Como entre amigos

Horacio Morel

Hubo un tiempo en que los cristianos nobles se calzaban la armadura, empuñaban su arma, y así ataviados salían a defender o reconquistar en nombre de la cristiandad lo que consideraban propio. Siglos después, la humanidad imaginó un mundo de valores evangélicos, pero emancipados de la fuente de la que brotaban. En este cambio de época que vivimos, la tercera guerra mundial a pedazos como dice el Papa, ya nada de todo aquello existe, el nihilismo lo inunda todo. Algunos podrán todavía añorar lo que deberíamos aún discutir si realmente existió, pero para los de espíritu inquieto –heridos por aquella Belleza que hace sonar cualquier trasto viejo como la más sonora de las campanas– el más inhóspito de los escenarios socioculturales provoca una fascinación cautivadora. La certeza es, ha explicado Carrón hace poco, el origen de la capacidad de diálogo, de encontrarse con el otro, de compartir la existencia. Y la certeza, por definición y para ser tal, no necesita de ningún aditamento, de ninguna estrategia, de ningún blasón para sostener nuestra presencia en el mundo.

Jueves por la noche, aula magna del colegio jesuita. La mesa no es redonda, no hay ningún monarca que presida esta reunión de amigos, pero hay tres caballeros modernos dispuestos a ejercer el arte perdido de la conversación. Julián Carrón y los periodistas Ceferino Reato y Osvaldo Bodeán hablan como si estuvieran en cualquier café de Buenos Aires, uno de esos que bien podría ser el escenario de la más íntima confesión o de la más apasionada discusión.

Prescindiendo de todo preludio, Reato va directo al hueso: dice que el libro de Carrón es refundacional y que el autor, desde el ataque a Charlie Hebdo, vio allí la oportunidad de actualizar el mensaje católico. La nada en que viven muchos chicos occidentales –dice Reato– termina en violencia, y nosotros en la Argentina tenemos un millón de jóvenes que no estudian ni trabajan.

Carrón comenta que lo que le ha llamado la atención es que estos chicos llegando a Europa no hayan encontrado nada más atractivo que la nada. No han encontrado nada más suficientemente bello que terminar en la violencia. No es ante todo –dice– un problema religioso, tiene razón el Papa cuando afirma que no hay que cargar contra el islam por la situación, porque hace treinta años los jóvenes europeos también terminaron en la violencia. El verdadero problema es si nosotros, los que recibimos la fe, creemos todavía en la fascinación del cristianismo. Bodean y Reato se miran cómplices, saben que el problema no es solo europeo.

Ahora bien, por más verdadero que sea el planteamiento de Carrón, va siendo hora del segundo café porque la cosa se pone seria, la vida está amenazada. Bodean le dispara: «es fácil respetar a quien te respeta, pero ¿qué hay de los que están armados y no nos respetan? Esta belleza desarmada de la que vos hablás en el libro, ¿tiene algún límite?».

Carrón admite que se trata de una pregunta radical, que hay que usar todos los medios legales y de seguridad, pero que es claro que no bastan para responder al problema. Cita a Francisco, quien insiste en que hay que crear puentes y no muros, y hoy los hay por todos lados, como en Calais, como el que quiere construir Trump en la frontera yanqui con dinero mexicano. Carrón desafía: «hagamos todos los muros y verifiquemos luego si hemos resuelto el problema. Señores, ¡atención! Si el problema es la nada, haremos los muros con la nada dentro. ¡No bastarán los policías para garantizar la seguridad!».

Cuenta que en Milán sus amigos tienen obras para responder a las dificultades educativas, y que algunos chicos llegan con barras de hierro en la mochila, pero se encuentran con otra cosa, una belleza que los desarma. Cuenta algunos hechos que lo han convencido de aquello que ha escrito en el libro: en Brasil, un condenado le dice al juez que no está listo para ir a la cárcel y le pide diez días para hacer sus arreglos familiares. El juez desafía su libertad, confía en él y le da treinta, dejándole ir. El hombre se presenta al mes, el juez le da la dirección de la cárcel y el sentenciado va caminando hasta el penal y se entrega voluntariamente. ¿Por qué no se escapa? «Porque del amor no se huye». O en Ruanda, donde una amiga suya se encuentra con mujeres enfermas de Sida cuyos maridos han muerto. Ella les consigue las medicinas, pero no logra que aquellas pobres señoras las tomen, sencillamente porque les falta la razón de vivir. Solo cuando esta amiga las introdujo en un camino de significado para su vida, las mujeres empezaron a tomar la medicina, a cuidar de sus hijos y hasta a estudiar en la universidad. «Nosotros creemos que la medicina es lo concreto y el sentido es lo abstracto», dice Carrón.

