Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera.

Polito: «El fatigoso trabajo de la libertad»

Paolo Perego

Observador privilegiado de la realidad italiana, Antonio Polito, subdirector del Corriere della Sera, ha leído el manifiesto de Comunión y Liberación de cara a las elecciones administrativas italianas y «me ha llamado mucho la atención la expresión "desánimo de la libertad". Es una tema que me preocupa mucho».

¿Por qué?
Porque es un punto crucial de la crisis de Europa y, más en general, del Occidente "cristiano". La libertad es un ejercicio fatigoso, aunque para todos sea un valor indiscutible. Pero, como dice el manifiesto, comporta responsabilidad. Es difícil elegir cada vez cuál es el bien común, y muchas veces somos dados a dar respuestas populistas o demagógicas. O bien tendemos a sustituir este fatigoso trabajo de la búsqueda del bien por la rabia, la simplificación, el "echar la culpa a alguien".

¿Entonces?
Demasiadas veces esperamos obtener el bien común de la política, entendida como entidad abstracta. Como si tuviera que venir de alguien ajeno, de lo alto. En cambio viene de la propia comunidad. Ahí está la calidad de la política, depende de la calidad de la comunidad que la expresa, mediante la selección, las clases dirigentes, el voto... Una sociedad mejor tendrá una política mejor. Pero el "desánimo de la libertad" lleva a la sumisión bajo un poder que se impone. Que puede ser Dios en la versión paranoica de los fundamentalistas islámicos, o el poderoso de turno en la versión más mísera del clientelismo del crimen organizado. Es lo contrario de la libertad, una vía de escape cuando no se tienen las fuerzas necesarias para ejercerla. Esta sumisión, hablando de política, es la muerte de la democracia, porque esta solo puede vivir si hay ciudadanos informados y activos.

¿Realmente nos jugamos tanto?
Ningún régimen es para siempre. Sin duda, en Occidente hoy es difícil sustituir la democracia por regímenes autoritarios. Pero en cualquier caso existe un grave peligro que se llama indiferencia. Es decir, otro modo de conceder más poder a quien ya lo tiene, disertando o desvinculándose. En este sentido, el desánimo de la libertad puede provocar la crisis de la democracia: de participación, de confianza, de relación entre representantes y representados. Es un riesgo que corre Europa entera. Reclamar a la libertad y a la responsabilidad resulta esencial para una democracia, que consiste en el ejercicio del poder por parte del pueblo, no solo en un sistema de partidos. Si el pueblo no ejerce este poder, entonces llegarán otros con oligarquías, aristocracias y otras formas modernas de deformación del principio democrático.

¿De dónde nace este desánimo? ¿Es culpa solo de la sociedad?
Es una crisis del humanismo, como dice el papa Francisco, citado en el manifiesto. En el centro de la acción colectiva ya no está el hombre concreto ni sus vínculos comunitarios. Es una crisis cultural, no tengo ninguna duda, aunque se hable más de crisis económica y política. Se usan muchos términos para las valoraciones cotidianas. Pero habría que leerlos como aspectos de una crisis del humanismo, de los valores en los que se basa la consideración de la persona en una sociedad cristiana como la nuestra. Cosa que debería llevarnos a no pedir ni esperar demasiado de la política en este sentido. Pensemos en la economía de una sociedad: está determinada por los comportamientos económicos de la comunidad. En Estados Unidos, uno de los índices más importantes, hasta el punto de influir en la marcha de la Bolsa, es la confianza de las familias. La economía está hecha de la suma de comportamientos de la gente en las relaciones entre unos y otros. Tiene un origen cultural. Pero bien visto, cualquier fenómeno que denunciemos como "crisis" tiene un origen cultural. Vale también para la política. Cuando nos quejamos de la calidad de nuestra clase dirigente, antes deberíamos preguntarnos cuáles han sido nuestras decisiones, nuestros valores, nuestra tensión moral. Por eso me parece oportuno el juicio de CL.

