El cartel del New York Encounter 2016.

Nueva York: un impacto humano

Luca Fiore

Se escribe “fomo” y en la jerga de las redes sociales significa fear of missing out. Según urbandictionary.com, es el «miedo a perderse algo importante, una fiesta o un evento». Son tantas las opciones entre las cuales elegir que los millennial de turno empiezan a sufrir los efectos colaterales de una libertad que a veces les resulta difícil gestionar. Se trata de uno de los muchos fenómenos que marcan la experiencia de los jóvenes contemporáneos y no es casual que el lema del New York Encouter 2016 haya abordado precisamente este problema: la relación entre el deseo y el miedo. El título, que retoma un verso de una famosa poesía de Edgar Lee Master, George Gray, decía: “Longing for the sea and yet (not) afraid” [literalmente: “que anhela el mal y sin embargo (no) lo teme”].

Tres días, del 16 al 18 de enero, en un extraño invierno neoyorquino, unas veces demasiado leve, otras cubriendo los coches de nieve, un evento en el Metropolitan Pavillion que, a pesar de haberse convertido ya en una cita fija para la ciudad, aún no deja de sorprender a los que lo frecuentan. Quince encuentros, cinco exposiciones, tres espectáculos y 360 voluntarios llegados de todos los rincones de América del Norte. Y miles de participantes.

El encargado de inaugurar el encuentro fue Christian Witman, de origen tejano, con palabras como estas: «Lo que más me ha impactado en mi vida es algo que solo soy capaz de expresar en palabras como un dilema psicológico, y ser capaz de expresarlo tampoco me salva de ello… Vivimos convencidos de que basta con hablar de ellas para quedar liberados de nuestras tensiones. Pero me he dado cuenta de que eso no es verdad. Creo que lo que me calma son los recuerdos de momentos en los que he vivido en calma».

En el Metropolitan Pavillion se ha hablado, pues, de pobreza, de medio ambiente, de economía, de inmigración, de investigación espacial. Pero en el trasfondo de todos los debates se podía percibir, de muchas maneras, el eco continuo que constituye por una parte el deseo del hombre y por otro el miedo que nace ante la propia debilidad que cada uno descubre en sí mismo.

Hemos visto la humanidad de un astronauta como Tom Jones, que señala que, aunque pueda ir al espacio, al volver el problema del hombre sigue allí, tal cual. Y los testimonios de Priscilla La Porte, hermana de Matthew, que murió en la masacre de Virginia Tech cuando intentaba detener al asesino, y Joshua Stancil, ex preso que recuperó su fe durante los 18 años que ha pasado en la cárcel.

Por el Encounter también han pasado, con una exposición y un recital, dos italianos que, al menos de esta manera, nunca habían estado en la Gran Manzana: Giovannino Guareschi y Enzo Jannacci. Pero los invitados que han roto con más fuerza la “zona de confort” de los participantes norteamericanos han sido los cristianos perseguidos. Además de la exposición-reportaje de los campos de refugiados de Jordania, también han estado en Nueva York este fin de semana el custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa, y el obispo perseguido de Mosul (Iraq), hoy al frente de la diócesis de Sydney, Amel Shamon Nona. Este último ha lanzado una gran provocación: «He vivido mucho tiempo en Mosul y no soy capaz de entender de qué miedo habláis los occidentales. Nosotros no sabíamos si una después estaríamos vivos o muertos. Es la fe lo que da el coraje necesario, y también os lo puede dar a vosotros».

Algo parecido, en otras palabras, señaló Julián Carrón al final de su intervención en el Encounter: «Lo que puede despertar a la gente hoy es un impacto humano. No solo una serie de valores, no solo una doctrina o un sermón. Un acontecimiento, que lleve dentro el eco del acontecimiento inicial, de modo que nosotros podamos ver el acontecimiento inicial en el presente. De otro modo, el acontecimiento cristiano está muerto. Sin posibilidad alguna de despertar el deseo del hombre y mucho menos satisfacerlo».