Presentación de <i>La belleza desarmada</i> en Madrid.

Cuando el sentido religioso se vuelve sentido común

Yolanda Menéndez

Un diálogo desarmado en acto. Eso es lo que se pudo ver en Madrid ayer, lunes, durante la presentación del libro La belleza desarmada. Con el autor, Julián Carrón, el antropólogo Mikel Azurmendi y el científico Juan José Gómez Cadenas, ambos agnósticos, ambos con armas más que suficientes para desenvolverse en un combate. Y ambos con una lealtad brillante que les permitió despojarse de toda armadura para mostrarse tocados, sorprendidos, “pasmados”, como señaló Azurmendi en varias ocasiones. Ambos confesaron que comenzaron la lectura del libro con ciertas reservas y que fueron sometiendo sus razones a la experiencia, cediendo paulatinamente a la sorpresa de una religión muy distinta a la que habían conocido y creían conocer.

Azurmendi es uno de los antropólogos más importantes de nuestro país, un hombre bregado en batallas políticas y sociales que ha sufrido y sufre la violencia y el odio que contaminan una parte de la sociedad vasca. Por eso dijo con conocimiento de causa que «lo que más necesitan hoy los españoles es desterrar el odio; pero para eso primero hay que desarmarse. Desarmarse es salir de la ideología y a eso ayuda precisamente este libro, a salir de la ideología y entrar en el tú».
Como antropólogo, Azurmendi ha sido también profesor de historia comparada de las religiones. «Las religiones nacen de la tribu, pero el cristianismo es la religión del tú (…) Lo que este libro propone es un cambio de paradigma en favor de una religión “primitiva” en el mejor sentido de la palabra, primigenia por el asombro que suscita. Como el asombro que Jesucristo suscitó en la Magdalena, en Andrés o en Zaqueo. Este libro presenta un cambio entre lo que yo viví en la Iglesia y lo que vivís vosotros», afirmó dirigiéndose al público de Comunión y Liberación. «Yo lo he visto, y conozco personas que viven así. Para mí supone el paso del sinsentido de la ley, como simple conjunto de normas y pecados –¡y yo siempre en pecado, claro!–, a la ley del sentido, donde ya solo tienes una obligación: buscar el sentido. Aquí el sentido religioso se convierte en sentido común».

Gómez Cadenas partió de una pregunta a la que estuvo «dándole vueltas varias semanas durante la lectura de este libro: ¿es la belleza el camino hacia la verdad o viceversa?». Su experiencia le lleva a advertir que el camino de la verdad y la belleza introducen al hombre en «un bosque oscuro. Yo veo el universo como científico, y por tanto infinitamente bello, pero el final que predice la ciencia es trágico». Desde este punto de vista, Cadenas no ocultó que disiente con algunas afirmaciones del libro. Para caminar «no me parece necesario sustentarse en el carácter divino de Jesús. Al que les habla le basta con el hombre». Aun así, confesó un detalle de una conversación con su amigo Javier Prades, quien le invitó a presentar este libro. Charlaban sobre la encarnación y el científico mostró su sorpresa por un comentario de su amigo sacerdote: «Date cuenta de la increíble osadía de esta afirmación». Luego Gómez Cadenas leyó La belleza desarmada. «He de decir que me atrae esta osadía, que me parece el más valioso de los elementos de la lectura del cristianismo que ofrece Carrón y que, en general, percibo en el movimiento de Comunión y Liberación. Y lo es aunque yo no crea en ella. Me atrae la belleza del concepto, lo indomable y revolucionario que hay detrás de él. Frente a una sociedad alienante en la que el hombre es una máquina de consumir, Carrón defiende apasionadamente la libertad y el amor profundo, comprometido y arriesgado». Se mostró atraído hasta el punto de afirmar que «este libro podría definirse muy bien como el catecismo que me habría gustado que me enseñaran en las obligatorias clases de religión de mi niñez».

Julián Carrón recogió el guante que ambos ponentes le habían lanzado. «Lo que estamos viendo es el fracaso del intento ilustrado de separar las evidencias de su origen histórico. Estamos en ese bosque oscuro donde vemos que, aunque la razón haya reconocido ciertos valores, podemos volver atrás y perder estas evidencias. Lo que parecía inamovible empieza a derrumbarse y se hace irreal». Carrón destacó la sorpresa de Azurmendi: «¿Por qué te sorprendes, Mikel? Porque ya no es habitual encontrar personas que vivan así su humanidad. Es evidente que algo no ha funcionado en la comunicación de esta vida, y eso es un desafío para todos. ¿Tiene el cristianismo algo que ofrecer? Sí, pero solo si es un acontecimiento, un asombro». Sobre el diálogo entre la fe y la razón, el autor destacó que el reto es igual para el agnóstico y para el creyente: «También el hombre religioso puede llegar ante un bosque oscuro, ¿y entonces? Podemos inventarnos algo que nos proteja del desamparo o seguir ese asombro que suscita una cierta presencia humana. ¿Es la fe la que crea el hecho o es el hecho el origen de la fe? Este será siempre el debate entre quien ha encontrado al Resucitado vivo y quien no ha tenido este encuentro y, por tanto, solo le queda esperar que pueda ser así, sabiendo que la razón no lo puede abarcar todo y que, como decía Shakespeare, existe más belleza entre cielo y tierra que en nuestra imaginación».

Una provocación que no dejó indiferentes a los presentes. Muestra de ello fue la intervención final de Juan José Gómez Cadenas: «Como científico tiendo a simpatizar con la idea de que las evidencias reales son las de la matemática. Pero lo cierto es que el sentimiento más trascendente de mi vida es el amor por mis hijos y el método científico no me basta para explicarlo». «La evidencia más grande es el amor por un tú –apostilló Carrón–. Es tan primigenio como dejarse sorprender por este tú, porque en la belleza de enamorarse, de tener hijos, de conversar con un amigo, lo irreal se hace real y no necesita de ningún arma para comunicarse. El diálogo de esta noche supone ya la victoria sobre la ideología».