La Catedral de Ávila

«Sinceramente os envidio»

Félix García Lozano

Todo empezó por la curiosidad que le suscitó aquella numerosa multitud que todos los años iba a su ciudad a celebrar los ejercicios espirituales y el orden y silencio con que llenaban la catedral para la misa final con el obispo. La intervención del vicecanciller en la presentación de la biografía en Ávila.

Cuando el P. Retana me invitó a participar en esta presentación, su idea era la de que alguien ajeno al movimiento de Comunión y Liberación, y sin ninguna implicación en él, aportase su parecer sobre este libro y sobre la figura de quien trata. Vaya por delante que, después de haber leído el libro, no sé si voy a poder ser esa voz neutral que manifieste su parecer, porque tras haber descubierto la impresionante figura de D. Luigi se me hace en extremo difícil dar una opinión que no esté trufada de la admiración que en mí ha despertado su figura.

¿Por qué sentí la necesidad de leer y conocer esta biografía sobre el fundador de Comunión y Liberación? Me gustaría poder decirles que las razones son de índole teológica, de elevadas elucubraciones intelectuales que me movieron a profundizar en el pensamiento de D. Luigi; pues lo siento, pero no... Lo que encendió en mí el deseo de conocer a D. Luigi, del que por cierto no sabía nada, fue algo tan prosaico como experimentar con qué orden entraban en la Catedral de Ávila los participantes en los ejercicios espirituales que anualmente el movimiento Comunión y Liberación organiza en esta ciudad.

Como ya he dicho, más allá de una información imprecisa sobre la existencia de Comunión y Liberación y de quién había sido su fundador, mi desconocimiento sobre esta realidad eclesial era enciclopédica. Con motivo de la Eucaristía que clausura estos ejercicios anuales y que preside nuestro obispo, mi mujer, mi hija y yo decidimos participar en la Eucaristía. Como no sabíamos muy bien dónde colocarnos, nos quedamos en un lugar discreto al final del coro, por la parte externa del mismo. Llegamos con unos minutos de adelanto, por lo que estábamos prácticamente solos. Pasados unos momentos empezaron a llegar los asistentes. Cuando todos estaban en sus sitios dispuestos para el comienzo de la Eucaristía, créanme si les digo que me dio la sensación de que no había entrado nadie. Todo el mundo acudió a sus lugares con un orden perfecto, sin atropellos, con un silencio absoluto, una actitud tremendamente respetuosa por el lugar de que se trataba. Impresionado por este hecho las preguntas empezaron a asaltarme inmediatamente: ¿quiénes son estos?, ¿de dónde nace ese respeto por el lugar sagrado, por la celebración en la que vamos a participar?, ¿cuál es el fundamento de que cuiden con tanto mimo la celebración litúrgica, la belleza de los cantos, de su saber estar, el sentirse parte activa de la celebración? Sentía el íntimo convencimiento de que detrás de la actitud, de lo externo, había una predisposición interior, un fundamento, que les hacía enfrentarse con el Misterio, con lo Sagrado, de aquella manera.

Aprovechando el periodo estival me decidí a leer el libro. En seguida me di cuenta de que lo que esperaba descubrir con su lectura y lo que el libro me iba a ofrecer eran cosas absolutamente distintas. Empecé a leerlo pensado encontrarme con una hagiografía al uso: una exaltación de la figura del fundador, de su persona, de sus méritos, de su santidad…; cosas que, en cierta medida, podremos encontrar en el mismo pero que me parece que no monopolizan el discurso y, ni mucho menos, se erigen en el principal argumento. En este libro pueden encontrar, o me ha parecido encontrar, entre otras cosas: historia de Italia, historia de la iglesia milanesa e italiana del siglo pasado, teología, literatura, poesía, arte, música…, en fin, multitud de cosas. Pero cuando terminé la última palabra de la última página, la sensación que en el fondo de mi corazón permanecía es que a lo largo de las 1.243 páginas que contiene este libro, con el único que me había encontrado era con Cristo. No se puede entender la vida, el ministerio, la actividad intelectual y teológica, la labor docente realizada por Luigi Giussani a lo largo de toda su vida, sin la presencia de Cristo en su horizonte vital. ¿Podría haber llevado a cabo una empresa como esta sin el pilar último que es Cristo para todo aquel que se entiende y vive desde su ser de cristiano?

