Una imagen del aeropuerto de Bruselas.

«Pensé en Auschwitz»

Luca Fiore

Es media tarde en Square de Meeûs, el barrio europeo de Bruselas. Han pasado nueve horas de los atentados en el aeropuerto de Zavantem y en el metro de la capital belga. Riccardo Ribera D’Alcalà, jefe de la Dirección General de Políticas Internas en el Parlamento europeo, todavía no tiene la certeza total de que ninguno de sus colegas y colaboradores esté entre las víctimas. Ha pasado toda la jornada pendiente de los acontecimientos, con la indicación de no abandonar el edificio. En las pantallas se ven imágenes de gente que huye y de los escombros que han dejado las bombas. Vuelven a su mente las palabras de Julián Carrón después de los atentados en París el pasado 13 de noviembre: «Ante nosotros se abre paso una evidencia: la vida de cada uno pende de un hilo, nos pueden matar en cualquier momento y en cualquier lugar».

Sigue esperando. La tarde anterior él mismo estuvo en el aeropuerto, pero esta mañana no ha tomado el tren ni el metro, como suele hacer: «Sí, la vida es frágil, nos podría pasar a cualquiera. Normalmente no lo piensas, pero en estos momentos resulta evidente. Nos obliga, como señalaba Carrón, a preguntarnos por qué vale la pena vivir. Si uno se lo vuelve a preguntar, lo que vive deja de ser banal, automático o mecánico. Los que esta mañana iban en el metro a trabajar o esperaban a embarcarse en un avión, pero también alguien como yo, funcionario de la Unión Europea».
Todos estos pensamientos bullían en la cabeza de Ribera, entre el intento de averiguar si todos sus amigos estaban bien y el deseo de cooperar con los fuerzas del orden, pues parece que el Parlamento europeo sigue siendo uno de sus objetivos prioritarios. «Ante la fragilidad de la propia vida, uno tiene que poner en juego sus razones para vivir, su religiosidad, su deseo de bien. Somos arrancados de la distracción, lo veo claramente entre mis compañeros en este momento. Por supuesto que nos dedicamos a los aspectos técnicos de lo que está pasando, pero es difícil que uno deje a un lado su propia humanidad. Se ve en la seriedad con que todos viven ahora».

Cuando llamó a su mujer, Maria Angela, hablaron también del viaje que había hecho los días previos, el que le había llevado la tarde anterior a aterrizar en Zavantem. «Fuimos de peregrinación a Czestochowa y, entre otras cosas, fuimos a visitar Auschwitz», explica Ribera. «Con estos atentados, vuelves a preguntarte sobre la presencia del mal. Cómo es posible cometer actos así, si todo esto es inevitable y cómo no rendirse. He vuelto a pensar en Auschwitz porque allí también, en el lugar de la mayor humillación del hombre, donde la humanidad se vio aplastada y ofendida de tal manera, justo allí hubo alguien que con su vida transformó aquel infierno en un lugar de Gracia. Mi mujer y yo quedamos muy conmovidos por la historia de Massimiliano Kolbe, un cristiano cuyo gesto invirtió completamente la dinámica del mal. Y esta mañana volvía a pensar en eso: que un acto tan insensato como estos atentados pueda transformarse –no puedo decir cómo a priori– en ocasión de bien».

Bruselas, Polonia, también Oriente Medio. «Cada día, en las zonas devastadas por la guerra, entre las poblaciones afectadas hay muchos cristianos que son perseguidos. Viven diariamente el desafío que esta mañana nos ha sacudido a nosotros. Estas personas nos enseñan a vivir algo que pensábamos que estaba muy lejos de nuestras casas».