¿Creemos en la belleza desarmada que renueva la vida? No creemos que la fe sea la respuesta porque hemos reducido al hombre, y que la razón para vivir es algo secundario, que lo primero es tener un sueldo para llegar a fin de mes... Como decía Eliot, perdemos la vida viviendo. Pero cuando hay personas que entienden que hay que responder a la sed de significado que existe en el corazón del hombre, entendemos que no es abstracto ni ingenuo ir por la vida desarmados.

Reato arriesga entonces que la belleza desarmada de Carrón es la misericordia de la que habla el Papa. Carrón asiente, y dice que detrás de toda la aparente autosuficiencia del hombre de hoy están las heridas, y que por ello es una genialidad de Francisco haber propuesto un Año de la Misericordia. «Es lo que vi esta mañana en la villa miseria que visité –cuenta–, estas personas aplastadas por la droga encuentran a alguien que los mira con compasión y amor, sin detenerse en los errores que hayan cometido. Si no vuelve a suceder lo que Jesús con los publicanos y pecadores, no hay punto de reinicio posible. No hay mayor continuidad en Juan Pablo II, Benedicto y Francisco que esta necesidad de interceptar esa mirada, esa misericordia que afirme al hombre».

El debate está en riesgo, demasiados gestos de coincidencia. Bodean protesta: «el Papa recibe a políticos argentinos reconocidamente corruptos. ¿Vale la misericordia en política o es complicidad con lo injusto y lo corrupto?».

Carrón se exalta un poco: «¡Nada de complicidad! El ansia de plenitud es inagotable, pero sin misericordia, cualquier relación es inviable. ¿Quién de nosotros no tiene necesidad de misericordia?». Cuenta otro caso: una familia italiana que vive en Japón tiene una baby sitter que los abandonó porque no soportaba equivocarse y que siempre la perdonen, ni que los hijos se portaran tan mal y siempre los perdonaran. «En Italia –comenta– la hija de Aldo Moro y ex brigadistas rojos que ya cumplieron su condena necesitan dialogar y encontrarse porque les hace falta para reconstruirse a sí mismos». Dice Carrón que ahora lo vemos en Colombia, pero yo lo veo de reojo en la fila detrás de mí, donde están sentados, juntos, nuestros amigos a quienes la violencia política de la década de los 70 en Argentina los situó en bandos contrarios...

Reato propone volver al punto de partida, a la educación. «Todo se reduce al problema de nuestros hijos –dice–, de despertar el interés de nuestros hijos. A veces los padres somos sindicalistas de nuestros hijos y les queremos facilitar la vida porque no confiamos que ellos puedan superar las dificultades como lo hicimos nosotros». Todos están de acuerdo, y pareciera que al incisivo periodista eso le incomoda un poco. Lanza la estocada final: «Carrón ha desarmado a Comunión y Liberación, lo ha sacado de la búsqueda del poder político y lo devolvió al camino de la educación. Carrón demuestra que no hay necesidad de defenderse».

«Yo no he hecho otra cosa –afirma– que querer ir al fondo de lo que nos propuso don Giussani, quien en los años 50 se percató de que el cristianismo parecía floreciente, pero llegando al liceo estatal descubrió que en realidad los jóvenes estaban totalmente desinteresados de la fe. Los chicos de hoy también están como desinflados, como el chico que juega al tenis con su padre en la película de Nino Moretti, al que no le interesa ganar. La apariencia es la misma, pero por dentro tienen un déficit de energía vital, como si hubieran sido alcanzados por ondas radiactivas». Los padres hemos creído que les hemos dado lo necesario, pero no les dimos lo fundamental. Un inmigrante –relata– llega al centro de refugiados y el voluntario lo llama por su nombre y le pregunta: ¿carne o pescado? Y el inmigrante se echa a llorar. «No era ningún sentimental, simplemente no podía dejar de asombrarse de que alguien lo llamara por su nombre y le preguntara por su preferencia sobre qué cenar. Para explicar este hecho», dice Carrón, «hace falta que el Verbo se haya hecho carne. Alguien podría decir “no exageres, es solo educación”, pero es que nosotros hemos perdido la conciencia de Quién nos ha enseñado a ser así. El mundo actual, con todo su vacío, con toda su brutalidad y su devastación humana, es una gran oportunidad para el anuncio y el testimonio de la novedad cristiana. Los de fuera se dan cuenta, nosotros no».

El café está ya por cerrar, los amigos se abrazan y se despiden. Un aplauso prolongado los percata de no haber estado solos en su diálogo: un montón de almas agradecidas también nos despedimos con un ya nostálgico hasta luego.