«Todo estaba ahí, y podría no estar»

Redacción

Las comunidades de México celebraron durante el pasado mes de mayo la jornada nacional de venta de la revista Huellas, animados por experiencias similares que habían tenido lugar en otros países, como Perú. A la iniciativa se sumaron los grupos de Campeche, Cancún, Coatzacoalcos, Distrito Federal, Puebla y Oaxaca.

Los testimonios de los que participaron en esta venta hablan de la resistencia inicial para adherirse a esta iniciativa, y por tanto también de los frutos de un recorrido que han tenido que hacer para vencerla. El resultado ha sido ver que esta propuesta era en realidad un gesto misionero que les ha hecho entender cómo utilizan ellos este instrumento y qué valor tiene. «Ahora me doy cuenta del desafío constante que es leer la revista, no darla por supuesta, para aprender a confrontar lo que vivimos con los artículos que aquí se publican. Solo así será verdaderamente nuestra», afirma Carmen García, de Puebla. Algo parecido a lo que le sucedió a Anahí Sulvaran, cuando leyó en las páginas de Huellas el testimonio de una chica venezolana que narraba las dificultades que tenía para adquirir la revista en su país, y cuánto la buscaba. Inmediatamente se llenó de sorpresa y gratitud por este instrumento al alcance de su mano.

Son muchos los que cuentan cómo en un primer momento se adhirieron por obediencia pura, casi por inercia, y al estar en la calle y entrar en contacto con la gente, es decir, en la acción, cayeron en la cuenta de qué se trataba. Ejemplo de ello es Víctor, que después de estar alejado un tiempo de la experiencia del movimiento, decidió sumarse a la venta. ¿Por qué? Porque, aunque él haya estado alejado, se da cuenta ahora de que esta compañía ha estado siempre con él y ha dado forma a su manera de juzgar todo lo que sucede en su vida. «Los juicios y la mirada que tengo sobre muchas cosas se lo debo precisamente a Comunión y Liberación, a los gesto que aquí se realizan, a los textos de don Giussani, a los miembros de la comunidad de Puebla y ahora a mis amigos de Ciudad de México».

Un juicio que vence hasta los sentimientos de “orfandad” en aquellos puntos de venta donde había pocos voluntarios. Un cambio de método que les hacía poner su mirada en lo que había más que en lo que faltaba. Así lo cuenta Mariangela: «Yo podía quedarme en mis pensamientos de que éramos muy pocos, o asombrarme por lo que ahí mismo, delante de mis ojos, estaba pasando: los que sí estaban, la gente que compraba la revista, la preciosidad de puesto de venta que había montado Elizabeth. Todo estaba ahí, y podría no estar».