El padre Pizzaballa en Roma.

Refugiados: hablemos de esperanza

Alessandra Buzzetti

Una profunda herida ha minado gravemente la confianza entre cristianos y musulmanes en este Oriente Medio que ya no tiene el rostro que tuvo en el pasado y para el que resulta difícil delinear un futuro. El padre Pierbattista Pizzaballa no esconde sus temores y preocupación al describir la situación de la región medioriental, escenario durante los últimos cinco años de un éxodo histórico. No solo de cristianos.

El último viaje a Siria del Custodio de Tierra Santa se remonta a poco tiempo atrás. Fue a Alepo, donde son evidentes los efectos irreparables de la guerra. Si hasta el año pasado los civiles que quedaban allí –cristiano y musulmanes– se ayudaban mutuamente, hoy la confianza entre ellos se ha roto definitivamente.

«Después del enésimo bombardeo, he visto que las comunidades solo contaban sus propios muertos. La respuesta del párroco católico y del imán musulmán –ambos amigos míos– fue prácticamente la misma: nos hemos hecho demasiado daño», narraba el padre Pizzaballa ante el auditorio de la Universidad de La Sapienza en Roma, durante un encuentro organizado por AVSI y la Fundación Oasis.

A su lado, un diplomático de larga carrera, Michele Valensise, secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano, y el teólogo musulmán Adnane Mokrani, profesor de estudios islámicos en la Universidad Gregoriana y en el Pontificio Instituto de Estudios Árabes. En el centro del debate, ese cambio de época, evocado por el Papa Francisco, que ha generado feroces persecuciones contra toda minoría religiosa y un flujo ininterrumpido de migrantes forzosos.

«No podemos seguir hablando de emergencia migratoria, sino de una realidad ya estructural para Europa», subrayó Valensise, recordando que a nuestro continente ha llegado “solo” uno de los sesenta millones de refugiados que se cuentan hoy en el mundo. «Es evidente para todos», destacó el diplomático, «que no tiene sentido poner en discusión la libre circulación establecida por la convención de Schengen –una conquista de todos los ciudadanos europeos– sino, en todo caso, reforzar el perímetro externo de la Unión Europea para hacer de ella una zona más ordenada, donde sea posible acoger a quien lo necesita, y no una fortaleza».

Este camino solo se puede recorrer con una implicación real, no impuesta, mucho menos con las armas, a los países de los que huyen estas personas. De una acción urgente y común habló también el profesor Mokrani, aunque mira a Europa desde la otra orilla del Mediterráneo. «Soy tunecino y soy teólogo, no soy diplomático», dijo a modo de premisa ante de ofrecer un interesante análisis del pasado reciente para ayudar a leer el presente. Recordando que hasta hace solo sesenta años la presencia cristiana era una presencia muy importante en Oriente Medio, el motor cultural fundamental del pluralismo, el teólogo musulmán definió la primavera árabe como el derrumbamiento del Estado moderno post-colonial.

Si el modelo turco de Ataturk fracasó porque la laicidad impuesta sin democracia empobrece necesariamente el pluralismo, de la misma manera han quedado sin perspectivas los regímenes árabes –desde Saddam Hussein hasta Assad– que de hecho protegían a las minorías cristianas solo porque eran inocuas. Ante las primaveras árabes, ante el grito auténtico de democracia y justicia, por un lado los estados nacionales se han quedado sin fuerza para mantener el status quo, y por otro Occidente ha hecho poco y ha errado mucho, de Iraq a Libia. El resultado, según Mokrani, ha sido el terrorismo ciego del califato, una nueva forma de dictadura que niega el propio principio de pluralismo.

«La guerra es devastadora», afirmó el teólogo, «porque, como el ácido, corroe profundamente el tejido social y la psicología de los pueblos. No podemos seguir viviendo pensando estar a salvo en nuestro refugio. Para no caer en la trampa de los terroristas, debemos actuar juntos y rápido, para encontrar soluciones comunes y una vía de diálogo y esperanza. Como indica el Papa Francisco, buscando interlocutores musulmanes comprometidos con la paz y la justicia».

Pero hay una condición indispensable para el diálogo, destacó el padre Pizzaballa: la verdad. «Igual que después de la Segunda Guerra Mundial se preguntó a los cristianos cuánto había contribuido su religión a la tragedia de la shoah, hoy es necesario hacer la misma pregunta al islam sobre las atrocidades cometidas por el Isis. Sobre la verdad no se puede transigir». Porque la amenaza de los fundamentalistas del califato islámico es un verdadero desafío para la modernidad.

Entonces, ¿por dónde empezar cuando haya que reconstruir sobre las ruinas de una guerra que, además de reducir las minorías a una presencia sin ninguna influencia numérica, habrá destruido los fundamentos de la convivencia social y la confianza en el corazón de las personas? Si el musulmán Mokrani hablaba de la necesidad de refundar el objetivo mismo de las religiones, el padre Pizzaballa subrayó la tarea de la comunidad internacional, que debe ser exigente con los países musulmanes que protagonizan la actual guerra de poder, y recordó también el papel indispensable de las minorías, especialmente las cristianas. «Aunque cada vez seamos menos», concluyó, «estamos decididos a permanecer bien arraigados a nuestras tierras. Lo veo en Iraq y en Siria, donde los que se han quedado no han renegado de su fe. Incluso a riesgo de ser degollados». Las brasas de la esperanza no se apagan bajo los escombros.