preguntando “¿me amas?”. Por lo tanto, en cualquier situación tengo la posibilidad de contestarle: “Sí, sabes que te quiero”». También Margaret, de Dublín, cuenta cómo no huir de su necesidad ha sido una ayuda en el último periodo. «Mi vida ha pasado de ser una fuente de miedos a convertirse en una aventura. Día tras día, he intentado abrazar las circunstancias como un don. Incluso mi necesidad es un regalo. Esto me ha permitido seguir de otra forma la liturgia del Adviento: la espera del pueblo judío y de los profetas es la misma que tengo yo. Mi necesidad de Él».

«La herida de nuestra humanidad es la grieta a través de la cual puede entrar la Gracia», explica Carrón. «El principio de todo no es una impresión, sino un acontecimiento que toca nuestro corazón. El llanto de un niño se ve desafiado, todos los días, por el rostro de la madre que le abraza»


El sábado por la noche se propone la lectura dramatizada de dos grandes pasajes de la literatura del siglo XIX: la Leyenda del gran inquisidor, de Dostoevski, y el encuentro entre el cardenal Federico y el Innominado. El tema del don dramático de la libertad (¿siempre merece la pena ser libres?) y de la pobreza del corazón frente al misterio («Tengo asco de mí mismo; ¡y sin embargo...!, ¡y sin embargo siento un alivio, un gozo, sí, un gozo, como no lo había sentido jamás…»). La lectura se alterna a algunos cantos de Claudio Chieffo, Supertrump, Riro Maniscalco o Coldplay.

Muchos de los presentes viven una situación compleja. Lejos de su familia de origen, en una pequeña comunidad de CL, en un mundo que exige cada vez más y con ritmos asfixiantes. ¿De verdad el recurso más precioso que tenemos es nuestra humanidad?



«La herida de nuestra humanidad es la grieta a través de la cual puede entrar la Gracia», explica Carrón. «El principio de todo no es una impresión, sino un acontecimiento que toca nuestro corazón. El llanto de un niño se ve desafiado, todos los días, por el rostro de la madre que le abraza. Es así también para nosotros. Es esto lo que vence el dualismo en el que estamos atrapados: las palabras cristianas que decimos y la vida que es como la de todos los demás». En cambio, reconocer a Cristo es sencillo, explica, porque es lo único que corresponde a nuestro deseo infinito de felicidad. «Sin llegar a Él, nos quedamos en la superficie. Sin embargo, una vez encontrado, es como la experiencia de quien está enamorado: todo habla del amado. Es como si todas las cosas gritasen: “¿Me echas de menos?”. ¿Echas de menos a Cristo? Así es como él permanece siempre con nosotros».