Tú eres un bien para mí

«Es un grandísimo honor personal y del Meeting tener aquí a Luca Doninelli que con esta de hoy suma ya en estos años 49 contribuciones y encuentros». Es el agradecimiento de Emilia Guarnieri, presidenta de la Fundación Meeting, al presentar al escritor encargado de presentar el lema de este año.

«En las páginas de su novela Las cosas sencillas –continúa Guarnieri– describe una sociedad que se desmorona, donde los deseos decaen. Pero allí está Chantal, y su coraje de creer que el deseo de un hombre puede cambiar la historia. Es el coraje del Papa Francisco al definir como valiente el lema del Meeting, alguien que no se encierra en sus propios intereses y es capaz de testimoniar el diálogo».

«Nunca habría hablado de Chantal si no hubiera encontrado algo así en la realidad –responde el autor–. Es bueno hablar de lo que se conoce». Empezó dando las gracias a Erasmo Figini, artista y uno de los fundadores de Cometa. «Mirándole, he entendido que la vida consiste en decir sí a una invitación». La primera imagen que Doninelli propone a la multitud reunida en el auditorio es la de María que recoge en su seno el cuerpo del Hijo muerto. «¿Qué podía significar para María, en aquel instante, “tú eres un bien para mí”? Este es el abismo que se abre ante quien quiera abordar este lema sin caer en la retórica. Un abismo en el que es fácil caer si no acontece una gracia inimaginable, imposible, si yo mismo no tuviera la experiencia de alguien que me dice aquí y ahora: tú eres un bien para mí».

Doninelli propone tres observaciones. El dato culturalmente más impresionante es la incapacidad de Europa y de Occidente en general para afrontar con un juicio lúcido las tragedias que la están sacudiendo. «También entre nosotros debemos ayudarnos a descubrir una nueva mirada sobre el hombre». Occidente está al borde del colapso pero nuestra mirada es asfixiante. «Nos preguntamos qué será de nosotros, de nuestros proyectos, de nuestro shopping». Predomina la idea de crear un contexto perfecto prescindiendo del hombre, «el hombre entendido como un individuo aislado que cada vez importa menos».

¿Cómo cambiar esta espiral? Con un encuentro personal. «Recientemente murió la madre de un amigo mío. Estaba muy afectado porque ella se preguntaba: “Cuando me encuentre delante del Señor, ¿qué le voy a decir?”. Era evidente que para ella el encuentro con Dios era un encuentro personal». Un encuentro que pone en juego nuestra libertad.

El ponente ejemplificó, en cambio, las formas de decir “tú” dictadas por el poder, donde predominan el chantaje y la reducción. Donde la existencia del otro, ya sea persona u objeto, «parece manifestarse como una oposición, como algo que me veo obligado a soportar a mi pesar».

En cambio, «el otro es un regalo que yo no he elegido, la realidad obedece a un proyecto que no he hecho yo. Igual que la acera no obedece a la silla de ruedas que tengo que empujar, primero tengo que fijarme yo en su desnivel. Pero esta acogida del otro que nos pone en movimiento a nuestro pesar también nos llena de estupor cuando otro nos acoge así, abrazándonos tal como somos. Tú eres un bien para mí es la traducción de un abrazo».

Todo es para mí, no según la lógica del interés sino en el sentido de que nada me pertenece. El escritor recordó en este punto a un querido amigo. «Junto con otros, le hicimos compañía durante su estancia en el hospital donde murió. Las palabras que decíamos, que leíamos, se imponían con toda su verdad pero no podían responder al grito de aquellos ojos, porque la verdad siempre exige un salto y él se encontraba ante el salto más grande que existe, y le tocaba a él darlo. La respuesta estaba en el encuentro con uno que no éramos nosotros. Yo no soy la respuesta a tus preguntas, ni tú a las mías. No puedo ejercer un poder sobre ti, ni tú sobre mí».

La realidad asume el rostro del enemigo. «¿Quién es el enemigo? Aquel que puede incluso querer verme muerto sin que yo sepa por qué. Es la realidad que se obstina en ser incompatible con mis ideas. Es aquel que rechaza un libro sin ni siquiera haberlo leído. Amad a vuestros enemigos significa: amad vuestra vida incluso ante quien os la quiera quitar, amad lo que en ellos hay de vida, lo más bello que habéis recibido, defendiéndolo también con esa parte de vosotros que no lo entiende, en una posición de enemistad que también es nuestra».

Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. «Como cuando fui a París con alguien que luego se convirtió en un gran amigo. Al segundo día tuvimos una discusión muy fuerte. Mi enemigo no era Hitler, era él. Tenía que combatir mi enemistad. ¿Y qué me salvó? El recuerdo de lo que había recibido: estaba en París, la belleza me abrumaba. Eso es la vida: una belleza inmerecida. La conciencia del don ya nunca me abandonó, a pesar del luto y la fatiga. Siempre había alguien que me hacía recordar, como ahora este lugar donde estamos nos ayuda a recordar, que tú eres un bien para mí porque eres gratuito, porque eres un don».

La respuesta a la pregunta que todos se han planteado a lo largo de la historia, qué es un hombre, resulta «incierta y terrible; el hombre se considera como un medio, como vemos en la fecundación artificial o en los vientres de alquiler, pero eso no quita que un hijo nacido de este modo no pueda llegar a ser santo. Estamos hablando del pecado, no del pecador, ¿quién se salvaría si no?».
«Hace falta una posición cultural distinta. Una vez me quedé lleno de estupor –aquí el autor se detuvo un momento, subrayando el impacto recibido– cuando un amigo periodista al que estimo, después de unos hechos que le sucedieron, me comunicó su deseo de cambiar de trabajo. Yo iba a decirle “estás loco”, pero me invadió el estupor porque aquella manera suya de decir sí a las circunstancias era más humana, se correspondía más con la ley del universo, y entonces comprendí qué es la comunión: testimoniarnos una vida que solo nos pide decir sí».

La respuesta cultural que cambiará nuestra forma de vivir debe recuperar esta idea: «que un hombre vale por el hecho de ser hombre. Hemos dedicado milenios a construir una forma de vida buena para todos. Podrán arrancárnosla pero para que eso suceda tendremos que mantenerla aún a nuestro lado, no haberla despreciado ya». El rostro de nuestro mundo está destinado a cambiar profundamente pero «a cualquiera que venga le podremos decir: los que nos precedieron trabajaron durante siglos para mostrarnos que la vida es un don. Aunque ahora me mates, no lo olvides, todo es gratis, cada uno de nosotros es un don, por eso tú eres un bien para mí. Espero que tú también puedas repetirlo algún día y, si no tú, al menos tus hijos o los hijos de tus hijos».