Trabajar: una experiencia de libertad

Ángel Misut

La Compañía de las Obras nos convoca en Madrid a una nueva edición de ConoCDO, bajo el lema “Trabajar: una experiencia de libertad”. Toda una provocación, sobre todo en estos tiempos en los que la cultura del descarte, que tanto denuncia el Papa Francisco, no deja de acecharnos en los más diversos aspectos de la vida.
La propuesta se concreta para el próximo 24 de junio y, aunque no podré estar físicamente porque otras obligaciones me impiden estar en Madrid en esa fecha, no puedo dejar de comunicar lo que supone en mi vida la pertenencia a la Compañía de las Obras.
También lo hago consciente de que nos acecha el riesgo de pensar que estos encuentros son un acto más en una agenda ya muy repleta de todo tipo de propuestas, o confundirlo con algo para empresarios o gente con interés en el mundo de la economía (no son pocos los que todavía identifican así a esta asociación). Estos criterios no solo no hacen justicia a la realidad, sino que pueden inducir a perderse una relación que te puede cambiar la vida.

Si tuviera que sintetizar mi experiencia en la CdO, desde su fundación en España hace casi 18 años, debería utilizar dos frases: «He tenido experiencia de lo que supone ser acogido» y «aquí he aprendido la belleza de ‘trabajar con’ otros».
Me incorporé al grupo de fundadores de la CdO en España siguiendo la propuesta de mi amiga Carmina Salgado. Más por intuición que por claridad, acepté incorporarme al primer equipo directivo que comenzaba a poner en marcha la organización. Después de muchos años desempeñando labores directivas en distintas empresas, con bastante éxito –por qué negarlo– no me podía imaginar que en muchos aspectos de mi praxis laboral volvería a partir de cero, para aprender a desarrollarlos de un modo más humano y más eficaz.
Fueron determinantes todas las relaciones que surgieron dentro de ese equipo y sería prolija la lista de nombres, cuyos rostros mantengo permanente en la memoria, pero no puedo dejar de hacer una mención especial a las reuniones semanales, a la hora de comer, con Carmina, Maite Barea (q.e.p.d.), Manolo Fernández y Agustín de Vicente, en algunos casos José Miguel Oriol, y después Paco Montero. En algo menos de dos horas, desplegaban ante mí un modo de relacionarse y trabajar hasta entonces desconocido, que reflejaba una irrenunciable pasión por el hombre y que, poco a poco, me fue contagiando. Nunca les podré agradecer adecuadamente todo lo que viví y aprendí con ellos.
En definitiva, un grupo de personas, hasta entonces perfectos desconocidos para mí, no solo me aceptaban, sino que me acogían como uno más, como si nuestra relación fuera de toda la vida, y me tomaban de la mano para mostrarme un mundo totalmente diferente, en el que el otro tiene un valor en sí mismo por el mero hecho de que es querido por Dios, y este hecho debe tener consecuencias irrenunciables en todos los aspectos de la vida.

Ellos me mostraron cómo la Compañía de las Obras es una amistad y un lugar de juicio, donde nada de lo que se vive y que sucede puede ser ajeno. Sobre todo lo que sucede hay algo que decir, hay algo por lo que luchar.
No exagero si afirmo que la Casa de San Antonio, en Fuenlabrada, y su forma de afrontar la relación con los necesitados que atendemos, o la relación con otras organizaciones, no existirían sin esta seña de identidad que la Compañía de las Obras estampa en lo más profundo de todos los que se implican en ella.
Esto sigue y seguirá sucediendo mientras exista alguien que se deje impactar por el carisma de don Giussani que contagia a esta realidad desde su inicio, desde el famoso caso del Vino de Álcamo, en Sicilia. Si no tratamos de ayudar a un amigo en dificultad, ¿qué clase de amistad sería la nuestra? Amigos, dejémonos contagiar.

Para más información sobre la Compañía de la Obras España visita su web:
www.cdo.es