Un momento de excursión en la Asamblea internacional <br>de responsables de CL en Cervinia.

Un paso para todos

Davide Perillo

Mejor decirlo pronto: el corazón de este artículo lo encontraréis en la Páginas Uno de Huellas de septiembre. Es La forma del testimonio, la síntesis con la que Julián Carrón concluyó la Asamblea Internacional de Responsables (AIR) en Cervinia, a finales de agosto. Un texto que exigirá un profundo trabajo en las próximas semanas, fruto de cuatro días de diálogo intenso y, por muchos motivos, novedoso. Por la forma del AIR, con menos personas (250 de todo el mundo, casi la mitad respecto al año anterior) y más momentos dedicados a plantear preguntas y profundizar sobre ciertos puntos "en vivo y en directo". Pero también por la intensidad, las ganas y el deseo de entender. De ir dando pasos.

Ha salido a la luz un itinerario que vale la pena recorrer aunque sea brevemente. Porque en él emergen palabras urgentes, como "certeza", "testimonio", "misericordia", "diálogo"... Y porque lo que allí aconteció esos días es un verdadero tesoro. Un tesoro que explorar y que contar. Sin pretensión de totalidad (haría falta un libro para eso) pero para dar al menos una idea de un trabajo que ciertamente no da tregua. Y puesto que para añadir lo demás -las conversaciones informales, los cafés, la excursión- haría falta un segundo volumen, nos limitaremos al esqueleto, a lo que sucedió delante de todos.

Para introducir las jornadas y retomar el hilo de las «circunstancias por las que el Misterio nos hace pasar, esenciales para entender qué significa ser cristianos en el mundo», Carrón se apoya en un «compañero de camino inesperado»: Zygmunt Bauman, el sociólogo. Cita para ello una entrevista publicada en el Corriere della Sera. Habla de la inseguridad que nos atenaza, del «miedo existencial» y de sus profundas raíces, arraigadas en la ausencia de vínculos. De la ilusión por responder a este miedo «levantando muros». De la lucidez sobre lo que sucederá después, cuando este intento pase a ser objeto de examen de la historia y, dice Bauman, «una vez que los nuevos muros se hayan levantado e incrementado las fuerzas armadas sobre el terreno, una vez que a los que pidan asilo por guerras o destrucción se les niegue esa medida y cada vez más migrantes sean repatriados, resultará evidente que todo esto era irrelevante para resolver las causas reales de la incertidumbre. Los demonios que nos persiguen no desaparecerán». El miedo es más profundo. Pescando ahí no encontraremos la respuesta. «El verdadero fondo de la cuestión es qué puede desafiar esta nada», afirma Carrón: «¿Todavía creemos que el método de Dios puede vencer? ¿Qué experiencia tenemos de la fe? ¿Qué vence, el vínculo o la incertidumbre, la fascinación o la nada?». Se abre la partida.

El primer tiempo es la asamblea del viernes por la mañana. Un «trabajo entre la certeza y los desafíos», como la define Carrón, entre la conciencia de «poder mirarlo todo sin miedo por la presencia de Cristo entre nosotros y la comprobación del modo en que respondemos, porque no todas las respuestas a los problemas son iguales». Enrico, de Angola, narra una conversación en la que tuvo que despedir a un empleado. «Yo le explicaba las razones: la crisis, la producción... Pero ahí estaba él, cabizbajo, diciendo: "¿Y qué digo ahora en casa?". Me di cuenta de que mi actitud no era adecuada. Le di el número de una amiga: "A ver si puede hacer algo". Lo apuntó y dijo: "Bueno, al menos contigo se puede hablar". Resumiendo, una cosa es el muro que levantas con tus razones, justísimas, y otra es el vínculo humano generado por algo que rompe los esquemas». Eso es, dar razones. «Para nosotros se trata de explicar la situación de manera que el otro comprende, es decir, atentos a su destino, para que pueda percibir que lo que le estás proponiendo, por duro que sea, es para él», apunta Davide Prosperi. «De otro modo, si nos quedamos en la situación de la empresa, etcétera, somos como todos». En los días siguientes volverá varias veces esa "cabeza agachada", «porque es el signo de si nos estamos moviendo de forma adecuada o no, si llega al otro o no», observará Carrón.

