Julián Carrón en Moscú.

Los últimos en llegar nos enseñan quiénes somos

Asamblea de los responsables con Julián Carrón en Moscú. Las historias de Ramsia y Sonia, los descubrimientos de Misha y Ania, el estupor del padre Sergij. Y las preguntas, cada vez más urgentes, de los ortodoxos que pertenecen a CL
Luca Fiore

Hay mañanas en que todo se tuerce. Es lo que piensa Ramsia mientras se va poniendo de los nervios: «La niña no hace nada de lo que se le manda… Al final salimos tarde. El semáforo tarda demasiado en cambiar». El coche parado entre el tráfico de Astaná, Kazajistán. Se enciende la luz verde y, nada más meter la marcha, siente un gran golpe y ve que la luna trasera está hecha pedazos. El autobús de detrás se le ha venido encima. Nadie se ha hecho daño, pero su agenda se ha hecho añicos, exactamente igual que el cristal. Baja del coche y levanta la cabeza para mirar a la cara al conductor. «De pronto un pensamiento cruzó mi cabeza y me liberó de todas las preocupaciones que me atenazaban esa mañana: “Mira las cosas que hace Dios para hacer que me acuerde de Él”. Sentí una extraña gratitud por lo que había pasado, como si de ese modo Dios me estuviera preguntando: “¿Pero adónde vas tan deprisa? ¿Por qué corres tanto?”».

El centenar de personas que se han reunido en un hotel de Moscú con Julián Carrón para celebrar la Asamblea de responsables de CL en los países de la ex Unión Soviética (10-12 marzo) escucha el relato de Ramsia con curiosidad y un punto de humor. Han llegado hasta allí desde Rusia, Bielorrusia, Lituania, Ucrania, Kazajistán y Azerbaiyán. Los católicos son mayoría, 63, frente a 44 ortodoxos y cuatro protestantes.

La historia continúa: «Me preocupaba que al conductor pudieran retirarle el permiso y se quedara sin trabajo, así que unos días después, en el juicio, le pedí al juez que solo le castigara con una multa». Al salir del tribunal se encontró con él, que llorando le dijo: «Le pedí a un familiar que trabaja en aquí que hiciera algo por mí y me respondió que lo sentía mucho, pero no podía meterse. En cambio, la que me ha ayudado has sido tú, precisamente tú».
«¿Qué te permitió reaccionar así?», le pregunta Carrón. Ramsia duda. Interviene él: «A veces el Misterio usa algo que no esperamos para romper la jaula de preocupaciones en que vivimos. Años de pertenencia al movimiento, vividos como un inicio que sigue siendo inicio, te han educado para llegar al origen último de las cosas que te suceden».

Ania es una chica ortodoxa de Moscú. Toma la palabra para contar que junto a su novio Misha, su amigo Roman y otros de la llamada “comunidad volante”, fue a la ciudad natal de Misha, Gomel, en Bielorrusia, para presentar la exposición sobre el metropolita Antoni de Suroz, realizada para el Meeting de Rímini 2015. Todo nació del deseo de dar a conocer a sus amigos lo que Misha había encontrado, sobre lo que todos le pedían razones sin que él fuera capaz de responder de manera convincente. «Fuimos treinta personas, de Moscú, Kiev, Jarkov y Minsk, y estuvimos allí un fin de semana», explica Ania: «Al volver a casa me di cuenta de que no nos habían acompañado las personas tan maravillosas que yo he conocido en esta comunidad: los italianos católicos y Alexander Filonenko. Sin embargo, allí vi que estaba aconteciendo la misma belleza que normalmente acontece entre nosotros en Moscú. Aunque solo fuéramos un grupo de estudiantes. Hasta aquel momento no había entendido hasta qué punto nuestra comunidad estaba ligada al movimiento. Pensaba que mi alegría nacía de la posibilidad de estar con gente que es muy especial para mí. Pero en Gomel éramos nosotros los que portábamos este tesoro tan extraordinario. Al volver, se me hizo evidente que el origen de esa novedad es don Giussani». Carrón la interpela: «¿Cómo has entendido que esta amistad era tan extraordinaria? ¿Es que alguien te lo había dicho?». Ania: «Porque lo he visto y lo he vivido…». Carrón: «¿Qué has visto y vivido?». Ania: «Un encuentro». Carrón: «Evitemos añadir las habituales palabras ciellinas…». Ania: «He visto personas que se relacionaban conmigo de una manera distinta. Y eso me llamaba la atención y me interesaba». Carrón: «¿Lo veis? No es mediante un congreso, ni mediante una lección, sino a través de una experiencia. La gente de Gomel ha podido empezar a entender por el modo en que vosotros vivís».

