La presentación en Bari

«¿Cuáles son evidencias de las que habla este libro?»

Fabrizio Sinisi

«La cuestión es cómo afrontar una grave crisis antropológica». Así comienza Alessandro Laterza, editor, la presentación de La bellezza disarmata, último libro de Julián Carrón, en una sala tan llena de gente que hizo falta utilizar otra sala conectada por video, que también se llenó.

Además de Laterza, también acompañaban al autor Corrado Petrocelli, rector de la Universidad de San Marino, que durante años dirigió también la Universidad de Bari. En su introducción, el filósofo Costantino Esposito marca el nivel del trabajo común. Empieza citando una entrevista a un superviviente del atentado en la sala parisina Bataclan: «Nos hemos dado cuenta de que nuestra vida pende de un hilo». Esta afirmación marca el nivel del diálogo, el nivel al que Laterza sitúa su intervención, haciendo más énfasis en las preguntas que en las respuestas o consideraciones.

«¿Qué son las evidencias de las que habla este libro?», se pregunta: «¿Y qué es ese “poder”? El proceso de secularización ha transformado profundamente nuestro mundo y nuestra forma de vivir. Ya no existen parámetros de referencia, ya no hay un sistema de valores reconocible. Un hombre europeo que ya no tiene claro el camino a seguir, su misión, un sistema con el que confrontarse. Todo lo que puedo hacer está autorizado, pero también es irrelevante. Esta gama de infinitas posibilidades de acción abre evidentemente un problema. Y es un problema de libertad: me encuentro en una situación de absoluta responsabilidad individual respecto a lo que hago. La responsabilidad es totalmente mía, si actúo bien o mal. Sobre todo es la responsabilidad de mi felicidad: ¿depende de mí? Es una situación de inseguridad y, en último término, de soledad».

«No estamos ante el libro ante todo de un teólogo, o de un sacerdote, o de un historiador, o de un biblista», interviene Petrocelli: «Es el libro escrito por un guía. En cada texto subyace la conciencia de la presencia de un pueblo. Hay una idea, un concepto del “nosotros”, que estructura toda la reflexión de Carrón. El “nosotros” es como la condición incluso de la más aguda reflexión sobre el yo. También la invitación a pensar, a dar un paso en la comprensión de las cosas, sobreentiende siempre que ese paso es para todos, para quien lo da antes o después, mejor o peor, de manera más profunda o superficial, pero para todos y “juntos”, en un camino donde el hombre no está solo. Hay aquí una puesta en acto de una concepción del yo categóricamente distinta del individualismo, diferente también de un cierto pensamiento activista que identifica el cristianismo como acción social. Pero habría que
preguntarse: ¿cómo se mantienen unidas y se concilian la preeminencia del yo y la necesidad de ser “comunidad”, de ser “pueblo”?». Y añade: «Llama mucho la atención el nexo entre crisis económica y persona que emerge de este libro, más aún porque la cuestión de la “persona” se plantea como “pregunta en acto”, como algo que hay que volverse a preguntar y aclarar; no como empeño intelectual sino como condición necesaria para evitar caer en la idolatría trágica: la adoración del dinero. Por eso la crisis económica es la ocasión de volver a una pregunta auténtica sobre el yo».

Cuando Carrón toma la palabra, vuelven sobre la mesa una serie no tanto de reflexiones como de preguntas articuladas y potentes, tan complejas en su argumentación como sencillas ¬–sencillas hasta el punto de parecer «provocadoras», como dijo Petrocelli– en su respuesta: «Una vida. La sociedad ha desarrollado una crisis antropológica, un vacío, un aburrimiento, un sopor del corazón, al que no puede responder un discurso sino solo una vida. Solo así se vence al poder, a la presión del conformismo, solo así se vence la tentación de la confusión en un mundo que ya no tiene parámetros de referencia: con una historia que nace de una humanidad distinta y que vuelve a despertar el yo, que hace volver a vibrar el corazón. Esta es la propuesta del cristianismo, su desafío en el presente». Ese es el corazón de la propuesta de Carrón: «Una vida que suscita curiosidad y deseo. La única capaz de desafiar al vacío».