Ya no pregunto por qué la gente quiere huir

Queridos amigos:
Os agradezco todo lo que estáis intentando hacer por todos nosotros: ser hoy el “buen samaritano” para los hermanos sufrientes de Alepo. Para ayudaros a identificaros con nuestra situación actual, intento contaros lo que está pasando aquí, empezando por las necesidades primarias de la gente, de las familias, necesidades cuya satisfacción no encuentra desde hace ya demasiado tiempo una respuesta adecuada.

Empiezo con hechos concretos que han sucedido en los últimos tres días. Un misil cayó justo dentro de nuestra iglesia de San Francisco, en el barrio de Azizieh, en una zona densamente habitada y llena de gente que esa tarde estaba descansando o paseando tranquilamente por la calle.
Al día siguiente fui a visitar las casas dañadas por la explosión y vi una inmensidad de ruinas y escombros. Debemos dar gracias al Señor porque esta vez los daños se han limitado principalmente a los edificios, con solo algunas personas heridas levemente. Noté gran dolor y tristeza en los corazones de la gente, mucho miedo y desesperación. Recé con ellos en las casas afectadas, rociándolo todo con el agua santa. Nada más volver al convento, me puse a repartir ayudas para la reparación de las casas, ayudas que se entregaron al instante a las familias que lo necesitaban.

Sin un momento de tregua, me enteré de otros bombardeos atroces en varias zonas de Alepo por familias que llegaron al convento desesperadas, pidiendo nuestra ayuda. Un padre me confesó que ya había tenido que reparar su casa, dañada por las bombas, hasta dos veces. Pero esta tercera vez no era capaz ni siquiera de pensar por dónde empezar la nueva reparación. Así que huyó con toda su familia, su mujer y sus hijos, buscando refugio en casa de sus suegros, a pesar de que su casa era muy, muy pequeña.

Varias familias han visto sus casas destruidas y no hay forma de arreglarlas, pues sus barrios se han convertido en un objetivo continuo, por lo que les desaconsejan que vuelvan a vivir allí. Por desgracia, los bombardeos no cesan, de hecho están aumentando considerablemente tanto de día como de noche. La gente sufre muchísimo. Muchos ni siquiera consiguen dormir una hora por la noche, y los pocos afortunados que aún tienen un trabajo, a pesar de todo, se levantan por la mañana y van a trabajar.

Como si todo esto no fuera suficiente, ayer volvió a faltar el agua. Así que ha empezado otro periodo de intensa distribución de agua, mediante camionetas que la llevan a las casas o mediante contenedores de plástico que se hacen llegar, con prontitud y prioridad, a los ancianos que no pueden esperar más.

La vida aquí es absurda y ya no pregunto por qué la gente quiere emigrar, porque se “echa al mar” arriesgando el todo por el todo: la vida entera. Por los hechos que vemos suceder, según la razón humana, quedarse en Alepo parece absurdo.
Aun así, nosotros los frailes nos quedamos para ayudar a la gente. Este es el tiempo de estar presentes, de un modo más concreto, siendo cercanos y haciéndonos cargo de los pobres y de todos los que sufren: somos pobres con ellos, y con ellos sufrimos y rezamos al Padre providente, “rico en misericordia”.

Quiero daros las gracias a todos porque, aunque estáis lejos, rezáis por nosotros; llevándonos en vuestro corazón os mostráis disponibles al soplo del Espíritu Santo, hasta convertiros en esa presencia atenta, tierna y activa del buen samaritano, que se hace cargo de la pobre gente sufriente de Alepo.

Desde los escombros y catacumbas de Alepo, una oración se eleva siempre en nuestro corazón y en nuestros labios por cada uno de vosotros.
¡Que el Señor os bendiga!
fray Ibrahim, párroco de la comunidad latina de Alepo (Siria)