«Esa doble búsqueda de vida plena y de inteligencia»

Las palabras del sociólogo español en la presentación en Madrid de la biografía "Luigi Giussani. Su vida"
Víctor Pérez-Díaz

Ante todo, muchas gracias por esta inesperada invitación para participar en esta conversación amistosa y verdadera entre todos nosotros. Yo he leído el libro de Alberto Savorana con muchísimo interés. Me ha parecido un recorrido al mismo tiempo cuidadoso, respetuoso, amoroso, reflexivo, de lo que es un itinerario como el recorrido de un sendero, paso a paso. Una vida que se va construyendo primero con una especie de ímpetu, de impulso de vida, de deseo infinito de vivir, leopardiano, que se sobrepone a los pesimismos ancestrales del poeta; y al mismo tiempo con una apuesta por la veracidad, por la inteligencia o por el entendimiento de sus propios pasos, en haciéndose, una vez hecho, por la trayectoria que marcan, por el contexto en donde tienen lugar. Algo así como un doble ímpetu del sentimiento, del deseo de vivir, de vida que quiere ser amor, eternidad, vida quiere eternidad; y de inteligencia.

Ese es un punto que me ha llamado muchísimo la atención, que me ha parecido como una llamada a lo fundamental, como una respuesta a cuestiones básicas. Yo entiendo el libro y entiendo la trayectoria de Luigi Giussani como esta doble búsqueda de vida plena o de plenitud en la experiencia de vida, y de inteligencia y análisis por así decirlo, reflexión, análisis es quizá una palabra demasiado fría, demasiado académica, la reinterpretación continua de aquello que estamos viviendo, que no comprendemos del todo, por lo tanto queda siempre algo así como en tentativa, el último sentido tiene un toque de misterio y lo iremos comprendiendo. Cuando encontramos a alguien, palabra clave encuentro, es decir, que cada paso son encuentros, comprender qué encontramos, a quién encontramos, si le queremos hacer el bien ¿cuál es su bien?, cómo podemos hacer el bien de alguien a quien no entendemos, requiere, exige, esa mirada lúcida.

De manera que yo en todo esto veo, en la factura del libro, en la vida misma, quizá en mi manera de reaccionar a él, porque nos interpretamos mutuamente, veo algo así como un tema crucial de disposición a escuchar. Se trata de escuchar los propios latidos, de escuchar las gentes en torno, se trata de escuchar la situación en la que estás, se trata de escuchar la música de las esferas, como decían los antiguos. ¿Qué significa realmente un espíritu tan musical, tan poético, tan musical, tan racional al mismo tiempo, tan musical? Una disposición a escuchar. Es estar en una escucha permanente, no en una interrupción de lo que está ocurriendo. No porque uno se distancie tanto que no intervenga; intervienes, pero no lo haces sino después de o al tiempo que estás escuchando. Estás absorbiendo la verdad que viene de sí misma, o los testimonios que son genuinos, o las resistencias de la realidad que se resiste a tus caprichos y te dice algo sobre ti mismo, sobre la situación. De manera que ese punto de escucha, de vida como escuchas, como encuentros que son encuentros de escuchar, que son experiencias no pasivas pero receptivas, es mi testimonio, tal como yo lo entiendo, como más valoro.

Y entonces, a partir de aquí, me pregunto: ¿encaja ese testimonio de escucha con la situación, puede ser escuchado ese testimonio de escucha en tiempos que no escuchan, “locos”, interruptores, alocados, confusos, ahítos de palabras, palabras que son lenguaje de madera, repeticiones? ¿Encaja de alguna forma, en qué tiempo encaja, cuál es el tiempo que deberíamos o que podríamos nosotros pensar que es el tiempo desde el que escuchar esto? La pregunta es una pregunta interesante porque podemos tener la lectura del carpe diem, del momento inmediato de vivir en el instante; o bien es el momento histórico de veinte, treinta, cuarenta años que son nuestras vidas corrientes, las que recordamos, las que de alguna forma podemos anticipar, tiempos más largos. Para Luigi Giussani es su vida; para nosotros, ¿cuál es nuestro momento histórico?

