«Así han cambiado nuestras vidas»

«Al comienzo del diálogo está el encuentro. De ahí nace el primer conocimiento del otro. De hecho, si partimos del presupuesto de la común pertenencia a la naturaleza humana, se pueden superar prejuicios y falsedades, y se puede empezar a comprender al otro según una nueva perspectiva». Estas palabras del Papa Francisco citadas por Adolfo Ceretti, profesor de Criminología en la Universidad Bicocca de Milán, describen bien el camino que hace siete años comenzaron unas decenas de personas, entre ellas autores y víctimas de delitos cometidos en los llamados años de plomo.

Marta Cartabia, vicepresidenta del Tribunal Constitucional, presenta el encuentro recordando la delicadeza necesaria para asomarse a la historia de estas personas, profundamente heridas por el mal causado y sufrido esos años, que aun así han aceptado encontrarse periódicamente y ponerse a dialogar. Estas experiencias se han recogido en El libro del encuentro, a cargo del padre jesuita Guido Bertagna, la jurista Claudia Mazzucato y el criminólogo Adolfo Ceretti.

Este último contó las fases decisivas del inicio, las incertidumbres, las resistencias y las fatigas de este camino que recuerda la experiencia sudafricana post-apartheid, la justicia reparadora de la que fue testigo de excepción Desmond Tutu. «Se trataba de hacer oír lo indecible, animar un encuentro en un espacio protegido que permitiera sacar a la luz el contenido de los soliloquios que suelen caracterizar siempre la vida de los que han cometido delitos tan graves y de los que los han sufrido como víctimas».

Agnese Moro, hija de Aldo Moro, y Maria Grazia Grena, ex miembro de las organizaciones de lucha armada de los años setenta en Italia, aceptaron narrar con gran intensidad y dramaticidad su itinerario personal. Para Agnese Moro, ante la constatación de que «la justicia penal no puede responder a la desesperada necesidad de justicia para uno mismo y para quien no merecía ese final», se interpone un obstáculo. «Lo que la violencia genera es una transformación de las personas en cosas. Poco importa que sean personas asesinadas o asesinas. Se convierten en “víctimas” o “verdugos”. En este punto no hay diálogo posible porque las partes son inanimadas».

Es la misma conclusión a la que llegó Grena. Creía haber saldado sus cuentas con el pasado al haber cumplido su pena, obtener la reinserción y rehacer su vida, incluso comprometida socialmente. «Es necesario volver a ser personas los unos para los otros, con alma, sentimientos, expectativas -afirmó la hija de Moro-. Ha sido de gran ayuda la confianza de estas personas “de fuera” que nos han acompañado en este camino tan difícil, con crisis, llantos y abrazos. Yo creía que el dolor era patrimonio exclusivo de nosotros, las víctimas, y en cambio he visto que el dolor también es suyo. Con estas personas hemos renacido como seres humanos vivos, colocando el pasado, por horrendo que sea, en su lugar».

«Queríamos vida y dimos muerte -concluyó Maria Grazia Grena-. Retomar los motivos que nos movieron ha sido extremadamente importante para recuperar las razones de nuestra vida ahora. He recuperado aquella pasión de cuando a los veinte años destruí mi vida y la de los demás».

«Esta experiencia puede tener un alcance cultural enorme -terminó diciendo Marta Cartabia-. Una reflexión sobre la justicia que todos anhelamos, también en nuestros conflictos diarios, con la certeza de que nadie es irrecuperable».