El abrazo que genera un abrazo

Isabella Alberto

Domingo 11 de septiembre, última hora de la tarde. En la Librería Cultura del centro comercial Iguatemi, en Sao Paulo, Julián Carrón presenta, junto al juez de lo penal Paulo Antonio de Carvalho, su libro A beleza desarmada, publicado recientemente en portugués.

Ante trescientas personas, en un ambiente moderno y elegante, el acto empieza con música. Marialbi Trisolio, de la Orquesta Sinfónica del Estado de Sao Paulo, toca la Suite para violonchelo n.2 de J.S. Bach. Una sorpresa que todos reciben en silencio. Luego empieza un diálogo lleno de preguntas y respuestas donde, poco a poco, la fascinación de la belleza desarmada se presenta ante los ojos del público.

Carrón empezó abordando el tema de las profundas raíces de la crisis que estamos viviendo. «La belleza desarmada de la que habla este libro representa justamente la posibilidad de dejar entrar en el mundo del trabajo, de las relaciones, de la política, en la realidad en que vivimos, testimonios que demuestren que es posible vivir todas las relaciones de una manera nueva».

A De Carvalho le invitaron a presentar el trabajo de APAC, una entidad civil con un método innovador de detención sin carceleros, con el objetivo de recuperar y reinsertar a los presos en la sociedad. Con una sencillez impresionante, el juez de Minas Gerais contó episodios que le han sucedido en estos quince años de experiencia en las cárceles de Apac, afirmando que «el hombre cambia a partir de un encuentro». Testimonió cómo se ha convertido en mejor persona desde que empezó a ponerse delante del otro como un hermano. Más de una vez se conmovió contando las historias que ha vivido.

El episodio que más impresionó a los presentes fue uno referido a la confianza. «Una vez condené a un hombre a ocho años de cárcel. No presentó recurso y cuando pronuncié la sentencia me dio que necesitaba un poco de tiempo antes de entrar en prisión. Pidió diez días para poder poner la cuenta bancaria a nombre de su mujer y organizar algunas cuestiones económicas. Le concedí treinta días. El día fijado se presentó voluntariamente para ser arrestado. La gente piensa que estoy loco, pero cuando miras a los ojos al hermano que tienes delante, a pesar de todo el mal que pueda haber hecho y causado, percibes esa confianza».

Carrón subrayó que «lo único capaz de poner en cuestión nuestro escepticismo son los hechos. Aunque nos cueste aceptarlos, los hechos son los que desafían nuestra razón y nuestra libertad». Cualquiera que tengas delante, solo espera ser mirado como el hombre que es, independientemente de la devastación que haya sufrido. «Si no creemos en lo único que es capaz de despertar la dignidad del otro, no cambiaremos el mundo. Porque podemos ser cristianos e ir a misa los domingos, pero comportarnos como todos en la vida cotidiana».

Dos horas de encuentro que nos retaron a plantearnos una pregunta: con todo el sufrimiento que vemos, ¿todavía es posible que el cristianismo se reconozca en el mundo de hoy? La respuesta llega, justamente, por los hechos. Igual que Jesús iba a ver a los pecadores, hoy suceden gestos de misericordia impensables para nuestra mentalidad atrofiada. «Hace falta encontrar un grupo de amigos con los que poder hacer este camino», apuntó Carrón.

Al salir de la librería, ya era imposible volver a casa igual que antes, había saltado una chispa. La esperanza había renacido al saber que, como dice el Papa, tras la apariencia autosuficiente del hombre se ocultan las heridas que todos tenemos. Pero habíamos sido mirados de otra forma, hasta el punto de poder repetir, como uno de los presos, que «del amor nadie huye».

«Nuestra misión en el mundo es seguir mirando como Jesús nos ha mirado. La única condición es que nos dejemos abrazar así», dijo Carrón. «No es un esfuerzo voluntarista, sino un dejarse abrazar que genera a su vez un abrazo. ¿Quién no desea vivir así?».