Una nueva paternidad para volver a esperar

Hoy domina en la vida de muchos el miedo al futuro, ¿pero cómo transformar ese miedo en espera? ¿Hay algo capaz de sostener la vida en el presente? La historia de Washington, un preso peligroso, es un inicio de respuesta (de Aleteia.org)
Marco Montrasi

Decía el Papa Francisco en una homilía de hace unas semanas: «Es precisamente la esperanza la que nos lleva a la plenitud, la esperanza de salir de esa cárcel, de esa limitación, de esa esclavitud, de esa corrupción, y llegar a la gloria: un camino de esperanza. Dentro de la semilla de mostaza, de aquel grano pequeñito, hay una fuerza que produce un crecimiento inimaginable. Dentro de nosotros, y en la creación, hay una fuerza increíble. La esperanza es la virtud más humilde, la sierva, pero donde hay esperanza, está el Espíritu Santo, que lleva adelante el Reino de Dios» (homilía en Santa Marta, 31 octubre 2017).

Una posibilidad de crecimiento inimaginable dentro de algo pequeñísimo, como una semilla. Nosotros somos esa semilla. ¿Esta posibilidad es real o es un sueño?
Charles Péguy también hablaba de esta fuerza: «La Fe es una esposa fiel. La Caridad es una madre ardiente. Pero la esperanza es una niña muy pequeña. (…) Pero esa niñita atravesará los mundos. Esa niñita de nada. Sola, llevando a las otras, atravesará los mundos concluidos. (…) La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y no se la toma en cuenta. (…) Perdida entre las faldas de sus hermanas. Y cree fácilmente que son las dos mayores las que arrastran a la pequeña de la mano. En medio. Entre ellas dos. Para hacerla seguir ese camino áspero de la salvación. Los ciegos no ven, al contrario, que ella en medio arrastra a sus hermanas mayores» (El pórtico del misterio de la segunda virtud).

El origen profundo de la crisis que estamos viviendo en el mundo actual es la falta de esperanza, el miedo al futuro.
El hombre vive “en esperanza”, proyectado siempre hacia el futuro, viviendo el futuro en el hoy. Se comprende esto cuando pensamos en lo que experimentamos cuando llega el viernes, o cuando, cansados, nos pasamos delante de la televisión, un poco tristes, el domingo por la noche. Cuando vamos a ver a la persona amada en una hora, o al día siguiente, el instante se enriquece, se llena de vida. Si dentro de un mes tenemos que hacernos unas pruebas médicas importantes, nos preocupamos desde ya. En el hombre, presente y futuro se reclaman siempre, porque el hombre vive en el hoy pero tiende intrínsecamente al futuro, está proyectado hacia el futuro, es espera.

El origen profundo de la crisis que estamos viviendo en el mundo actual es la falta de esperanza, el miedo al futuro

Por eso, hace falta un presente “grande” para que el futuro sea una promesa. Porque la esperanza, la pequeña, tira del presente hacia el futuro, pero la fuerza para tirar le viene, como representa genialmente Péguy, de la certeza de la presencia de sus dos hermanas mayores, una presencia segura, que no te dejará nunca, y eso actualiza el futuro ya en el presente generando una paz, un deseo de vivir.

Charles Peguy

A un hombre que vive con esperanza se le ve en la cara. No por esperar un futuro mejor, por tener ya hoy algo que te mueve, te cambia y te abre un camino. Que te dan ganas de caminar. Sin esperanza tengo que defender un espacio y vivo dominado por el miedo. Me paso la vida construyendo muros, sobreviviendo, pero el aire queda viciado entre cuatro paredes. Y tengo que esperar a que pase este tiempo triste, pero no hay nada peor que esperar a que pase el tiempo. En cambio, con la esperanza el tiempo no da miedo. El futuro sin una certeza se convierte en un peso demasiado grande para soportarlo. Por eso vemos tanto cansancio de vivir. Pero entonces, ¿qué es capaz de despertar esta esperanza en mí?

