La iglesia villera: comunidad en la periferia

María Serrano

Juan camina cabizbajo. Ha vuelto a discutir con su padre, aunque en realidad no hay discusión posible. Cuando se trata de dinero, en su casa (si es que se puede denominar así a las maltrechas paredes entre las que se hacina su familia) la conversación termina rápido: no se puede discutir sobre lo que no existe. Su madre viaja cada día durante horas para limpiar casas en la gran Buenos Aires, su padre salta de empleo precario en empleo precario: albañil, repartidor, camarero y, la mayoría de las veces, "cartonero" (lo que en España se conoce como "pirata de la basura": una tarea que desde la crisis de 1999 se ha vuelto tristemente popular en Argentina). Pero a Juan le han prometido otra cosa. La sociedad en la que ha crecido le ha hecho creer que tiene derecho a una vida mejor, que para ser alguien debe vivir en una casa bonita, conducir un gran coche deportivo, poseer el último modelo de teléfono móvil, jugar a los mejores videojuegos y vestir la camiseta de su ídolo deportivo. Sin embargo, en su casa apenas hay dinero para comer cada día, para lavar la ropa, para coger el "colectivo".

A su alrededor abunda la tragedia. Su hermano mayor cumple condena por hurtos menores que acabaron convirtiéndose en pequeños atracos. Sus amigos oscilan entre la delincuencia y el coqueteo con las drogas. Hace mucho que abandonaron el colegio o que fueron expulsados de un sistema que no comprende su situación. Las dificultades no paran de crecer, y las drogas prometen a estos jóvenes desahuciados libertad, les prometen un ámbito en el que los problemas no existen. Pero a cambio de su devoción les devuelven esclavitud. Pobreza. Enfermedad. Marginación. En las denominadas villas miseria, los suburbios de una Buenos Aires que vive de espaldas a esta realidad, se ha extendido el consumo del paco, una droga parecida al crack cuyo efecto es muy intenso pero su duración muy corta. En la mayoría de los casos se mezcla la pasta base de la cocaína (conocida como "fondo de olla", pues se crea a partir de sus residuos químicos) con elementos como el queroseno, el ácido sulfúrico o el cloroformo, que producen una gran adicción y un deterioro neurológico grave con problemas cardiacos y pulmonares. Al poco tiempo de su consumo frecuente esta "droga de los pobres" provoca la muerte cerebral.

Animado por sus amigos y como una vía de escape a la miseria que le rodea, Juan ha empezado a consumir paco. Lo fuma en una pipa casera que ha confeccionado a partir de un trozo de lata oxidada que escapó al agudo escrutinio de los charraterros. Aunque las dosis son baratas (unos dos pesos argentinos; es decir, 20 céntimos de euro), sus efectos son muy limitados: a los 10 minutos comienza a sentir de nuevo la neblina de una vida que se le antoja injusta e insuficiente. Pero aumentar la frecuencia de las dosis supone aumentar el gasto, y la única forma de conseguir dinero es por la fuerza. En la Villa 21-24, en el barrio de Barracas, abunda la prostitución, florecen las redes criminales, existe la trata de personas e incluso la compra-venta de bebés. Donde hay una tragedia, existe una posibilidad de sacar provecho. Y es ahí, en mitad de esa miseria, de esa desesperación, donde nace la belleza de una iniciativa que, como pidió el Papa Francisco en su encuentro con los movimientos populares en Bolivia, es "creativa": "Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas". La acogida y el acompañamiento de los "curas villeros" ha sido la respuesta a esta llamada de Bergoglio.

"Recibimos la vida tal y como se presenta"
El padre Carlos Olivero, conocido como padre Charly, está radicado precisamente en la Villa 21-24. Desde allí lucha contra la drogadicción a través del Hogar de Cristo, fundado en 2008 y bendecido por el entonces cardenal Bergoglio. "Frente a la destrucción que nos rodea, y valorando la religiosidad popular de las villas, desde la parroquia de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé entendimos que debíamos dar una respuesta a lo que teníamos delante, pues es a lo que Dios nos llama. Bergoglio nos había encargado una tarea: que recibiéramos la vida tal y como se presentaba. Y eso hicimos", explicó el padre Charly en la segunda jornada del Meeting de Rímini. Junto a otros curas villeros, puso en marcha un centro de rehabilitación. Pero el problema de la droga en las villas no se soluciona con la desintoxicación. "La complejidad del proyecto que queríamos poner en marcha destruyó nuestras ideas, y es ahí donde Dios nos habló. ¡Señor, queremos un cambio, lo decimos sin miedo! No soportamos seguir viendo morir a nuestros chicos. Este deseo, que es el mismo del que habla Mario Luzi en el lema del Meeting, nos quema el corazón. Entonces entendimos que Dios había salido a nuestro encuentro y por ello nosotros podíamos hacerlo con los abandonados, y que este proceso debía seguir. Comenzábamos a estar desbordados, y aunque contábamos con voluntarios, queríamos una compañía real, verdadera y permanente para estas personas. ¡Porque su problema es que no se sienten queridos! Y dimos con la solución: aquellos a quienes ya habíamos ayudado eran los que tenían que convertirse en padrinos -¡no económicos, sino carnales! ¡Cuerpo con cuerpo!- de los demás".

Ahora, en la Villa 21-24 todos son iguales. No existe una lógica vertical: no es que unos den y otros reciban: todos tienen algo que aportar. Todos lo han recibido todo, y solo entendiendo esto son capaces de darlo a su vez. "La sociedad entiende que hay que ascender: hay que mejorar, conseguir un mejor trabajo, ganar más dinero. Ese ascenso implica una cadena de valores, una competición por llegar arriba, y ahí es donde se produce la violencia. En la cima no hay sitio para la fragilidad: juzgamos la del otro y censuramos la propia. Sin embargo, Jesús desciende: nos dice que abajo hay sitio para todos, que abajo todos somos iguales. Y ahí es donde debemos hacer comunidad", ha finalizado el padre Charly. "Seguimos a Dios como un ciego en la noche, sabiendo que las cosas que hacen que vibre nuestro corazón nos indican que vamos por el buen camino".