Refugiados en la isla de Lesbos

Volver a Lesbos para sentirse en casa

Paolo Perego

«Queremos ir. Llévanos también a nosotros». Una frase banal, común. Pero que deja sin palabras cuando sale de la boca de un grupo de refugiados sirios que han quedado bloqueados en Atenas después del cierre de fronteras. Les gustaría ir a ver al Papa este sábado a Lesbos, esa isla que –como casi un millón de personas entre sirios, afganos, iraquíes…– abandonaron hace apenas unos días, después de arriesgar su vida para atravesar los pocos kilómetros de mal que separan Turquía de las islas griegas. «Parece paradójico que quieran volver atrás para venir conmigo a recibir a Francisco, pero me gustaría expresar al Santo Padre esta gratitud suya».

Lo cuenta el padre Joseph Bazouzou, sacerdote armenio católico, administrador apostólico del orden armenio en Atenas. «Llegué a Grecia hace diez meses. Vine de Alepo. Soy sirio y era párroco en la iglesia de la Santísima Trinidad, en pleno frente de combate». No “cerca”, sino “dentro”. Tanto que ya no podían utilizar las puertas para entrar en ciertas partes de la parroquia, destruidas por el fuego de los francotiradores y las bombas de mortero.

Le enviaron a Atenas para acompañar a las comunidades greco-armenias. Pero su Siria le siguió. «Cuando llegué, los desembarcos en el Egeo para atravesar Grecia de camino a Europa apenas habían comenzado. Pero enseguida, en nuestras dos parroquias de Atenas, empezamos a ofrecer asistencia». Hoy, en varios lugares, obispado incluido, acogen a más de sesenta refugiados. «Antes solo estaban de paso, se quedaban unos días y volvían a marcharse». Ahora están bloqueados en una situación de estancamiento. Algunos han decidido volver a Turquía, confiando tal vez en la posibilidad de una reubicación en un país de la UE después de los acuerdos entre Bruselas y Ankara.

«La realidad es que no se entiende bien qué solución puede haber. Es verdad que llegan menos, pero los desembarcos no se detienen, y hay que ayudar a estas personas». Son decenas las ONG locales y extranjeras que se prodigan desde hace meses en la asistencia diaria a estos refugiados, que ya son más de 50.000, repartidos por todo el territorio heleno, entre las islas, las ciudades y la frontera septentrional. También está llena la casa de acogida de Cáritas en Neoskosmos, cerca de una de las parroquias armenias, donde viven y trabajan Silvia y Francesca, dos voluntarias de la Cáritas italiana, comprometida junto con otras Cáritas europeas, en un proyecto de apoyo a las sedes locales. «Intentamos ayudar sobre todo a las familias con más dificultades. Hace unos días le describí a una mujer siria los términos del acuerdo euro-turco… y se echó a llorar. No entendía el porqué y es difícil explicárselo».

Ahora llega Francisco a Lesbos, acompañado por el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y el arzobispo de Atenas, Hieronymos. Una decisión que tomó hace pocos días para expresar su cercanía a los refugiados y al pueblo griego, «tan generoso en su acogida», en un lugar símbolo del drama de los inmigrantes, respecto a los cuales, ha dicho Francisco, «nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino».

«Un gran consuelo para nosotros, y una gran esperanza», continúa el padre Joseph, que aunque no sabe nada seguro del programa previsto por el pontífice, ya ha reservado el billete y una habitación en la isla. «Es mi jefe…», esboza una sonrisa, pero luego vuelve el tono serio: «No viene solo para los cristianos, pero para muchos de ellos este gestos representa una compañía real en medio de la tragedia que están viviendo». Una compañía, la de la Iglesia, que siempre han buscado. «Muchos hermanos sirios, aunque solo estén en Atenas de paso, han venido a buscarme… A veces es solo una llamada para decirme que están aquí y que esperan poder llegar a alguna parte». Es como si durante el viaje siempre buscaran su casa, donde este sábado quien abrirá la puerta para recibirles será el propio Francisco.