La exposición sobre el metropolita Antoni en Minsk

Tierra de frontera y de encuentro

Stefano Pichi Sermolli

Minsk es una ciudad ordenadísima, casi perfecta. Casi da la sensación de entrar en la escenografía de la película El show de Truman, donde los edificios, las calles, los jardines, son demasiado perfectos. Aunque, a diferencia de la ciudad de Truman, la mayor parte de los edificios son grises, de arquitectura soviética. En el corazón de la ciudad, del 27 al 29 de mayo, se ha celebrado la segunda edición de un festival cultural organizado por algunos amigos bajo el título Pamiežža, “Tierra de frontera”.

«Bielorrusia es un espacio donde siempre se han encontrado diversas tradiciones», explica Dimitri Strotsev (Dima para los amigos), poeta y escritor ortodoxo: «Muchos entre nosotros son ortodoxos, pero también hay un gran número de católicos. En los países limítrofes, Lituania, Polonia, Rusia y Ucrania, no es así. Allí hay una gran mayoría ortodoxa o católica, pero aquí es distinto. En Bielorrusia hay una paridad numérica que paradójicamente corre el riesgo de convertirse en una frontera». Una imagen rápida de este tipo de frontera es la que rápidamente dispara Andrei Strotsev, hijo de Dima, mientras paseamos por el centro de la ciudad. «Hace veinte años, en esta plaza solo habríais encontrado esta iglesia, era la catedral católica. Hoy esta misma iglesia es la catedral ortodoxa, mientras que la católica se ha construido más adelante». Pero este límite también puede convertirse en recurso, puede llegar a ser el espacio de un encuentro, del verdadero encuentro. «Por eso nuestro festival se llama Pamiežža», dice Dima.

Un festival inspirado en el Meeting de Rímini, donde se dan conferencias, se presentan libros, se lee poesía, se discute sobre la actualidad social, se come juntos, se muestran exposiciones. De hecho, el punto central de estos días ha sido una exposición sobre el metropolita Antoni, realizada con ocasión del Meeting 2015 y ahora traducida al ruso. «El trabajo de esta exposición comenzó hace muchos años», cuenta Alexander Filonenko al comenzar nuestra visita guiada. «Trabajamos con cien estudiantes de cinco países: Ucrania, Bielorrusia, Rusia, Lituania e Italia».

Una exposición que no nació de un proyecto sino de la historia viva de una amistad imprevista. Tras la traducción de los textos al ruso, Minsk ha sido la primera etapa de un itinerario que pronto la llevará a Moscú, Ucrania y Lituania. Antes de la visita guiada, estaba programada una presentación del Meeting de Rímini: su historia, su próxima edición, pero sobre todo el relato de cómo una amistad entre Rímini y estos amigos ortodoxos repartidos entre Rusia, Bielorrusia y Ucrania ha crecido a lo largo de estos años.

Son muchas las personas que atienden a la explicación que hace Filonenko de los paneles dedicados a la historia del metropolita, pero Dima precisa que lo importante no es el número de participantes. «Estoy convencido de que también una pequeña minoría, con una propuesta clara, puede tener incidencia social». Entre los visitantes se encuentra Natasha, que al término de la visita se da a conocer. «Quería estar aquí hoy, aunque he tenido que recorrer un largo camino antes. Conocí el movimiento hace muchos años en Italia, en Pesaro, cuando fui a acompañar a unos niños de Chernobyl para un tratamiento médico. Entre esos niños estaba también mi hija, a la que por desgracia perdí hace poco. El encuentro con el movimiento ha sido el único punto de esperanza, me ha permitido vivir el drama más doloroso que se pueda imaginar, como es la muerte de una hija».

Por la tarde, vamos a ver los frescos del Buen Gobierno de Siena, con explicación de Mariella Carlotti, comisaria de una exposición sobre la obra de Lorenzetti en el Meeting 2010. Nace inmediata la curiosidad de preguntar a Dima: «¿Pero qué tiene que ver Siena con Minsk?». Dima sonríe, le encanta poder responder a esta pregunta. Bielorrusia, como todos los países post-soviéticos, sufrió 70 años de poder durante los cuales la libertad fue destruida, se aniquilaron las normas comunes que regulan la vida social, las que afectan a la persona, explica Strotsev. «La idea de bien común es como si hubiera desaparecido. En la Bielorrusia contemporánea parece que la vida política nunca más podrá volver a ser digna. Hasta los cristianos tienen demasiado a menudo este sentimiento». En este sentido, los frescos de Siena representan, a los ojos de los cristianos bielorrusos, que es posible mostrar claramente la unidad de la vida y de la persona.

«El lenguaje de estos frescos parece ir directo al yo post-soviético», continúa Dima. «Un hombre contemporáneo post-soviético, de hecho, ni siquiera llega a imaginar un sujeto pensante, capaz de regular la vida pública, que no sea el Estado. Por eso los frescos de Siena sobre el bien común son para nosotros un gran desafío». Escuchando a Carlotti está también Yulia, a la que esa mañana había conocido por casualidad una amiga que venía de Moscú y la invitó al festival. Nada más terminar el encuentro, sale corriendo a dar las gracias a todos.

Los tres días llegan a su punto final con una conferencia del filósofo francés Jean-Noël Dumont que intenta contar qué significa la presencia de los cristianos en la sociedad contemporánea y su papel en la vida pública. Son muchísimas las ocasiones de diálogo durante el festival: con Aleksei Novikov, ortodoxo de Minsk, el primero de la comunidad de CL en Bielorrusia; con Jean-Francois Thiry, de la Biblioteca del Espíritu en Moscú; con Ania Strotseva, con Aleksander Filonenko, con las amigas de Moscú, con Alex Sigov, di Kiev. Encuentros, aunque demasiado rápidos, en una tierra de frontera que inmediatamente se convierten en la ocasión de descubrir algo más de sí mismos. En estos días, hay una frase del metropolita Antoni que se ha repetido muchas veces y nada describe mejor lo sucedido en Minsk: «Cada encuentro viene de Dios, porque cada encuentro es el instante en que las personas se encuentran cara a cara, a veces por un brevísimo instante, pero al mismo tiempo también para siempre, pues cuando el encuentro se da con el corazón, con fe, con caridad, con una esperanza común, con el signo de la cruz, con la luz de la victoriosa resurrección que vendrá, ya es imposible separarse, las distancias terrenas ya no separan a las personas».

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