Angelo Scola.

«Alentad en vosotros un corazón magnánimo, siguiendo siempre el carisma»

chiesadimilano.it
Annamaria Braccini

Largas esperas, en una fila paciente que llega hasta los márgenes de la plaza del Duomo para poder entrar en la catedral pasando los miles de controles necesario. Luego, una vez dentro, la gente abarrota las naves, sentada en el suelo y de pie por todos los rincones. Y es que la memoria no se apaga, aunque hayan pasado doce años desde que, en este mismo lugar, el entonces cardenal Joseph Ratzinger presidiera la celebración eucarística por la muerte de monseñor Luigi Giussani, hoy Siervo de Dios.

Para recordar el aniversario de la muerte del fundador de Comunión y Liberación (acontecida en Milán el 22 de febrero de 2005) y el XXXV del reconocimiento pontificio de la Fraternidad (11 de febrero de 1982), muchísimas personas se acercaron hasta el Duomo para asistir a la misa presidida por el cardenal Angelo Scola, concelebrada por el presidente de la Fraternidad, Julián Carrón, el vicario general monseñor Mario Delpini, el vicario episcopal para la Vida Consagrada masculina, monseñor Paolo Martinelli, y una treintena de sacerdotes, entre ellos el asistente eclesiástico diocesano de CL, Mario Garavaglia. En las primeras filas, los familiares de don Giussani, sus sobrinos, su hermano Gaetano y su hermana Livia.

La intención de la misa en Milán es la misma que en los cientos de celebraciones que estos días han tenido lugar en Italia y en todo el mundo para recordar al fundador. La leyó el vicepresidente nacional de la Fraternidad, Davide Prosperi: «Pidamos a Dios la gracia de seguir sin reservas la invitación que nos hace el papa Francisco a mendigar y aprender la verdadera pobreza que “describe lo que de verdad tenemos en el corazón: la necesidad de Él”, para vivir siempre la vida como un inicio valiente orientado al mañana». Los cantos, la misa votiva dedicada a “María virgen, madre del amor hermoso”, las lecturas del día, marcan la fuerza litúrgica de la Eucaristía que se está viviendo en la catedral, mientras muchos que no han podido entrar la siguen gracias a los altavoces instalados.

La homilía del arzobispo de Milán La homilía toma su punto de partida en la primera lectura: «“Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”. Tres siglos antes de Cristo, el Eclesiastés ya establece un tiempo para cada cosa, arrancándola del caos y del sinsentido. Pero la sabiduría del Eclesiastés aún está lastrada por la necesidad de que todo vuelva a ser igual. Es una tentación que, si no estamos vigilantes, nos puede sorprender y abatir hasta hacernos perder el valor de la vida como don que nos permite incluso afrontar la muerte, con toda su dolorosa dramaticidad, como un abandono». En este tiempo tan humano, que San Agustín definió como «espera», se comprende pues que la existencia entera es vocación a vivir con «responsabilidad en el tiempo que nos es dado concretamente, “nuestro” tiempo», según el capítulo 12 del Evangelio de Marcos.

Nace aquí, en palabras del cardenal citando al papa Francisco, la exigencia «de responder al designio de Dios aquí y ahora, creciendo en la escucha de la realidad, de la historia, y reconociendo la llamada del Señor». Ocasión privilegiada para hacerlo será la visita del Santo Padre a Milán: «Espero, por tanto, una participación activa e invito a todos a encontrarse con el papa Francisco en la celebración eucarística que tendrá lugar en el parque de Monza».

De la liturgia de la misa por “María virgen madre del amor hermoso”, que «describe la vocación y la misión del cristiano en términos de belleza y peregrinación», nace la consiguiente invitación de Scola a «ser conscientes de la meta» en este viaje terreno. «El Siervo de Dios Luigi Giussani educó a no pocas generaciones a mirar a la vida eterna no solo como la línea final, sino a reconocer los anticipos que llegan hasta el céntuplo aquí abajo. El céntuplo es esa irrupción de lo eterno en lo cotidiano, que no se puede confundir con la potencia de nuestras fuerzas, ni siquiera de nuestros deseos. Es una novedad estable que alimenta y da a la existencia personal, eclesial y social el dulce sabor del don. El céntuplo aquí abajo, como anticipo de la vida eterna, es en definitiva la relación con Cristo presente. Su pensamiento, sus sentimientos, son todo para nosotros». Son «ese punto firme» que el arzobispo subraya repitiendo hasta en dos ocasiones la expresión de un joven muerto a los 17 años.

«La fatiga, el dolor, cualquier tipo de prueba, hasta la misma muerte, no son objeción a la felicidad propia de la vida eterna, no apagan la fascinación mediante una melancolía dolorosamente perforada ni, al contrario, mediante un nihilismo alegre que frustra la sed de belleza propia de todo hombre y mujer». Una “belleza” que el carisma del Siervo de Dios indica, ante todo, «según una modalidad de estar dentro de la realidad que, en sentido general, podemos llamar “trabajo”».

También fue claro al reclamar a la «comunión eclesial», como indicio de la vida eterna en el presente. «En estos años he insistido mucho en que la vida de la Iglesia, sobre todo de nuestra Iglesia ambrosiana, debe expresarse según la multiformidad de la unidad que le es propia ? explicó el cardenal ?. El método de la vida cristiana así vivido exalta la potencia del carisma de don Giussani, un carisma de apertura total a partir de cada uno de los fieles bautizados». Todo ello para ser esa “sola cosa” que pide el Señor “para que el mundo crea”. Terminó dando las gracias por «la numerosa asistencia al Duomo y, diariamente, en la vida de nuestra amada Iglesia ambrosiana», para dar luego dos recomendaciones «que me importan especialmente», dijo el arzobispo: «Tened los ojos siempre fijos en Jesús y tened un corazón grande, lleno de amor los unos por los otros, pendientes de anunciar a todos la alegría del Evangelio».

El saludo de Julián Carrón
Al terminar la celebración, Carrón expresó la gratitud «de todos los amigos de Comunión y Liberación» y recordó su «trepidación» ante la visita del Papa: «Pidamos al Señor la gracia para que la fidelidad al carisma de don Giussani nos haga estar cada vez más dispuestos, siguiendo a Pedro, a salir al encuentro de nuestros hermanos los hombres compartiendo con caridad, realismo y creatividad su necesidad de ser felices».

Las palabras finales del cardenal, antes del aplauso que le despedía al salir del Duomo, fueron para la Causa del Siervo de Dios en camino hacia los altares: «Os animo a seguir rezando y visitando la tumba de monseñor Giussani, así como a señalar datos, hechos y circunstancias que puedan ayudar en su camino hacia la canonización. Al mismo tiempo os invito a ser pacientes, porque son procedimientos muy largos, sobre todo para aquellos que han escrito mucho. Con el paso del tiempo, su rostro se hace más luminoso ante nuestros ojos y sostiene nuestro camino cada día más intensamente. También debemos mirar a esto para que se actualice también su camino hacia los altares. Debemos vivir en plenitud, dentro de su carisma, esa responsabilidad que, como cristianos, llevamos a todos nuestros hermanos los hombres. Cuando más nos dejemos guiar por la mirada que ha suscitado en nosotros la belleza de ser hijos de Dios, más llenará nuestra vida según nuestro forma de pertenencia a la Iglesia, especialmente según el régimen comunional que la rige, y nuestra alegría será así cada vez más plena».