El ejército francés en la Torre Eifell.

Lunes por la mañana en París

Ha sido el fin de semana del miedo y del desconcierto. Tanja, Lara y Silvio retoman la vida. Tienen que hacer cuentas con lo que ha ocurrido en ellos. Intentando dejar espacio a una hipótesis que pueda volver a abrir el juego...
Luca Fiore

Tanja es rusa y se encuentra en París estudiando un doctorado sobre Paul Claudel. Estos días la tensión de los parisinos le recordaba la que vio en Moscú después del atentado en el Teatro Dubrovka en 2002. Ella era solo una niña, pero el miedo al subir al metro se lo recuerda. Los cadáveres del Bataclan, los cristales acribillados, las sirenas policiales. Las calles desiertas el sábado por la mañana. Ella, como otros que han leído las palabras de Julián Carrón con motivo de los atentados, se encontró retomando la vida este lunes. «Con esta Presencia en la mirada podremos mirar incluso la muerte, ofreciendo a nuestros hijos una hipótesis de significado para estar en pie ante esta masacre y a cada uno de nosotros una razón para volver al trabajo el lunes por la mañana y seguir construyendo un mundo a la altura de nuestra humanidad».

El domingo, Tanja asistió a la liturgia ortodoxa. «Predicaba un buen obispo. Al referirse a los atentados citó el Evangelio de Mateo: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”, temed más bien el pecado. Vi la amarga sonrisa de la gente que pensaba: “Sí, pero nosotros tenemos miedo igualmente”. No bastaba». El día anterior había leído las palabras de Carrón: «Me dije que la pregunta sobre el significado de estar en el mundo es la pregunta de todos los días. Pero esta violencia la hace más urgente aún. También me preguntaba: “¿Pero yo me la pregunto todos los días?”. El lunes pidieron hacer un minuto de silencio a mediodía y decidí ir a misa a Notre Dame. Volví a estudiar pensando que lo único que puedo hacer yo es seguir trabajando en mi doctorado con la conciencia que estamos llamados a tener dentro en todo».

La noche de los atentados Lidia recibió un sms de una amiga italiana con la que no hablaba desde hacía mucho tiempo: «¿Estás viva?». No sabía lo que estaba pasando y lo interpretó como una forma de hablar pero para Lidia tenía otro valor muy distinto: «En ese momento pensé que yo también habría podido estar cenando en esos restaurantes. Tal vez distraída, como lo estaba en casa. Entonces me surgió la pregunta –de la que tomé más conciencia al día siguiente, leyendo el comunicado– ¿cómo vivo yo y para qué vivo?». Para Lidia, la consternación ante la inhumanidad de los atentados y la pregunta de por qué se vive van profundamente unidas. «Yo solo puedo ser humana gracias a una humanidad excepcional que me ha mirado. Que ha mirado a mis amigos, que desde el mundo entero esa noche me hicieron compañía».

Dentro del miedo y de la confusión, ¿qué contribución podemos dar? «La única respuesta exhaustiva es la humanidad de Cristo, no los miles de análisis de los telediarios y tertulias», dice Lidia: «Yo solo puedo vivir siguiendo esa “chispa” de humanidad excepcional que me ha conquistado. Entonces uno empieza a ordenar el frigo de la oficina, a mirar a la cara a los compañeros con los que come todos los días, a dejar el móvil en el bolsillo al subir al metro. Tal vez esto no cambie el mundo pero me cambia a mí. Y quién sabe, quizás también a los que tengo cerca. El lunes volví al trabajo con más ganas de ver a mis compañeros, de querer mejor a mis amigos, de comprometerme con la vida».

Para describir lo que pasó dentro de él ante la violencia del Bataclan, Silvio una esta imagen: un diluvio interior. «Nunca había experimentado una violencia así. No ha sido como con Charlie Hebdo, cuando podías buscar una razón para explicarlo. Aquí no hay lógica alguna. No basta declararme católico para defenderme de esta oleada que me ha devastado por dentro. Ahora la alternativa es intentar olvidar o aceptar la hipótesis que nos ha ofrecido Carrón, preguntándome por qué vale la pena vivir». Él dirige un instituto en el distrito XVIII, al norte de París. El lunes por la mañana se encontró allí ante la mirada de sus alumnos. Seiscientos hijos de franceses, pero también de chinos y japoneses, y también con ese 25% de musulmanes. «El viernes por la noche, muchos estaban cerca de la zona de los atentados. Algunos tienen amigos o conocidos entre las víctimas», cuenta Silvio. «Me pidieron que suspendiéramos los exámenes, decían: no hemos podido estudiar, estamos sobrecogidos. No era una decisión fácil, pero decidí que no posponíamos nada. Les dije que tendríamos en cuenta lo sucedido, pues también para mí ha sido terrible, pero había que volver a empezar pronto y con una hipótesis positiva. Porque tenía que haber un significado para lo que había pasado, aunque en ese momento no lo viéramos. Tenemos que partir del presente, no de un futuro donde todo esté en orden pero que no sabemos cuándo llegará».

Algunos chicos aceptaron. Otros dejaron el folio en blanco en señal de protesta. Silvio volvió a clase esa tarde para reiterarles a todos el desafío. Releyó con ellos las palabras de Carrón y les habló de esta exigencia de significado, de la responsabilidad de construir un mundo a la altura de nuestra humanidad. «En sus rostros se veía su atención. Alguno expresó su deseo de poder profundizar en las razones de lo que había sucedido, entender qué está pasando en el mundo. Para estos chicos, cuyo horizonte hasta ayer era el de los selfies, no es nada obvio. Pero tampoco lo es para mí».