Otras intervenciones hablan de una sociedad que «debe recuperar de la experiencia» ciertas tradiciones, el descubrimiento de compañeros de camino «con los que te sientes más unido aún que con cierta gente del movimiento, porque vivimos el Misterio juntos»; la importancia de «ser vulnerables, de dejarse tocar por las cosas tal como suceden».

Alfredo Fecondo, sacerdote en Novosibirsk, en medio de su intervención pronuncia una frase capital: «La certeza que tengo de ser amado ahora por un rostro concreto me permite abrazar toda la realidad». Carrón la repite inmediatamente: «Aquí se comprende qué tiene que ver la certeza con la posición cultural que llevamos al mundo. Uno que tiene esta certeza puede abrazar cualquier brizna que haya de verdad e introduce en la realidad una mirada distinta». Cita entonces a Giussani, unas palabras del 82 que resultan luminosas: «Os pregunto si el problema de una fe que llegue a ser cultura no reside mucho más en la certeza de la fe que en la estrategia de una transición a la cultura». Y no quiere darlo por descontado, porque «sin esto no hay movimiento».

Mariella también recuerda «un episodio de Giussani»: la publicación del libro que, según el editor, debía llamarse El amor a Cristo y que en cambio, por voluntad del autor, se llama El atractivo de Jesucristo. «Ahora entiendo que son dos mundos distintos». En el primero el centro puede ser «mi dedicación a un ideal, un intento mío»; en el segundo, el corazón se convierte en «conmoción por una presencia. El atractivo de Jesús es lo que nos hace mendigos de la realidad. Entonces mi propuesta va directa al corazón del otro. Y dejo de tener miedo al método de Dios, que me resulta tan lento...». Emerge otra cosa. El testimonio ya no es «he cambiado, he llegado a ser capaz de hacer tal cosa», comenta Prosperi. «Es una siembra continua. Cuando más avanzo, más cuenta me doy de que no soy yo el que siembra, pero el campo se siembra. La cuestión es mi disponibilidad».

También lo veremos por la tarde, en la lección donde el filósofo Costantino Esposito retoma los pasos fundamentales de los últimos tiempos, ese «nuevo camino de conocimiento y verificación del carisma» puesto en marcha con la audiencia con el Papa el 7 de marzo de 2015. El título es muy significativo, "Una presencia original: eso es lo que necesitamos realmente". Esposito habla de la «nada que se propaga y a la que hace falta responder»; de la posibilidad de «descubrir que Cristo nos arranca de la nada atrayéndonos hacia sí» y que «no hay vía de acceso a la verdad que no sea la libertad», porque la verdad «no es algo establecido de una vez por todas, sino algo que sucede en la experiencia», y la única manera de compartirla no puede ser otra que «el diálogo y el encuentro». Cita hechos y ejemplos donde se ve «una actitud verdaderamente crítica» (las tomas de posición sobre la ley Cirinnà en Italia, ciertos manifiestos de juicio en otros países, la relación del movimiento con la política), hasta llegar al gran tema del Año Santo: la misericordia como clave de lectura del mundo, «posibilidad de entender y conocer todo lo humano».

Después siguen las preguntas para profundizar. «El origen de muchos de nuestros problemas es una inseguridad de fondo. Como si a veces dijéramos: "el mundo va fatal, menos mal que hemos encontrado el movimiento"», señala Esposito. «Pero si es así, no cambia nada, pensamos como todos y la realidad no tiene remedio. No hay misterio en la realidad». Sin embargo, todo cambia si cambia el punto de partida: «¿Cómo mira Cristo la necesidad del hombre?».

«Mirad, nosotros estamos tan acostumbrados a hablar de la Samaritana que nos parece algo normal», observa Carrón. Pero se nos escapa el punto decisivo: «Jesús se dirige a su deseo, no al intento equivocado con el que había intentado llenarlo. ¿De dónde nace esa mirada? De esa sed de un agua que sacie para siempre. Breando el intento equivocado no respondemos al deseo. Si el hombre no encuentra respuesta a esa sed, seguirá buscando en otra parte». Por eso, «si no comprendemos la naturaleza de la necesidad, daremos palos de ciego». Por eso es decisiva la verificación, porque la verdad «solo la puede descubrir la libertad: no es un conjunto de fórmulas o doctrinas». O pasa por ahí, o no echa raíces, no incide. En último término, no existe. Y entonces, ¿qué pasa cuando jugamos esta partida delante de todos, en el mundo?

