Monseñor Baltazar Porras Cardozo.

Una velada en la casa del mundo

Bernardo Moncada Cárdenas

En Mérida, ciudad universitaria de Venezuela por excelencia, nos ha sorprendido un prelado afanado en fuerte actividad difusora y didáctica: Monseñor Baltazar Porras Cardozo. El lunes disertaba en el Centro Interamericano de Aguas y Tierras, celebrando éste su quincuagésimo aniversario; el martes, el arzobispo hablaba en la Cámara de Comercio e Industria en la llamada “Tertulia de Rectores”; el miércoles se reunía con el auditorio de la Escuela de Geografía, celebrando también cincuenta años de la Facultad de Forestal. ¿Sobre qué se le ha pedido disertar tan repetidamente? Sobre Laudato Si’, la encíclica que, nada más ser promulgada, no solo desató abundante polémica, sino atraído interés internacional sin paralelos.

Baltazar Porras es reconocido en el medio universitario como un académico más, y de los más connotados. Su presentación es un enfoque dialógico, en el cual interactúan las críticas que Su Santidad el Papa ha recibido, inclusive desde antes de promulgar su encíclica “Sobre el cuidado de la casa común”, con el texto que el expositor sintetiza y analiza con eficacia, documentación y pasión. El contenido del documento se coteja en su alocución con abundancia de ejemplos entresacados de la experiencia de un pastor que frecuentemente recorre la geografía de su montañosa arquidiócesis –las condiciones de la vida en el campo, la opinión de las personas, los ostensibles problemas ambientales de las poblaciones que visita– y con las estadísticas que hacen ver la relativa indiferencia que gran parte del pueblo católico muestra por el tema ecológico. Un cerrado aplauso de auditorios repletos recibe invariablemente cada conferencia del prelado. Luego viene el debate.

Vivimos una cultura de eslóganes, estereotipos y esquematismos intelectuales. La cacareada muerte de las ideologías ha sido un cliché más y la posmodernidad esconde el hecho de que el mundo es más cerradamente moderno que nunca. Esto se evidencia en el recibimiento que en varios ambientes se ha dado a Laudato Si’. Las palabras del “pontífice científico” (no olvidemos que Francisco ejerció como tal, graduado en Química) quieren ser forzadas, en un sector, a encajar en el molde de un ambientalismo que, ya lejanos los días rebeldes de GreenPeace y su Rainbow Warrior, ha devenido en organización partidista transnacional de creciente peso; en otro, se las quiere ganar como apoyo al estatalismo totalitario que excusa con la supuesta necesidad de tutelar la libertad del ser humano su proyecto de hegemonía; los radicales del liberalismo, visto éste como ideología en lugar de defensa de la libertad, hacen sonar sus sirenas de custodios del libre mercado y el lucro como panaceas. No falta quien elogia la encíclica como poesía pura, o tacha al Papa de hippie e iluso. De todo se escucha, bien representado en la discusión que surge en una ciudad-universidad como Mérida.

Lejos de incurrir en las variadas banalizaciones de que se le quiere inculpar, Francisco, recuerda la conferencia, asume el discurso de «innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones». Sin ignorar «que también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos». El Papa subraya profundas raíces éticas y espirituales que desde la cultura dominante sostienen conductas como el consumismo masivo (la cultura del descarte, destaca monseñor Porras), explotación despiadada, idolatría de lo tecnológico y mecanización e informatización de la vida humana. Llama con dolor a la conversión, clamando por un esfuerzo que se despliegue desde la Iglesia hacia los centros de toma de decisión, de educación, y al pueblo mismo, sea o no cristiano. En consecuencia, propone, «convencido de que todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo, (…) algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana».

Titánico como parece, el llamado a amar y cuidar de “la casa común”, la casa en llamas mientras los hermanos continúan litigando la herencia, es campanada para fundar sobre la genuina conversión una nueva sensatez en prácticas ambientales. Propone un trabajo pastoral gigantesco que desborda generosamente las parroquias y movimientos eclesiales, y desafía sin temor a los organismos seglares del mundo.