Carrón con Fausto Bertinotti.

Una revolución cultural de la mirada

Stefano Andrini

«De la catástrofe inminente solo nos puede salvar una revolución cultural de la mirada, fundada en la recuperación de un imprevisto que haga visible lo que un instante antes no lo era». Son palabras de Fausto Bertinotti, presidente de la Fundación "Cercare ancora" con motivo de la presentación en Rímini del libro de Julián Carrón La bellezza disarmata. El recinto ferial estaba lleno de gente, presenta el acto Manlio Gessaroli, responsable diocesano de la Fraternidad de CL, que leyó el saludo de monseñor Francesco Lambiasi, obispo de Rímini. Banda sonora inicial con La mente torna de Mina y una pieza de Villa-Lobos interpretada por el maestro Piero Bonaguri. Después empieza el diálogo, que no defrauda las expectativas, moderado por Andrea Simoncini, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Florencia.

Bertinotti entra inmediatamente en arena y aborda las cuestiones que plantea el libro, con términos como "imprevisto", "acontecimiento" y "encuentro". «Estas palabras resultan indispensables como, cuando sucede hoy, vivimos una crisis de civilización. Sin el imprevisto, estamos condenados a respirar el aire mefítico de nuestro tiempo. El Papa Francisco, al que lamentablemente se le escucha poco, fue el primero en hablar de tercera guerra mundial a trozos y hoy vemos con nuestros propios ojos la devastación que está produciendo. Por lo que se refiere a Europa, la crisis de civilización es evidente en las manifestaciones de violencia, en la opresión, en la falta de consideración hacia el otro. Sin olvidar las dramáticas situaciones de empobrecimiento creciente y esa lógica del sistema económico que considera a los hombres como posibles descartes. Ante este escenario, el imprevisto y el acontecimiento determinan el redescubrimiento del otro como parte necesaria de tu propia construcción personal y se configuran como una necesidad histórica».

Y continúa: «A mí, no creyente, crisis, fe y nuevo inicio me hablan en términos directos, al estar en el umbral de una posible catástrofe. O bien corremos el riesgo de que la salvación ya no esté a nuestro alcance, a menos que... En este "a menos que" está el terreno para la intervención del imprevisto y del acontecimiento. Aquí está la posibilidad de reconstruir un destino común. La bellezza disarmata de la que habla Carrón me parece connatural a la misericordia de la que habla el Papa Francisco. Cuando lanzó la idea del Jubileo, el terrorismo todavía no estaba tan presente. Pero cuando el terrorismo entra en escena, la intuición de la misericordia se revela como la única propuesta sensata que contraponer».

Entre los temas elegidos por Bertinotti para este "singular duelo" está también la pérdida de las evidencias, que da origen a esta crisis de civilización. «La Ilustración intentó una operación muy ambiciosa. Retoma todos los valores que la historia del cristianismo había depositado en la humanidad, los hace suyos como parte de la historia de la razón, pero al mismo tiempo empieza a descuidar el elemento causal de estos valores, el testimonio de Cristo. Yo la considero culpable de una presunción que ha falsificado la historia con la idea de que el conocimiento útil es el motor de un progreso ininterrumpido. Esta idea, que implica a todo el movimiento obrero y a cierto catolicismo, se ha mostrado desastrosa. Especialmente para el movimiento obrero, al contribuir particularmente a esta pérdida de las evidencias y destruir la conciencia de su pueblo».

Carrón no se echa atrás ante la provocación de Bertinotti sobre la corresponsabilidad y recuerda una de las últimas entrevistas concedida por don Giussani, cuando ante la pregunta: «¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad o es la humanidad quien ha abandonado a la Iglesia?», responde: «Las dos cosas». Era el reconocimiento, comenta Carrón, de que «este abandono de los valores, este intento ilustrado de salvar los valores, nacía antes aún de una derrota del cristianismo. Porque las contraposiciones entre las confesiones y las guerras de religión son fruto de su división». El sacerdote español cita luego a Benedicto XVI: «Se intentó mantener los valores esenciales fuera de las contradicciones y buscar una evidencia que les hiciera independientes de las múltiples divisiones de las diversas confesiones». Se intenta salvar los valores, observa Carrón, pero es un desvío ilustrado porque en el testimonio cristiano ya no eran evidentes los valores que debían ser patentes para todos.

Según Carrón, un acontecimiento que pueda reconstruir esto aún es posible. «El imprevisto ha sido una mirada sobre el hombre que le hace consciente de lo que hay en él. Todo el moralismo de los fariseos no había cambiado nada. Lo que cambió fue la misericordia de Jesús que desafió al mundo como nadie se había atrevido a hacer. Llegó a sacar de Zaqueo lo que para él era invisible: su dignidad, su capacidad de renacer. Poniéndolo en movimiento. Sin que vuelva a acontecer el imprevisto, ninguna historia será posible. Pero hay muchos pequeños signos de que un nuevo inicio es una esperanza concreta también para vencer el individualismo». ¿Basta un "yo" cambiado para hacer la revolución? ¿No es demasiado poco? Bertinotti: «La cuestión del imprevisto, en mi historia, se plantea con la misma intensidad. El movimiento obrero intenta constituirse como pueblo visible en la historia y por eso cree que puede descuidar el imprevisto, pero con la conquista del poder vuelve a hacerse invisible. El Estado ocupa su lugar y es retratado por la historia. Esto vuelve a proponer en términos parecidos lo que dice Carrón sobre el imprevisto. Si piensan que basta en esta crisis de civilización con volver a escena mediante el mecanismo de la democracia representativa, no van a ninguna parte, porque la crisis de civilización es tan profunda que les está devorando y les resta influencia en la vida cotidiana de la gente».

El autor del libro admite que la tentación de que podemos apañarnos sin el imprevisto también está en el cristianismo. Y observa: «En nuestra historia asume la forma de la reducción ética, con la ilusión de llegar a actuar independientemente. Pero si no vuelve a suceder el acontecimiento en todos los pasos del camino, nos convertimos en mecanismos de un engranaje: la liberación está acabada. No solo para los no creyentes, también para nosotros».

Antes de terminar, Bertinotti lanza un reto: «Debemos salir del recinto: fuera hay muchas cosas y múltiples inspiraciones que convergen en un punto. El individualismo se puede vencer haciendo socialidad y comunidad. El "yo" nuevo es necesario, pero no suficiente. El "yo" no se mantiene en pie sin un nosotros. La construcción de comunidades es la única respuesta ante el desierto». El individualismo se vence, concluye Carrón, si «el yo cambiado se realiza en el vínculo y en la pertenencia a un pueblo donde uno llega a ser él mismo. Lo mismo vale para un no creyente: que se encuentre con personas con las que perciba que sin la relación con ellos se pierde algo».