Luego interviene Laly, de Jarkov, también ortodoxa: «Varias veces he percibido en mí el amor de Dios porque me ha donado relaciones que ahora son muy queridas. Pero lo que vivo en la comunidad es diferente. Es una felicidad sin un motivo preciso, una felicidad por estar vivos. Es una mirada distinta hacia mí, sin preocuparse si me equivoco o no. Yo he crecido en una familia soviética con ocho hermanos y nunca nadie me ha preguntado qué deseaba. En cambio, esta amistad educa mi deseo. Al principio, siempre me justificaba para no ir adonde me invitaban, hasta que una vez alguien me respondió: “No te pregunto si puedes venir, te pregunto si lo deseas”». «Uno entiende que existe lo que busca su corazón solo cuando lo encuentra», comenta Carrón: «Por eso el cristianismo, para ser entendido, tiene que suceder en nosotros».
Sonia, de San Petersburgo, publicó en Instagram las fotos de sus vacaciones de verano con la comunidad rusa. Más tarde, se encontró con una amiga que le dijo: «Si no te conociera, diría que has acabado en una secta». A lo que ella preguntó: «¿De verdad se parece a una secta?». «Yo diría que sí si no te conociera y no viera lo viva que estás». Sonia concluye: «Eso es lo que ha hecho el movimiento en mi vida». Añade Carrón: «Los cambios en la vida son la documentación de que Cristo ha resucitado».

El padre Sergij es el director de la escuela ortodoxa de Kemerovo, en Siberia. Conoció el movimiento gracias a Giampiero Caruso, de Novosibirsk, y su amistad con Franco Nembrini le llevó a hermanarse con la escuela italiana La Traccia en Calcinate. «Digo tres cosas: para mí es evidente que Cristo ha resucitado; para mí es evidente que yo soy sacerdote; y para acabar, que soy un hombre. Y esto último no es nada obvio, pues me plantea un montón de interrogantes. No soy capaz de relacionarme normalmente conmigo mismo como hombre creado por Dios. Por eso amo al movimiento, porque es una amistad que me ayuda a responder a mis preguntas sobre mi humanidad. Luego sucede que las respuestas llegan de manera imprevista, a veces por las preguntas que alguno me hace». Cuenta entonces que Filonenko le envió para unas prácticas a la citada pareja formada por Misha y Ania. Sorprendentemente, nació una amistad. En parte porque Misha, en una junta de profesores, contó un hecho muy sencillo que le había pasado en Italia y que le había ayudado a entender qué es la libertad: «no ganar espacios donde uno es independiente, sino sentir sobre ti mismo una mirada que te libera». «Para mí también fue así», afirma Carrón: «Había estudiado Teología durante años, pero tuve que esperar a conocer la experiencia del movimiento para comprender en mi vida lo que había aprendido en el seminario».

La presencia de amigos ortodoxos en este tipo de encuentros no deja de ser fuente de sorpresas y preguntas (a las que se suma un pequeño grupo de Escuela de comunidad que ha nacido este año con cuatro jóvenes protestantes de Voronez…). No es casual que las intervenciones del sábado por la noche (Giovanna Parravicini de Rusia Cristiana, Jean-Francois Thiry de la Biblioteca del Espíritu de Moscú, y el poeta bielorruso Dimitri Strotsev) estén dedicadas a la figura del padre Romano Scalfi. Su amitad con don Giussani está en el origen de muchas cosas que hoy vemos suceder en la vida del movimiento en estos países. Nunca había pasado, por ejemplo, que una Divina liturgia, celebrada por un sacerdote ortodoxo, formara parte de una asamblea de responsables de CL. Al salir, a Francesco Braschi, sucesor de Scalfi, le brillan los ojos.

La relación entre CL y la ortodoxia será también el tema con el que concluye el diálogo público en la Biblioteca del Espíritu de Moscú, entre Carrón, Misha y Roman, estos dos últimos implicados en universidades ortodoxas de Moscú donde están haciendo el doctorado sobre el pensamiento del fundador del movimiento. Misha explica lo difícil que resulta hoy hablar de la fe a sus coetáneos, y pregunta si de verdad es posible comunicar hoy un sentido de esperanza para la vida. Por su parte, Roman explica que, llegado a un cierto punto, las palabras de don Giussani empezaron a adquirir significado cuando en su vida empezaron a suceder hechos concretos. Y pregunta: ¿cómo compartir lo que me ha pasado? Carrón responde primero yendo al fondo de la crisis del hombre contemporáneo: «Con la Ilustración se creyó que lo que había aportado el cristianismo se podía vivir sin que volviera a suceder el acontecimiento de Cristo». ¿Y cómo vuelve a suceder hoy? «Dios no ha cambiado de método. Hoy se sigue comunicando mediante una historia particular. ¿Es demasiado poco? Dios desea que nosotros le reconozcamos libremente y asume el riesgo de que nosotros le rechacemos».

Llega la última pregunta, la más urgente: «Lo que nos está pasando a los ortodoxos que participamos en el movimiento, ¿qué significa para usted como responsable de CL?». «Voy a custodiar esta pregunta. Quiero responder manteniendo la amistad con vosotros. Solo en la experiencia se comprende lo que sucede. Estoy seguro de que nos ayudaréis a comprender mejor, con vuestra sensibilidad, el don que hemos recibido con el carisma de don Giussani».