A lo largo del libro se va desgranando todo el pensamiento teológico, si se quiere intelectual, y espiritual de Giussani. En los innumerables textos que en esta obra se reseñan y que dan cuenta de cuál es el sentir religioso de D. Luigi, vamos a encontrar un relato del propio camino de fe transitado por el fundador de Comunión y Liberación. No nos ofrece unas reflexiones que con anterioridad él no haya hecho suyas a través de una fe y vivencia profunda y rigurosa. Solo da lo que tiene, sin proponer cargas innecesarias y fuera de sentido. Giussani nos explica lo que antes él con los ojos del corazón ha contemplado, haciéndonos partícipes de ello. Las primeras categorías con las que el lector ha de encontrarse son las de «acontecimiento» y «encuentro». En referencia a esta última me van a permitir que comparta con ustedes una experiencia que me ayudó a comprender a qué se refería D. Luigi con ella: este verano tuve que hacer un viaje en tren que me llevaría desde Madrid hasta Alicante. Dadas las fechas, el tren iba lleno. El pasajero que debía ocupar el asiento de al lado todavía no había llegado, así que me acomodé, saqué mi libro y me puse los auriculares para aprovechar el tiempo que dura el trayecto leyendo la biografía de Giussani y escuchando música. En esto ya había llegado mi compañero de al lado y estaba instalado en su asiento. Comencé a leer y por el rabillo del ojo me percaté de que la persona que estaba a mi lado miraba con mucha atención mi lectura. En un momento en el que giré la vista, empezó a decirme que él también estaba leyendo ese libro. Me preguntó si pertenecía al Movimiento y le contesté que no. Rafa, que así se llama, me dijo que él sí. Nos dio tiempo para hablar de muchas cosas: cómo era la vida de una persona que estaba integrada en el movimiento de Comunión y Liberación, de qué manera se podía formar parte de él, qué son las escuelas de comunidad, si estábamos casados, cuántos hijos teníamos…, establecimos una conversación de dos amigos.

¿A dónde quiero ir a parar con esta experiencia? Seguramente en ese tren viajarían más de 300 personas, ¿qué posibilidad había de que dos personas que estaban leyendo la biografía de D. Luigi Giussani coincidiesen en el mismo vagón y en asientos contiguos? ¿Una casualidad? Podría ser, pero creo que no.

El encuentro con el otro, mi encuentro en este caso con Rafa, supuso, muy gustosamente, abandonar todos mis planes para ese viaje, mis expectativas para él. Quitarme los auriculares que me hubiesen impedido escuchar lo que tenía que decirme, estar atento a su palabra, a su testimonio de vida; tomar un café y establecer una relación personal; compartir nuestras inquietudes y perpetuar una relación que trasciende el momento y te transforma. Como nos diría el Papa, el encuentro nos descentraliza, nos hace salir en busca del que nos es ajeno pero con el que compartimos nuestra filiación divina. Juan y Andrés fueron a Jesús a preguntarle dónde vivía; Él les invitó a ir y a que lo vieran, pasando con él toda la tarde.

En un momento de nuestra conversación me sugirió una característica de D. Luigi que yo todavía no había sido capaz de ver: D. Luigi era un profeta, y ciertamente que lo es. El profeta, como enviado de Dios, renueva el mensaje y la alianza establecida entre Dios y el pueblo; espabila a una audiencia adormecida, irrelevante, para la que los mandatos del Señor han dejado de ser norma de conducta verdadera; sugiere, amonesta, conmina al pueblo a que abandone el sendero de perdición y vuelva los ojos a Dios, el único salvador de su vida. Si bien con alguna imprecisión y con trazo muy grueso la figura y función del profeta en el Antiguo Testamento podría ajustarse a la descripción hecha, no cabe duda de que podríamos aplicarla perfectamente a la persona de D. Luigi.

¿Qué hace un joven sacerdote con una carrera, desde un punto de vista teológico e intelectual brillante, dejando todas sus inquietudes y yéndose a dar clases de religión en un Milán de posguerra a adolescentes? Con cuántas cruces pero con qué gran resolución encaró aquello para lo que se sentía llamado por el Señor. D. Gius vino a espabilar a una Iglesia que se debatía entre el retroceso por la imposición de ideologías contrarias a ella y el anquilosamiento de unas estructuras que no estaban dando respuesta a las inquietudes de una sociedad transformada por la Guerra mundial. Supuso un aldabonazo para muchos chicos que estaban viviendo su cristianismo de manera automática; vino a cuestionarles sobre el sentido que tenía el ser cristianos en sus vidas. Fue un verdadero pedagogo de la fe, pues les acompañó, les razonó, les provocó a pensar en su ser cristiano y en la incidencia que ese hecho debería de tener tanto a nivel personal como social y comunitario.

Harían falta muchas horas para poder desentrañar hasta el último detalle de una vida tan fecunda y plena como la de Giussani. Afortunadamente, en esta mesa y en esta sala hay personas que tuvieron el privilegio de conocerlo personalmente, que experimentaron su solicitud paternal, su cuidado, apoyo, acompañamiento, amistad… sinceramente os envidio. Lo que diría fray Luis de León sobre Santa Teresa podría ser aplicable a la figura del fundador de Comunión y Liberación: los que no hemos tenido la oportunidad de conocerlo personalmente, tenemos sus escritos y la vida de sus hijos para poder profundizar en su persona y pensamiento.