Los pasteleros de la Cooperativa Giotto.

La fuerza de una experiencia

Paolo Cremonesi

Mientras que durante la celebración del debate sobre el "Estado general de las 205 cárceles italianas" el tema del trabajo de los presos solo se tocó de manera marginal, esta vez en Roma se han dado cita expertos y responsables de prisiones americanas, alemanas y brasileñas para estudiar el modelo "Giotto" en un congreso titulado "Cárcel y trabajo: un diálogo internacional sobre un enfoque innovador de rehabilitación".

Quien se ha mostrado totalmente convencido de la importancia de esta cuestión ha sido el presidente de la República, que en un mensaje leído por el jefe del Departamento de Administración Penitenciaria, Santi Consoli, dijo: «Los positivos resultados alcanzados por la cooperativa de Padua testimonian la importancia de la colaboración entre empresas sociales y administración pública». Y añade: «Un mayor desarrollo de la formación en la prisión representa el instrumento más eficaz para garantizar la no reiteración del delito». Por otro lado, el artículo 27 de la Constitución afirma: «Las penas no pueden consistir en tratos contrarios al sentido de la humanidad y deben tender a la reeducación del condenado».

Mostremos algunos números para comprender qué hace la Cooperativa Giotto en la institución penitenciaria Due Palazzi de Padua desde 1991, en cuyas instalaciones se actualizan los cursos de trabajo para los presos: un call center que concierta cien mil citas sanitarias al año en los centros locales y atiende 20.000 llamadas de una empresa energética; un taller de pastelería que "hornea" 80.000 panettoni al año; un taller de ensamblaje que ya ha ofrecido 40.000 bicicletas; a lo que se suman los talleres de albañilería, equipajes y restauración. Para Giovanni Maria Flick, presidente emérito del Tribunal Constitucional, es «un caso con evidentes características de ejemplaridad: una empresas social que interactúa con la administración pública, conjugando espíritu emprendedor y social».

El momento central del congreso fue la presentación del estudio "Trabajo y perdón tras los barrotes. La cooperativa Giotto en Padua", fruto de la colaboración entre el Centro de Estudios Eclesiásticos de la Universidad Católica, el Instituto Fetzer y el Centro de Investigación Einaudi. Andrea Perrone, director de la investigación, explica el punto de partida: «Decidimos realizar las entrevistas según un método cualitativo y no cuantitativo, siguiendo así a los presos en su camino de recuperación de su propia dignidad y de la reconstrucción de sus vínculos familiares gracias a la posibilidad de trabajar».

«Estoy aprendiendo a reflexionar sobre la realidad de las cosas», dice, por ejemplo, uno de los presos. Otro añade: «Salgo a las 8.30 de la celda y vuelvo a las 18.30h. Durante esas horas no soy un preso, soy un empleado de la cooperativa». «Poder trabajar es la diferencia entre un hombre muerto y otro vivo», apunta un tercero. Basta hojear los párrafos de la conclusión del informe, redactada por Adolfo Ceretti, profesor de Criminología en la Universidad Bocconi de Milán, para darse cuenta del "peso específico" que tiene la experiencia de Padua: «La reconquista de una imagen positiva de uno mismo». «Salir de la percepción de una vida frágil y aislada». «Perdonarse gracias a la fuerza del ejemplo».

Qué diferencia de la imagen que la cinematografía suele transmitir de un preso tumbado en su celda mirando caer la arena del reloj que le separa del final de su pena. Aunque para la gran mayoría de los presos italianos la realidad es exactamente esa. Lo mismo que en Estados Unidos, Alemania, Brasil. Tras la revuelta en la cárcel de Carandiru (400 presos muertos), Brasil puso en marcha valientes reformas del sistema penitenciario, «inspiradas», según el magistrado Luiz Carlos Resene, «en los principios de la doctrina social cristiana». Como Jurgen Hillmer, magistrado del Ministerio de Justicia alemán: «De los 16 lander en que se divide el sistema penitenciario alemán, el que tiene el porcentaje más bajo de reincidencia está en la frontera con los Países Bajos, y es donde trabaja el mayor número de presos dentro de la cárcel». En la misma línea que Thomas Dart, conectado desde Dallas: «En Estados Unidos hay un debate muy vivo sobre el sistema carcelario. Tenemos demasiados presos (2.300.000). Por eso miramos con interés a Italia y sus experiencias y medidas alternativas».

Paola Severino, ex ministra de Justicia italiana, contó una anécdota: «En la cárcel de Poggioreale me encontró con un preso que me enseñó conmovido la foto del nieto que acababa de tener, y me dijo: "Ministra, ayúdeme a conseguir el traslado a Gorgona". Gorgona es una cárcel de máxima seguridad en una isla del mar de Liguria. Le respondí: "¿Por qué? Allí estarás peor". Él respondió: "Porque allí al menos te enseñan a cocinar. Yo quiero que mi nieto tenga un abuelo cocinero, no un preso"».

El compromiso de la ex ministra para que el trabajo pueda entrar de manera estable en todas las cárceles es patente. Como lo es su conciencia de que sin la implicación de los empleados penitenciarios, las familias, los jueces, todo este proyecto tan virtuoso corre el riesgo de quedarse en letra muerta. Por eso adquieren aún más valor sus palabras de elogio a la cooperativa.
Un mensaje de monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, y un video de las visitas de Juan XXIII y Juan Pablo II al centro penitenciario Regina Coeli cerraron el encuentro. Bastaría con mirar las caras de los presos en estos videos para entender cómo en un abrazo la persona se hace más grande que su culpa.