Don Giussani. Cuando la política vuelve a empezar

Luciano Violante y Giorgio Vittadini, invitados por el Ayuntamiento de Fidenza, se miden públicamente con el discurso del fundador de CL en Assago 1987. Treinta años después, aquellas palabras suenan con una «modernidad absoluta»
Paolo Perego

«Llenar un teatro como este supone tener confianza en el futuro. No solo para uno mismo, sino también para las generaciones que vendrán». Estas palabras resuenan en el Teatro Magnani de Fidenza, con cuatrocientos asientos entre platea, gradas y tribuna de estilo neoclásico. Son de Luciano Violante, presidente emérito de la Cámara de los diputados, invitado a dialogar con Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad partiendo de la intervención de don Giussani hace treinta años en Assago, en febrero de 1987, durante una conferencia de la Democracia Cristiana de Lombardía.

«Palabras de una modernidad absoluta, parecen escritas ayer», según el alcalde de Fidenza, Andrea Massari. «Un administrador público no solo se ocupa de “agujeros y farolas”», añadió. «Estamos viviendo una emergencia; hace falta un camino para recuperar el sentido de ser ciudadanos, miembros de la comunidad. Yo no conocí a don Giussani, y he descubierto que es una persona distinta de como lo suelen describir». En un mundo que ya no confía en la política, un discurso como este puede suponer un nuevo impulso, «el paso que la política tiene que dar hoy». Junto al ayuntamiento de Fidenza, este acto fue promovido por la Asociación italiana de centros culturales, cuyo representante Stefano Dondi moderó el debate, tres días después de conmemorar el primer aniversario de la dedicación de una plaza del pueblo al fundador de CL.

Teatro Magnani de Fidenza, durante el encuentro

Fue el propio don Giussani quien abrió el evento, con un vídeo de entrevistas y discursos del sacerdote de Brianza: la fe, el hombre, la educación… Y, por supuesto, la política, con aquella intervención de Assago, donde resuena la necesidad «de un estado laico» y «al servicio de la vida social según el concepto de bien común». ¿Cómo? La hipótesis de trabajo la sugiere Julián Carrón en el mensaje enviado a la comunidad local de CL para la ocasión, con la invitación a seguir encontrándose con “el otro”, a descubrir «la limadura de verdad que tiene» y el deseo «de vivir esta apertura sin límites, para colaborar en vuestro bien y en el de nuestro pueblo».

El primero en tomar la palabra fue Violante, recordando que Assago fue el último retazo de un periodo “tranquilo” para Italia. «Dos años después, la caída del muro de Berlín y luego Tangentópolis, y la masacre de la mafia…». Cambió también el panorama político, hasta hoy, con un extendido desinterés por las instituciones. «Cuando la mayoría de los ciudadanos no se siente representada, no tiene una razón para involucrarse. Quiere decir que falta la “comunidad”. Prevalece la tribu, hecha de pequeñas pertenencias». Habla el exmagistrado de «comunidades de cuidado y comunidades de sentido: cuidando a los otros y a uno mismo se da un sentido a la vida. Esto es lo que hay que reconstruir hoy ».

Luciano Violante

Sin solución de continuidad, interviene Vittadini, que aborda la otra cara de la moneda. «El tema es la hegemonía, el poder». Por aquel entonces, de un sacerdote se habría esperado un discurso sobre “fe y política”. «No, don Giussani parte del hombre, del sentido religioso. La gente tenía deseos, ganas, y se involucraba. Pero entonces tenía que “servir” al partido para confirmar su poder. El partido era el fulcro. Y Giussani da la vuelta a esta idea. El poder no tiene un valor en sí: tiene que servir, valorar lo que ya existe. Las realidades educativas, asociativas, el sistema de bienestar desde abajo, los ayuntamientos… Pero, aún más revolucionario, Giussani afirma que lo principal no es ni siquiera “hacer una obra”. Los cuerpos intermedios tienen que ser instrumentos para la educación del yo, no para la resolución de los problemas».

Hoy tenemos una política que quiere hablar directamente al pueblo en busca de un consenso. «La que vivimos ahora no es la mayor crisis, pero es la primera vez que sentimos pena de nosotros mismos. El deseo no está en el centro, no está educado». Entonces igual que hoy. «Solo cuando el pueblo está educado en este deseo, por parte de los cuerpos intermedios y con el apoyo del poder, entonces puede haber esperanza». El deseo no separa, sino que tiende al bien común. «La alternativa es justo la tribu».

Giorgio Vittadini

«Desear el poder para servir», decía don Giussani. «La pregunta es si es posible ejercer un poder no solo para alcanzar consenso», comenta Violante. «El poder como instrumento de la política corrompe. De hecho, el consenso se alcanza justo cuando se pone al servicio de la res publica, del bien de todos». Los partidos fueron los instrumentos para llevar a los ciudadanos al Estado. Pero hoy vemos lo contrario, «los partidos se incorporan a las masas, persiguen sondeos. Ser clase dirigente no es ir detrás de los ánimos de la gente, sino dar un sentido a la vida de las personas». Hay que introducir vida nueva en la sociedad, continúa Violante: «Crear confianza para las futuras generaciones. Mirar también lo positivo, cuando lo más frecuente es engrandecer los defectos». Hay que involucrarse en la construcción, no en la denigración. Esto es lo que hace una comunidad. «Es lo que he visto en CL y en don Giussani, aunque no lo haya conocido. Espero que no seáis los únicos. Llevar estos valores de atención y de sentido a los demás sirve para todo el país».

«Sin embargo, para construir algo hay que vivirlo», insiste Vittadini. «Si uno tiene ya una experiencia positiva, cuando mira fuera ve lo positivo. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando uno no se conforma, cuando tienes un deseo y una necesidad infinita». Es decir, cuando el yo –los grupos– tiene experiencia de la correspondencia. Italia siempre ha vivido situaciones difíciles, típicas de un país pobre, sin materias primas, sin potencia militar. Sin embargo, siempre ha llevado dentro este deseo, este gusto. La positividad no es solucionar sino construir. Es el yo que emerge y que hay que cultivar y cuidar, como un animal en extinción. El poder tiene que servir al yo». ¿Por dónde empezar? «Por la semilla», contesta Vittadini. «Estamos en Fidenza, la tierra de Guareschi. ¿Qué queda después de la inundación de Brescello? “Hay que rescatar la semilla”, responde el crucifijo a don Camilo. Cuidar de la fe, hacer que el ideal renazca: esta es la única esperanza razonable para salir de la crisis».