Una esperanza en medio de la desolación

AVSI
Fiammetta Cappellini

Ya ha pasado un mes desde el huracán que asoló Haití. El sistema humanitario de respuesta a la emergencia ya está en marcha y funciona a pleno rendimiento, pero aún seguimos en la primera fase, la de reparto de alimentos. Largas filas de convoyes circulan por la carretera que une la capital con el departamento sur, avanzando lentamente por la única vía disponible, que ha quedado reducida a un camino de tierra cubierto de barro seco, cruzando vados donde antes había puentes, mercados donde ya no se vende nada, y levantando nubes de polvo a su paso para llegar por fin a su destino.

Después de trayectos de hasta ocho y nueve horas para recorrer 200 kilómetros, llegan a los almacenes de las ONG, que se encargan de la distribución. Pero antes hay documentos que firmar y recuentos que hacer: sacos, toneladas, metros cúbicos... hasta que por fin podemos descargar la mercancía. Un grupo de madres, a cambio de un pequeño jornal, se encargan de dividir en raciones familiares los enormes sacos de 50 kilos del Programa Mundial de Alimentos. Se pasan horas haciéndolo, sentadas en ladrillos dentro de un almacén sin ventanas donde hace un calor sofocante. Nosotros no aguantamos allí ni dos minutos, en cambio ellas trabajan sonriendo, agradecidas por este trabajo inesperado. Al terminar, los camiones tenían que dirigirse a Torbeck, la zona más alejada y de más difícil acceso. En todas las reuniones de los últimos días habían insistido en que alguien debería ir con los camiones hasta allí. Finalmente, fuimos nosotros.

En el centro de Torbeck una multitud bloqueaba el paso a los camiones. Los ánimos se enfurecieron especialmente cuando se dieron cuenta de que esa comida no era para ellos. Hubo largas discusiones agotadoras, momentos de tensión y de rabia. Nuestros voluntarios de allí intentaban explicarles que más adelante volveríamos con ayuda para ellos, pero era dificilísimo hacerse escuchar. Hasta los agentes de policía que escoltaban a los camiones parecían empezar a ponerse nerviosos. Las horas pasaban y seguíamos bloqueados. La gente que tenía hambre ya se había marchado, solo quedaban allí los más violentos, con la intención de asaltar alguno de los convoyes, probablemente para vender después la mercancía. Así que no nos quedó otra opción que volver atrás, abatidos. Allí se quedaban los voluntarios discutiendo con la gente, que no se movía.

A la mañana siguiente los camiones volvieron a intentarlo y esta vez consiguieron llegar a su destino. La cuarta sección de Torbeck, enclavada entre colinas y montañas, está casi aislada entre caminos que ya no existen y ríos en crecida. Transportábamos raciones para 500 familias y nos encontramos con más del doble. Qué difícil resulta explicar que tener la casa destrozada no basta para acceder a las ayudas, que van primero los que aparte de perder la casa tienen más de cinco niños que atender.

Les explicamos el orden de prioridades y empezó el reparto. No hubo incidentes. La gente se alejaba del camión arrastrando sus bolsas y un poco más allá se paraban para compartirlo con los que no podían acceder a la ayuda. Al final, todos tenían algo.
El camino de regreso era largo y ya estaba oscuro cuando uno de los camiones se quedó bloqueado por una rueda pinchada. No había rueda de repuesto, y necesitábamos el camión para el reparto del día siguiente. Me fui a la cama desconsolada pensando que nada era suficiente: no basta el tiempo para hacer todo lo necesario, no basta la comida que tenemos, no basta el dinero para arreglar los camiones.

A la mañana siguiente recibí un mensaje inesperado. Era Giuliano, un compañero de mi antiguo trabajo que, al enterarse de lo sucedido en Haití, me preguntaba si yo seguía en este país y si había algo que él pudiera hacer. En pocos días mis antiguos colegas hicieron una colecta de dinero para Haití.
Me quedé asombrada. Yo dejé mi antiguo trabajo en una editorial hace once años y no había vuelto a ver al maquetador, Giuliano. En todo este tiempo solo una vez he pasado a saludar por la editorial. Y sin embargo... Sin embargo hay gente, mucha gente, a la que le sigue interesando lo que pasa en la zona menos afortunada del mundo, gente capaz de recuperar una relación de hace diez años para movilizarse, para hacer algo. ¡Gracias!