La presentación en Palermo.

Una «perturbación» portadora de esperanza

Seiscientas personas, en la capital siciliana, en la presentación del libro de Julián Carrón. Con el autor, el padre Gianfranco Matarazzo y R. Lagalla. Y un reto para todos: ¿puede la fe convertirse en una respuesta frente a la crisis en la que vivimos?
Viera Catalfamo

Empecemos por el título. Pues por ahí empezaron todos: los ponentes y también los estudiantes de GS y del CLU, que se reunieron con Julián Carrón antes de la presentación. Es empezar por la belleza indefensa de un hombre de 65 años que llega con prisa al aeropuerto de Palermo y entra en la sala reservada para los chavales con una sonrisa impresionante. Les pregunta cómo están y les escucha. Muchos se quejan de la situación que viven los jóvenes, él les mira, porque «si miramos las cosas tal como están las veremos de otro modo». La misma belleza indefensa que emerge de las palabras de uno de los chavales, cuya vida está marcada por la dificultad: «Yo quiero darte las gracias porque con el movimiento mi vida es maravillosa». Su afirmación hace pensar que sabe bien de lo que está hablando y, sobre todo, que en la realidad hay algo verdaderamente imprevisible y excepcionalmente correspondiente.

El tiempo es breve. Empieza la presentación en el espléndido auditorio barroco del Santísimo Salvador, en pleno centro de Palermo. La sala está repleta, hay gente de pie, y es señal de un atractivo, como indica Salvatore Taormina, responsable diocesano de la Fraternidad de CL, que modera el acto. Algo ha movido a cada una de esas 600 personas hasta allí. Muchos son del movimiento, otros no; muchos son cristianos, otros no. La cuestión es que, como dice Taormina en su introducción, «el desafío es para todos». Como dijo Mario Vargas Llosa recientemente en su nombramiento honoris causa por la Universidad de Palermo, hay infinitas razones para el conflicto entre el hombre y el mundo. ¿Cuál es la naturaleza de este conflicto? En último término, ¿la realidad es amiga o enemiga? Con estas preguntas debe medirse cada uno. Con motivo de los atentados de París, Carrón se preguntaba: «¿Hay algo que responda a todo esto? Nosotros los cristianos, ¿creemos todavía en la fascinación victoriosa de la desnuda belleza de Cristo?». El camino a recorrer es la personalización de la fe: algo evidente en la historia absolutamente normal y a la vez excepcional del beato padre Pino Puglisi. Su sonrisa ante el hombre que le disparó fue un principio de novedad primero para la vida del asesino y luego para el mundo entero.

Todas las cuestiones sobre la mesa y turno de palabra a los ponentes, precedidos por el saludo del cardenal de Palermo, Paolo Romeo. El drama de nuestra cultura, dice citando el texto, es que el sujeto humano, que se permite todo porque es totalmente libre, en la práctica resulta la nada. La esperanza es la perturbación provocada por la experiencia cristiana. El cardenal manifiesta así una gratitud viva y sincera a Carrón y a todas las personas del movimiento que viven de esto.

El primero en hablar es el padre Gianfranco Matarazzo, provincial de los jesuitas en Italia y Albania, que ya participó en la presentación de la biografía de don Giussani. Habla de un «trasfondo de comunión» que hay detrás del encuentro. Empieza manifestando su afecto a la comunidad del movimiento en Sicilia, un afecto que es precisamente lo que le ha llevado a estar estrechamente apegado al texto y ofrecer un análisis detallado y sin reservas.

Matarazzo destaca que la belleza a la que se refiere es la del acontecimiento de la fe cristiana y la vida que nace de ella, porque «la medicina contra la opacidad y el cansancio, según Carrón, es poner en el centro no una doctrina o una moral sino el encuentro real y concreto con una Persona». Resulta más problemático medirse con el adjetivo: sondeados los múltiples sentidos posibles, el jesuita desafía a Carrón para que aclare cuál es el más pertinente. Se entra así en materia, con la intención de respetar el texto y, al mismo tiempo, ponerlo en movimiento, ofreciendo un espacio a la concreción y a la profundización. En esta perspectiva, focaliza una decena de «tensiones»: por ejemplo, ¿qué relación existe entre el punto de vista puramente europeo del que nace el texto y el carácter mundial que constituye su referencia obligada? ¿Cómo se ponen de acuerdo el primado del acontecimiento con la universalidad de la propuesta cristiana? Son muchas preguntas, y la confrontación es estrecha. Se abre de par en par el espacio de diálogo.

El mismo afecto y la misma libertad emergen de la intervención del segundo ponente, Roberto Lagalla, rector saliente de la Universidad de Palermo, que intenta describir el impacto de este libro en una persona normal. Dirige su atención sobre todo a la emergencia educativa, respecto a la cual identifica en la nueva cultura del encuentro propuesta por Carrón, en el replanteamiento de la fe según la clave antropológica de Juan Pablo II, en una palabra en la personalización de la fe, una respuesta pertinente y convincente. La verdad es relación: dentro de esta conciencia nueva es posible afrontar los grandes cambios que están atravesando nuestras sociedades.

El padre Matarazzo había empezado por el título, mientras que el rector llega a él en su conclusión: una belleza indefensa es algo que no nos deja tranquilo, ¿pero qué significa que la belleza es «indefensa»?

Carrón empieza contando la historia del título, un camino recorrido a partir de los terribles hechos de París
. Del dolor y la consternación por la matanza, sale a la luz que la belleza indefensa expresa qué es la fe para responder al vacío de sentido y al fracaso del deseo en que todos, incluidos los terroristas franceses, estamos inmersos. Asia y África se mueven hacia Europa, ¿qué encuentran los que vienen? ¿Tenemos algo atractivo que ofrecer a todos? ¿Algo que responda al vacío generado por una plenitud deseada y no alcanzada? «Belleza» es el nombre de la verdad que se encuentra con la libertad del yo. «Indefensa», porque solo atrae por sí misma. Esto es lo que mejor responde al yo. La libertad es algo a lo que no podemos renunciar, como señaló Cervantes y más recientemente Ratzinger: la libertad es la clave profunda de la persona. Sin embargo, nos hemos cansado de la libertad, hemos empezado a tener miedo y estamos descubriendo que estar libres de obligaciones no basta para tener ganas de usarla. Con este miedo, con este cansancio, tenemos que medirnos, aun a riesgo de falsear la naturaleza del fenómeno que tenemos delante. El texto quiere ser una hipótesis de respuesta, pero antes aún una compañía en la mirada, el intento de tomar en serio las preguntas y abrir un diálogo con todos.
Ahora le toca a cada uno aceptar el desafío.