Podemos intuirlo esa misma noche, con el testimonio de tres universitarios: Stefano, Max y Melissa. Hablan del trabajo al que les obliga la Diaconía, su encuentro semanal con Carrón («nada de discursos, solo experiencia. Partimos de un hecho, de las preguntas que suscita, y nos acompaña a entender el alcance que tiene, qué podemos aprender»). Y cuentan cómo han crecido siguiendo este método, hasta el punto de ponerse en juego allí donde están (no es casual que todos los episodios que cuenten tengan que ver con sus tareas como representantes de estudiantes).

Pero se verá bien claro a la mañana siguiente, sábado. El tema son las presentaciones públicas del libro de Carrón, La belleza desarmada, y la forma vuelve a ser un diálogo. En la mesa, Davide Prosperi (que empieza descolocándonos a todos con unas palabras de Giussani en 1998: «De vosotros depende la dinámica de nuestra amistad, cumplimiento de las exigencias del corazón sin el cual el nihilismo sería la única consecuencia posible») y Alberto Savorana, que plantearán sus preguntas a Carrón. En la pantalla, media hora de rostros que, al verlos uno tras otro, causan impresión: magistrados, médicos, escritores, empresarios... Todos invitados a presentar el libro, pero sobre todo a participar en algo que, señala Carrón, «para mí era un intento de ver si lo que decíamos entre nosotros -sobre Europa, el terrorismo, el islam, los desafíos del presente- podía mantenerse delante de todos, no solo en nuestras reuniones...».

El primer sorprendido es él mismo, pues el libro, como dice Savorana, «ha abierto muchos procesos, ha iniciado caminos y desarmado a personas». Ha hecho nacer encuentros verdaderos, amistades capaces de dialogar «hasta las cuestiones más íntimas», añade Carrón. Pero, sobre todo, «ha crecido en mí la libertad de exponerme. La primera verificación ha sido para mí». Porque la respuesta que vivimos «debemos decirla delante de todos», para ver «si lo que llevamos el otro lo percibe como correspondiente. "¡Venid y lo veréis!"».

Aquí vuelve el diálogo. Giorgio apunta que «seguir a personas impactadas por el encuentro, obedecer a la realidad del que nos encontramos, nos lleva a parajes desconocidos». Es una dinámica que forma parte de «nuestro ADN desde el principio», señala Prosperi, propia del carisma original, y justamente por eso hay que volver a sorprenderla en su origen. Se habla de ecumenismo, de «afirmar lo positivo allí donde existe». De una experiencia de correspondencia profunda que Dima Strotsev, poeta bielorruso, expresa con dos versos deslumbrantes: «No puedo darte el significado, pero puede transmitirte mi estremecimiento». Cuando el toma y daca llega a la pregunta que a muchos acucia y que Pigi formula de la manera más sencilla («¿por qué es tan importante la forma del testimonio?»), salta una chispa decisiva, que llevará consigo mucho de lo que podéis leer en la Página Uno de Huellas.

Otro paso crucial llega por la tarde. En la mesa, Marta Busani, profesora de la Católica y autora de un libro precioso sobre los orígenes de GS. Ya la había oído hablar, he leído trozos del libro... pero lo que sucede tiene un sabor nuevo. No solo por las notas del contenido, todas de gran actualidad (la originalidad de don Giussani en el contexto eclesial, su redescubrimiento del sentido del yo, su apuesta inaudita por el deseo y la experiencia, la relación con Montini, la caritativa, la comunidad, el raggio, el diálogo como «comunicación de una existencia»...), sino por la conversación que emerge sobre el trabajo, sobre todo lo que ella ha aprendido («a no tener prisa por cerrar cuestiones, pues las preguntas eran más grandes que las respuestas y hacía falta paciencia, debía dejarme provocar hasta el fondo»), sobre la libertad. Cuando desde la platea se pregunta sobre «por qué todas estas cosas, que llevamos en nuestro ADN original, siempre corremos el riesgo de perderlas por el camino», se convierte en la ocasión para profundizar aún más con Carrón: «Decaemos porque somos frágiles. Pero eso no es ninguna novedad. También el Evangelio, el camino de los discípulos, es un continuo ver y decaer». La verdadera noticia es otra: «Esta preferencia única de Cristo por nosotros que nos arranca de la nada. Eso es lo que deberíamos mirar, y no nuestros errores». Sales lleno de silencio. Por la noche vuelves a entrar en la sala para escuchar, con el mismo silencio, las notas de las Armonie giottesche, el concierto de Marcelo Cesena que traduce musicalmente los frescos de la Capilla de los Scrovegni en Padua.

