«Más allá de lógicas que miran al pasado»

Emilio Bonicelli

«Considero la belleza como el camino más importante para la comunicación de la verdad y del sentido auténtico del vivir. Un camino laico, y por eso auténticamente religioso, en el que se encuentran como compañeros de camino hombres y mujeres de cualquier tiempo y latitud. Todos, independientemente de nuestra historia personal, de nuestra pertenencia política, religiosa, social, estamos heridos por la belleza. Al contemplar una montaña, una flor, el mar, un atardecer, leyendo una poesía o escuchando música, más aún cuando entramos en la experiencia del amor gratuito, reconocemos una correspondencia misteriosa con nuestro ser más profundo». Con estas palabras, monseñor Massimo Camisasca, obispo de Reggio Emilia-Guastalla, presentó el encuentro de presentación del libro de Julián Carrón, La belleza desarmada, en el aula magna de la Universidad Emiliana, donde se dieron cita más de cuatrocientas personas.

Según Camisasca, el texto de Carrón traza «un itinerario que parte de los desafíos y provocaciones que nos plantea la realidad histórica que vivimos y lo compara todo con las preguntas más importantes que cada uno de nosotros lleva en el corazón. Un largo camino en el que nada puede darse por descontado, mucho menos la fe que recibimos de nuestros padres, y que está llamada a mostrar, en el impacto con la realidad concreta de nuestro tiempo, su pertinencia para la vida».

A propósito del libro, Camisasca subrayó que «belleza desarmada no quiere decir renunciar a una presencia en el mundo, ¡todo lo contrario! Desarmada quiere decir que nunca puede vincularse a lógicas mundanas: la lógica del poder por el poder, del dinero, de la explotación del otro. Precisamente por ser desarmada, nunca puede renunciar al testimonio de esos bienes que constituyen el corazón de su vida: la fe, la esperanza y la caridad. Los miles de mártires cristianos que en este último periodo de la historia están marcando con tanta fuerza la belleza de la fe testimonian justamente, aunque pueda parecer paradójico, que el cristianismo se opone a toda lógica que mire al pasado, como las guerras, la muerte de inocentes, la cerrazón de las ideologías (que vuelven a renacer bajo nuevas formas), sino que abre hacia el futuro, hacia la creación de una nueva síntesis donde los cristianos, si quieren y son capaces, podrán ofrecer una contribución fundamental para el bien de todos».

En el encuentro, moderado por Andrea Ferrari, responsable de la comunidad de Comunión y Liberación en la diócesis de Reggio Emilia, aparte del obispo y el autor del libro, también participaron el crítico de arte Sandro Parmiggiani y el presidente del Banco Cooperativo Emiliano, Giuseppe Alai.

«Durante la preparación del evento», explicó Massimo Rocchi, responsable del centro cultural Blaise Pascal, los promotores de la iniciativa «tuvimos la oportunidad de encontrarnos con mucha gente que no conocíamos: empresarios, políticos, deportistas, periodistas, a los que hemos regalado el libro, pidiéndoles que lo leyeran para compartir luego con ellos lo que esa lectura pudiera suscitar. Así han nacido nuevas relaciones de las que nos hemos enriquecido mutuamente. También han sido significativos los momentos de difusión pública de la invitación. Ha sido un camino que nos ha cambiado y nos ha enseñado un método: amar nuestra historia y nuestra compañía vence nuestros temores y miedos, y nos abre a los demás, para que ellos también puedan vivir la misma belleza que nosotros».

Durante su intervención, Sandro Parmiggiani confesó sus "titubeos" a la hora de aceptar esta invitación, «porque estaba seguro de que esto me haría enfrentarme a algo más grande que yo, que soy un cristiano torpe e intermitente». Si al final dijo que sí fue porque le fascinó el título. «Desde hace tiempo ya no me basta la manida y demasiado recurrente cita de la frase que Dostoievski pone en boca del príncipe Miskin en El idiota, "la belleza salvará al mundo". Para intentar acercarse al corazón de la belleza de un modo nuevo, el libro propone muchas sugerencias repartidas por todas las páginas refiriéndose al tema del infinito, de la "inextinguible aspiración nostálgica hacia el infinito" de la que habla Ratzinger en 1996, y también Leopardi y Pavese; y a la idea de misterio, a propósito del cual se citan palabras de Hannah Arendt y de don Giussani, "lo real me invita a buscar algo distinto, más allá de lo que inmediatamente aparece"». Pero la belleza, según Parmiggiani, «no es solo armonía, respeto a los cánones clásicos. También existe una belleza sufriente. Jean Genet, después de visitar el taller de Alberto Giacometti, escribe: "Para la belleza, no hay otro origen más que la herida, individual, irrepetible, oculta o visible, que todo hombre custodia dentro de sí"».

Giuseppe Alai planteó una serie de preguntas a Carrón a propósito de varios temas: el diálogo, «en el que deberíamos entrenarnos, porque el aburrimiento, las prisas o el prejuicio sobre el otro nos hacen perder esta belleza; la responsabilidad, «para mejorar la cultura de la pertenencia comunitaria, que no significa quedarse parados en el rebaño»: la solidaridad, «tantas veces reducida a un lava-conciencias cuando debería tratar de favorecer la dignidad real de la persona».

Como respuesta, Carrón abordó el derrumbe de las evidencias y la pérdida de espesor de algunas grandes palabras, como responsabilidad y solidaridad, citando una intervención del entonces cardenal Ratzinger en Subiaco: «En la época de la Ilustración, en la contraposición de las diversas confesiones y con la entrada en crisis de la imagen de Dios, se intentó mantener los valores esenciales de la moral fuera de las contradicciones y buscar para ellos una evidencia que les hiciera independientes de las divisiones e incertidumbres entre las múltiples filosofías y confesiones». Pero el intento de mantener estas evidencias como certezas compartidas por todos, prescindiendo del cristianismo que las había generado, ha fracasado. Nos encontramos pues en una "situación inédita" que genera inseguridad y miedo en todos los aspectos del vivir. Pero esta crisis no debemos percibirla solo como algo negativo, porque, como decía Hannah Arendt, una crisis «nos obliga a volver a las preguntas y exige de nosotros respuestas nuevas o viejas que debemos someter a examen y solo se transforma en catástrofe cuando tratamos de hacerle frente con juicios preconcebidos».

La crisis actual concretamente nos hace a todos más disponibles al diálogo y vuelve a poner en juego la relación entre libertad y verdad. De hecho, por un lado, la verdad, como afirma la Dignitatis Humanae, «no se impone con más fuerza que la verdad misma» (por tanto la belleza está desarmada) y, por otro, no basta la ausencia de vínculos para que la libertad se mueva (en cambio hace falta una razón suficientemente válida y atractiva para moverse).

Al terminar, Carrón planteó a su vez varias preguntas: ¿qué tiene que decir el cristianismo ante este desafío? ¿Qué estamos ofreciendo a los jóvenes para que pueda moverse toda su libertad? Y añadió: «Estamos llamados a mostrar y testimoniar que el cristianismo hoy puede ofrecer una contribución decisiva en una situación como esta, donde los valores de la sociedad corren el riesgo de volverse irreales porque han perdido el vínculo con la vida nueva que los ha generado. La belleza desarmada es una modalidad de este testimonio que puede hacer brillar un atractivo capaz de mover la libertad y dar respuesta al desafío presente que nos atañe a todos».