Hace unas semanas, Julián Carrón, autor del libro La belleza desarmada, decía en un encuentro en Sao Paulo que «cuanto más avanza el desierto, más fácil es desafiar al ambiente con una novedad de vida, porque las cosas más elementales del vivir, como mirar a una persona a los ojos, o hacer un gesto gratuito, generan un estupor absoluto. ¿Por qué? Porque estas cosas, que parecerían normales, empiezan a dejar de serlo. Y hacen nacer la pregunta: “¿pero tú quién eres?”». Más que la actitud del guerrero que se arma para defender su tierra, este momento nos pide aprender a ser padres, una nueva paternidad que ejercer con quien nos encontremos, capaces de mirar al otro no como un enemigo a combatir sino como un hijo que solo necesita ser amado. Ser como padres llenos de ansia por el hecho de no conseguir hacer que sus propios hijos puedan percibir la belleza de las cosas. Los padres se enfadan, pero al final lo que hacen es permanecer ahí, sin moverse, muchas veces quizás en silencio, esperando y viviendo. Viviendo y queriendo aprender a vivir ese amor continuo, esperando que antes o después se abra una brecha y salte una chispa, para ver así crecer a sus hijos.

¿Qué nos interesa realmente? ¿Que los hombres cambien o que se afirme “mi” verdad?

Ante la caída de tantas evidencias, nuestra acción debe mirar más allá. Sin retirarse ante lo que debamos o podamos defender, por supuesto. Pero el desafío es cambiar el horizonte para intentar identificarnos con las personas con que nos encontramos, con la sociedad que tan fácilmente se pierde y grita, sin siquiera decirlo. ¿Qué nos interesa realmente? ¿Que los hombres cambien o que se afirme “mi” verdad? El amor a la verdad no puede separarse del deseo humano de cambio. Para entender esta nueva manera de estar ante el momento actual de crisis, me ha ayudado mucho la experiencia de las Apac y de Valdeci Ferreira.

Valdeci Ferreira

Voluntario desde hace más de treinta años, Valdeci recibió el pasado 6 de noviembre el premio al Emprendedor social del año, un premio muy prestigioso en Brasil. Es el director de la federación que reúne a todas las Apac (asociaciones por la protección y asistencia a los encarcelados). Actualmente, en Brasil hay 50 Apac. Para ser admitido, el preso debe tener una condena firme, haber cumplido un periodo de pena en la cárcel tradicional y pedir entrar.
Un día nos contó la historia de Washington, un “recuperando”. «Era muy agresivo, tuvimos muchas dificultades con él. No quería hacer nada y contagiaba al grupo. Estábamos a punto de trasladarlo, cuando tuvo lugar una de las “Jornadas de liberación con Cristo”, uno de los doce pilares de nuestro método. Washington estaba allí, en primera fila, solo porque era obligatorio. Estábamos en el auditorio del régimen cerrado, donde hay ocho portones que se abren y cierran de manera escalonada. Cuando pregunté: «¿Por qué no huis?”, él saltó: “Porque las puertas están cerradas”. Entonces di orden de abrirlas. Una a una. “¿Por qué no te vas ahora?”. “¿No nos crees? Sal y trae algún signo de que has estado fuera”. Él se levantó y salió. Se hizo un silencio total. Fueron los cinco minutos más largos de mi vida. Washington volvió con un ramo en la mano. Le pregunté: “¿Por qué has vuelto? Te quedan muchos años de condena…”, pero él empezó a llorar: “Nadie se había fiado nunca de mí”». Valdeci terminaba diciendo: «El amor puede recuperar a cualquiera. Partiendo de tu nombre y de un encuentro».

«Nadie se había fiado nunca de mí». Hace falta encontrarse con una mirada humana, la mirada de un padre

«Nadie se había fiado nunca de mí». Hace falta encontrarse con una mirada humana, la mirada de un padre, para llegar a descubrir que «dentro de nosotros y en la creación hay una fuerza increíble que produce un crecimiento inimaginable» (papa Francisco).

Lo que el Papa está mostrando al mundo, es decir, que la experiencia de vivir con esperanza es posible, que vale la pena vivir el presente y que se puede recorrer un camino humano lleno de positividad, se ve en ejemplos como el de Washington y las Apac, y en la misma mirada del Papa. Historias de hombre que generalmente no son noticia. Por eso debemos estar atentos, buscar y –si es posible– seguir a estas personas que son como estrellas, es decir, signos de una nueva paternidad que el mundo, aun sin saberlo, está esperando. Estrellas que iluminan la noche oscura que nos asusta, pero que de pronto se encamina hacia la luz por la presencia de algo real que aparece y que no es un sueño.