Entonces aquí se abre un interrogante sobre qué momento histórico, dónde nos situamos, si nos situamos y pensamos que la experiencia de la que nos quiere hacer partícipe, la que nos propone, intenta de alguna forma participar en la experiencia de Jesús, compartir con, alegría de vivir, trabajo, mensaje, comprensión, cruz, muerte, resurrección, y de allí para acá el testimonio que te viene de persona en persona durante dos milenios. Ese tiempo histórico es el nuestro. Podemos planteárnoslo en términos pre-axiales si queremos o podemos pensar que el tiempo histórico es este, y en lugar de estar obsesos con el momento del siglo XX o XXI, debemos reflexionar. Él nos invita, la experiencia nos invita a repensarlo. Puede ser que mi tendencia académica me lleve demasiado lejos hacia discusiones digamos metafísicas, pero no tengo más remedio porque cada uno es como es. He ahí algo así como una lectura de tiempos históricos largos con los cuales tenemos una relación mucho más profunda, más nexada, más conectada de lo que podemos imaginar a primera vista. Si pensamos en clave de experiencia religiosa, la experiencia religiosa de un país como este no empieza con las pequeñas historias del momento, tiene un par de miles de años hacia atrás, que se van sobreponiendo y entrelazando unas con otras hasta hoy. De ellas vivimos, del paisaje histórico dominado por símbolos que son nuestros, que han generado gestos de los cuales vivimos, palabras que son importantes para nosotros.

Si nos fijamos en este atormentado siglo XX de Luigi Giussani o comienzo del XXI nuestro, ¿qué vemos? Bueno, ¡qué tiempos! Aquí podemos tener dos lecturas: una lectura dramática, apocalíptica, y una lectura complaciente. De alguna forma este testimonio es un testimonio de equilibrio. Es un testimonio de fuerza, alegría, coraje, esperanza y también de historias tremendas, porque él es testigo de un país en ruinas, de un país destrozado, de un país que se engaña a sí mismo diciendo “no he sido el país fascista que he sido veinte años sin consenso”, el país que renace o intenta renacer de nuevo, que tiene 20, 20, 20 años, de veinte en veinte años de promesas a medias por hacer y a medias rotas, continuamente, a pesar de su vitalidad. Y en los momentos presentes que nos tocan a nosotros, pues son tiempos, qué les voy a decir, lo sabemos por noticias continuas, tiempos dislocados. Tíovivos melodramáticos en la vida del espacio político, con bloqueos un poco fantasiosos y a mitad falsos de lo que es una experiencia de veracidad política cívica, con países que pretenden no ser responsables de las cosas de las que son responsables porque ellos son los que han decidido poner a los políticos que han puesto, generación tras generación, con situaciones que no entienden, con situaciones económicas que no entienden; a pesar de tantos años de vivir en economías de mercado, se ven los mercados como demonios extraños e incontrolables, o sea, un mundo que no se entiende, un mundo al que se maneja con espíritus mágicos y banales, un mundo de izquierdas y derechas acaloradas que se interrumpen y no se escuchan. Es algo llamativo. Es algo llamativo que en la crisis del momento del famoso capitalismo, lo que puede haber es una gran parte de desregulación o regulación errónea por no escuchar; en lugar de mercados como conversaciones, mercados como imposiciones con asimetrías de información y de poder feroces, de arrebatos demagógicos entremezclados con democracias liberales funcionando a medias, situaciones de sociedad civil en el fondo domesticada, que no acaba de encontrar voz propia más que a medias, en parte porque no hay suficiente escucha.

De manera que la lectura que yo sugiero es la lectura de un ejemplo, un testimonio importante, positivo, de lo que es al tiempo amor de vida, amor mundi, con un subyacente dominante, mundo en tensión hacia, que llamaríamos lo divino, en el cual el sentimiento se desborda hacia, pero al mismo tiempo es reflexivo y escuchador de lo cotidiano y de lo inmediato, al que no se le pregunta a priori su posición sino que se le ayuda antes de preguntar, escuchando sin embargo todo lo que va diciendo o lo que tiene que decir. Entonces, con esa lectura pongamos más bien en este momento optimista pero de una situación límite, que no tiene ninguna lógica de la historia que vaya a mejor sino que está abierta, como un drama abierto, a cualquier posición, queda la posibilidad que se nos ofrece de mensajes de reflexión afectuosa, basados en observación atenta, en escucha de, antes de decir apresuradamente lo que hay que hacer. De manera que antes de lo que hay que hacer está el qué hacer, cómo lo ves tú, cómo lo veis unos y otros, cómo lo vemos todos, cómo lo sentimos, cómo lo gestuamos o gesticulamos, cómo lo experimentamos juntos, o dispersos pero con nostalgia de estar un poco más cerca unos de otros.