Julián Carrón

¿Dónde está Dios? La pregunta que vibra entre la gente

El jurista Cassese y el nuncio Tomasi han presentado en Roma el libro de Julián Carrón y Andrea Tornielli. Los grandes temas de la cultura contemporánea se condensan en el interrogante que le da título
Silvia Guidi

Una pregunta directa, más un grito que una tesis que demostrar. Una provocación cruda y por tanto imposible de evitar. El primer mérito de este libro es su título, dijo Roberto Fontolan al comenzar la presentación en Roma de Dov’è Dio? La fede cristiana al tempo della grande incertezza (¿Dónde está Dios? La fe cristiano en tiempos de gran incertidumbre), el libro donde Andrea Tornielli entrevista a Julián Carrón. Un interrogante abierto a creyentes y no creyentes, que afecta a todos, independientemente de cuál sea su posición. Esta vez los invitados a medirse con esta pregunta fueron Sabino Cassese, juez emérito del Tribunal Constitucional italiano, y monseñor Silvano Maria Tomasi, miembro del dicasterio vaticano para el Servicio del desarrollo humano integral.

La primera tarea de quien se enfrenta a las páginas de este libro es aceptar su esencialidad, libre de tantas distracciones, miedos u ocultaciones, y dejarse interpelar por preguntas tan básicas como relegadas a un “más adelante” que corre el riesgo de no llegar nunca, perdidos en el tran-tran de la vida cotidiana. Preguntas que «los grandes del pensamiento y la literatura nos ayudan a no descuidar», afirmó Cassese citando los temas del libro desde el punto de vista de un humanista del derecho fascinado por la pretensión cristiana y su influjo en las raíces mismas de la vida civil. Cassese citó a Goethe y Thomas Mann, unidos por el deseo de hacer cercanas, familiares, experimentables las palabras del Antiguo y Nuevo Testamente, hasta sentir la necesidad de reescribir las historias de Jacob para hacerlas verdaderamente suyas. Para él Carrón pretende «hacernos tocar con nuestras propias manos» el relato evangélico. Porque la fuerza revolucionaria del cristianismo es innegable, capaz de «tocar el centro del alma», pero el famoso «no podemos no declararnos cristianos» de Benedetto Croce corre el riesgo de quedar lejos de la realidad histórica actual.



Resulta más adecuada para describir nuestra “sociedad líquida” la paradoja del jurista católico alemán Ernst-Wolfgang Böckenförde. En un ensayo de 1967 –han pasado cincuenta años pero el tema no podría ser más actual– teorizó la necesaria distinción entre la esfera religiosa y la política, pero también la dirección de una posible cooperación entre ambas. «El estado liberal secularizado vive de presupuestos que no es capaz de garantizar. Este es el gran riesgo que se asume por amor a la libertad».

Lo que mantiene unida la vida social ya no puede ser algo que se dé por descontado, señaló monseñor Tomasi, tocando así uno de los temas principales del libro, sobre todo en un mundo donde el concepto de “persona” se sustituye cada vez más por el de “individuo”. Persona, continuó Tomasi, es aquel que es consciente de no ser completo y acepta al otro como parte integrante de su camino; aquel que, aun sin ser plenamente consciente, se concibe como un work in progress, abierto a las solicitaciones de las circunstancias que atraviesa. Individuo es aquel que se pliega sobre sí mismo y sus propias exigencias e ilusiones de bastarse a sí mismo, quedando relegado al hecho de la inmovilidad. Por eso, en la cultura contemporánea nos encontramos con tanto vacío, con tanta satisfacción pero tan poca alegría. Porque satisfacer las propias exigencias no es sinónimo de felicidad, insistió Tomasi, que durante años ha sido observador de la Santa Sede en la ONU, citando a François Mauriac («el gato que ha comido está satisfecho pero no contento») y su despiadado retrato de un mundo que ha perdido el contacto con las raíces profundas del ser humano, no solo con su trascendencia.

Sabino Cassese

Como telón de fondo, siempre los temas básicos de la antropología cristiana integral, como señaló Tomasi, que permanecen invariables desde san Agustín. El corazón inquieto del obispo de Hipona sigue siendo la imagen que mejor describe nuestra condición humana y el «método del encuentro» inaugurado por el Evangelio sigue siendo el camino privilegiado para responder a la pregunta que da título al libro. No una transmisión intelectual sino el toparse, misterioso pero real, con una presencia capaz de perforar la costra de indiferencia que anestesia la vida de millones de personas.

«¿Pero cómo llevar el Evangelio a un contexto que parece impermeable a cualquier anuncio?», se preguntaba el coautor del libro, el experimentado vaticanista Andrea Tornielli. Una pregunta urgente y actual también en los años cincuenta del siglo XX, no solo en nuestro siglo XXI. La misma pregunta a la que intentó responder el Concilio Vaticano II. En su intervención, Tornielli citó una frase pronunciada por Benedicto XVI durante su viaje a Portugal en 2010, explicando cómo, en un contexto donde la fe ya no es patrimonio común, los discursos no bastan para alcanzar el corazón de una persona y provocar su libertad. Lo que fascina es un encuentro. Concreto, personal, distinto de cualquier otro. «Jesús se encontraba con gente al límite, personas heridas por la vida, cenaba con impresentables», prosiguió Tornielli. «Personas que se sentían queridas, en lugar de juzgadas, por él». Y esto es así no solo para los neófitos sino también para los que hace tiempo que abrazaron el cristianismo y quieren que toda su vida sea cambiada y renovada por el encuentro con el Hijo de Dios. Decía Mounier: «El guardián de la historia mirará vuestros rostros, no escuchará vuestros discursos». La experiencia demuestra que, citando esta vez a Messori, «sin el clavo de la fe el perchero de la moral no se sujeta a la pared».

Monseñor Silvano Maria Tomasi

Al mismo tiempo, sin el clavo de la realidad, tampoco la fe puede sostenerse, añadió Carrón, retomando sintéticamente los temas tratados por los demás ponentes. Alejarnos de nosotros mismos es lo que hace difícil creer, la poca atención que prestamos a las preguntas más urgentes que emergen de la vida misma. Porque tras la aparente pretensión de autosuficiencia del hombre contemporáneo, se esconden muchas heridas que esperan respuesta. “¿Dónde está Dios?” es la pregunta que vibra en la gente de a pie, afirmó el responsable de CL, como la pregunta que se hace el Innominado de Manzoni, imagen universal del hombre que busca.

El hombre contemporáneo percibe a Dios como alguien lejano y la exigencia de «completar el relato» evangélico nace, según Carrón, que remitió a su experiencia pasada como estudioso de los evangelios, del hecho de que «la cercanía presente de Dios era lo que me hacía disfrutar más del relato. Era algo presente que hacía que las páginas del Evangelio me hablaran». El encuentro con don Giussani fue lo que le permitió percibir esta cercanía cada vez más, al convertir el cristianismo en una experiencia cotidiana.

La platea del Teatro Italia en Roma

Respecto al clavo de la realidad, añadió, también se puede colgar de él nuestra postura ante la secularización. En la realidad es donde emerge la fragilidad de la certeza de Kant en la capacidad de las reglas morales para legitimarse autónomamente. «¿Podrá resistir el Estado sin un fundamento adecuado?», se preguntó Carrón citando a Böckenförde. También radica aquí la utilidad social del cristianismo, su posibilidad de cooperar verdaderamente con el bien común. «Como cristianos, también nos interesa recuperar el valor de la fe como contribución a la sociedad», concluyó, «para poder ofrecer a la gente con la que convivimos todo lo que hemos recibido».

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