¿Puede explicarlo mejor?
Comunión y Liberación se ocupa de lo que afecta a su naturaleza como movimiento eclesial antes que de las consecuencias políticas que de ahí puedan derivar. Pero precisamente por eso es importante este manifiesto. En los últimos años, se ha confundido muchas veces en Italia al movimiento con la política "organizada". ¿Motivo? Por un lado, CL siempre ha propuesto no abstraerse de la vida de la sociedad. Es un movimiento que no se limita a despertar las conciencias sino que invita a comprometerse en lo cotidiano, en la búsqueda del bien común. Precisamente esto ha podido hacerle llegar hasta la política, a entrar en contacto con ella. Justamente, porque el bien común también se persigue en la acción administrativa y de gobierno. Pero esto, a veces, ha generado algún cortocircuito, con vicisitudes políticas o judiciales de personas que han salpicado al movimiento. Y luego están los esquemas, si CL es de unos o de otros, que si Andreotti o Renzi, de derechas o de izquierda. Sé que todo esto también ha generado un debate interno y recuerdo una carta que Carrón escribió a La Repubblica, hace unos años, indicando un punto firme sobre la naturaleza del movimiento. Este manifiesto es útil porque restablece las condiciones y motivaciones de ese compromiso: el bien común. Es una tarea de todos los buenos ciudadanos, cristianos incluidos.

Un compromiso que pueda contribuir a ensanchar horizontes, continúa el manifiesto. ¿Qué horizontes, cree usted? ¿Realmente existe esta posibilidad?
Yo veo muchos horizontes, algunos muy cercanos y oprimentes. Percibo en la política poca ambición o capacidad para fondearlos, pocas ganas de concebir las decisiones de cada momento dentro de un camino y con una dirección. Hacen falta, sobre todo, políticos que nos digan hacia dónde vamos, adónde nos quieren llevar, líderes en el sentido literal del término, guías. Porque para guiar, ante todo hay que indicar hacia dónde caminamos, cuál es el horizonte que quieres fondear. En Europa ha habido momentos en que se percibe esta tensión. Por ejemplo, en la iniciativa de Merkel cuando dijo que Alemania era capaz de acoger a los refugiados sirios y que Europa tenía el deber de hacerlo. Cierto que luego recalibraron el tiro para no perder las elecciones. Sin embargo, en este tipo de casos se ve ese deseo de ensanchar el horizonte: alguien que imagina cómo serán nuestras sociedades dentro de cincuenta años y empieza a comportarse, ahora, de manera coherente con esas ideas. Pero la realidad es que los políticos ahora parecen más preocupados por el corto plazo. Plazos electorales. Como decía De Gasperi, «Un político mira a las próximas elecciones, un estatista mira a la próxima generación».

¿Y los cristianos? ¿Cuál es su tarea?
La Iglesia tiene su propia tarea como misionera del apostolado respecto a los valores que desde siempre ha portado la religión cristiana. Es más, que tienen su origen precisamente en el cristianismo. Como la laicidad del Estado, con Jesús respondiendo a Pilato: «Mi reino no es de este mundo». Aquí se fija el fundamento del sistema político occidental de los siguientes dos mil años. Por primera vez en la historia de la humanidad, la religión establece un espacio de autonomía para la política. No propone una solución teocrática al gobierno de las comunidades. «Yo no me ocupo de esto, dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». Es una revolución. Y fundamente la posibilidad de una evolución en las formas de gobierno que llegará hasta la democracia a lo largo de los siglos. ¿Por qué en Asia y en otros lugares no ha sido así? Esta es la respuesta. La Iglesia debe testimoniar esos valores. El Papa está dando una fortísima sacudida en este sentido, con su Iglesia "hospital de campaña", como diciendo: «Estamos en la sociedad, ocupémonos del bien común».

Entonces, ¿qué futuro nos espera?
Depende de nosotros. La sociedad está en un momento de transición y dificultad, no está muy segura de sus propias piernas ni sabe dónde quiere ir. En estos años ha estallado una gran cantidad de egoísmos, corporativismos, particularismos, enemigos todos del bien común. Es una crisis ética, pero también de educación, es decir, de transmisión de esos valores. Sin duda, es una transformación y puede ser una oportunidad, pero también puede llevar a un colapso, a situaciones peores, siempre desde el punto de vista del humanismo, sobre qué está en el centro de un sistema de valores. Depende de la dirección que se tome. Siempre estamos basculando entre el progreso y la barbarie. Por eso hay que hablar, dialogar. No sé decir hacia dónde caminamos. Solo puedo decir hacia dónde debemos caminar. Y me parece que el manifiesto ofrece direcciones válidas.