El domingo por la mañana salimos de excursión. Una serie de diálogos, preguntas, relatos mutuos, donde Daniele te cuenta lo que está aprendiendo de una circunstancia como un cambio en el trabajo, Ljuba te comenta sus dudas con un amigo kazajo, Domantas te pone al día de su amistad con un profesor al que invitó a un encuentro con Carrón en Vilna, Lituania.

Por la tarde, segunda sesión de la asamblea. Adele habla de sus colaboradores («diez chavales de nacionalidades diferentes»), que cambiaron y crecieron cuando ella decidió empezar a dialogar de verdad con ellos, porque allí podía haber algo bueno para ella. «El otro puede no desbloquearse nunca, pero yo empiezo a cambiar mi forma de relacionarme con él». «Así es, la cuestión es si entramos en relación con el otro con esta misericordia», apunta Carrón, es decir, «desafiando su humanidad». Gianni cuenta cómo la hipótesis de encontrar un bien en el otro ha hecho florecer la relación con su mujer y, a continuación, con los demás («he empezado a mirar a mi jefe como la miro a ella»). Carrón salta: «Este es el método. Una historia concreta es la clave de bóveda de nuestra manera de concebirnos. Él ha aprendido esto en la relación con su mujer, pero a partir de ahí ha visto el alcance cultural que tenía esa experiencia para llegar a todo. A nosotros nos parece poco», pero en cambio este método «tiene la potencia de hacer saltar por los aires a la ideología».

Más relatos, descubrimientos, observaciones. Se subraya la pretensión que tenemos tantas veces de esperar del otro «ciertas actitudes que solo pueden despertarse a partir de un encuentro, hace falta que les suceda a ellos lo mismo que nos ha sucedido a nosotros». Se retoma el «sí de Pedro», esa afirmación que da escalofríos («aunque caiga mil veces, no puedo más que decir: Señor, yo te quiero») y ese «vértigo último» que solo puede experimentar «uno que ya se ha apoyado en algo que es distinto, en una relación más profunda». Se habla de los hijos, de cómo acompañarlos en el descubrimiento de su vocación («él te pide, te pregunta, porque el hombre quisiera resolver todas sus dudas. ¿Pero tú lo sabes? ¿Sabes qué ha decidido el Misterio para él? Si dices que lo sabes, mientes». Entonces, «qué certeza tienes que tener para estar con él sin huir, pero también sin responder a sus preguntas en su lugar, para aceptar este vértigo...»). Se habla de tantas cosas...

La última noche, Stefano Alberto repasa rápidamente la Iuvenescit Ecclesia, la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre los carismas y movimientos. Un texto que retomar y profundizar para comprender la madurez a la que estamos llamados en un momento en que la Iglesia subraya de una vez por todas la «co-esencialidad entre dones jerárquicos y carismáticos», y recuerda que «su contraposición, igual que su yuxtaposición, sería síntoma de una comprensión erróneo o insuficiente de la acción del Espíritu Santo». Roberto Fontolan describió la actividad del Centro Internacional durante los últimos tiempos. Qué significa servir a la Iglesia, qué perspectivas se abren cuando la autorreferencialidad sustituye al deseo de «hacer juntos». Cuenta hechos, encuentros, iniciativas que están naciendo junto a otras realidades eclesiales. Cuánto se gana «siguiendo algo que no hemos programado nosotros». Lanzar puentes en vez de levantar muros. Como se puede leer en la síntesis...