Padre Douglas Bazi.

«No nos dejéis solos, contad lo que nos está pasando»

Luca Fiore

«Contad la historia de mi pueblo. Y añadid un capítulo: ese en el que los cristianos europeos entran en acción. ¿Entendéis lo que quiero decir? Venid a Erbil». Al padre Douglas Bazi, párroco en la iglesia de San Elías, donde acoge a cientos de familias huidas de Mosul, le gusta bromear. Siempre está contento, siempre tiene un chiste preparado. Pero ante los doscientos chicos del Liceo Don Carlo Gnocchi en Carate Brianza (Italia), el pasado 14 de mayo, está tremendamente serio. Lo dice de verdad: «Venid a vernos».

Le invitaron un grupo de estudiantes, aunque la idea fue de Matteo Martellosio, un profesor que le vio en el informativo de la BBC. Se puso a indagar y se enteró de que el sacerdote pasaría por Carate antes de regresar a Iraq. Luego un grupo de alumnos secundó su idea y fue pasando por las clases para que todos vieran el video de la BBC. Al encuentro con él se presentaron doscientos alumnos.
Antes de empezar ya había una larga lista de preguntas. «¿Cómo se puede perdonar?». «¿Cómo se puede vivir con alegría hoy en Iraq?». «¿Es posible un camino hacia la democracia?». «Usted dice que el arma contra el Isis es la educación, ¿de verdad cree que el conocimiento puede ser un recurso?». «¿Cómo ven los cristianos de Oriente a los de Occidente?». «¿Sigue en Erbil por motivos religiosos o por una necesidad humana?».

El padre Douglas responde contando la historia de su país y la de su vida. «Atención: el problema de Iraq no es en primer lugar el petróleo, que abunda menos que la sangre de los mártires. El primer escollo es el conflicto interno en el islam entre sunitas y chiítas. El segundo es el enfrentamiento por ganar el derecho a ocupar la tierra. El oro negro ocupa el tercer puesto. Entonces, ¿por qué atacan a los cristianos? Nuestro país tiene una civilización de 6.000 años de antigüedad, pero carece de cultura. Los cristianos son los únicos que reciben una educación que les permite distinguir el bien del mal. Son los últimos los que tienen la libertad de decir a los que gobiernan que se están equivocando. Siempre nos encontramos entre dos fuegos».

Para describir la persecución que se está sufriendo, el padre Douglas se limita a relatar lo que le pasó a él mismo. El día siguiente al discurso de Benedicto XVI en Ratisbona en 2006, sobre el islam y la violencia en nombre de Dios, vio que había una bolsa de plástico colgada en la puerta de su parroquia en Bagdad. Se acercó y antes de llegar a la puerta estalló una bomba que le desplazó 30 metros. «Parecía una película de acción. Nos levantamos y preguntábamos si todos estaban bien alrededor, pero todos gritaban sin oír nada, pues el estallido no dejó sordos». En otra ocasión resultó herido en una pierna por un disparo de kalashnikov.

Pocos meses después le detuvieron en la autopista y le metieron en el maletero de un coche. Estuvo nueve días secuestrado. Por el día, mientras le mantenían atado y vendado, los secuestradores le pedían consejos personales; por la noche le torturaban por infiel. «Una vez uno de ellos me preguntó qué debía hacer con su mujer, con la que discutía mucho. Yo le dije: “No te preocupes, sigue adelante, dile que la quieres”. Otra noche hablé por teléfono con mi hermano, con quien hablaban los raptores para negociar mi liberación. Convencido de que no saldría vivo, le dije en arameo: “Esto se ha acabado”. Cuando devolví el teléfono a los secuestradores, les dijo: “El padre Douglas será nuestro enésimo mártir”. Aquella noche me destrozaron los dientes a martillazos y me rompieron un disco de la columna vertebral. Al acabar, me soltaron».
Salta a la vista que no le gusta contar estas cosas, pero ha decidido hacerlo. ¿Por qué? «Mi pueblo se está muriendo, no por falta de alimento sino porque corre el riesgo de perder la esperanza. Nos da miedo que nuestra historia no se sepa. Mi bisabuelo huyó de Armenia durante el genocidio, mi abuelo huyó a Mosul, mi padre a Bagdad y nosotros hemos tenido que irnos de Bagdad a Erbil. Llevaba un año en Erbil cuando vi llegar desde Mosul, en un solo día, a 35.000 personas. Hoy solo en el jardín de mi parroquia hay 654 personas. En estos meses he visto nacer a cuatro niños entre tiendas y caravanas. Es gente que en 24 horas lo perdió todo».

¿Cómo se puede sobrevivir? «A corto plazo hay que curar heridas, pero a largo plazo hay que trabajar para que el odio no pase a las generaciones futuras. ¿Cómo? Debemos perdonar. El tiempo del perdón es el tiempo de la guerra, y por tanto es nuestro momento. Si perdonamos seremos libres, si no lo hacemos seremos como ellos. En esto la educación es fundamental. El Isis era un insecto, pero la ignorancia tan extendida ha hecho que se convierta en un dragón. Conocer es el arma contra las mentes vacías de los malvados».

Termina con la pregunta más incómoda: «¿Estáis seguros de querer saber qué pensamos los cristianos iraquíes de los cristianos europeos?». Silencio. «Pensamos que estáis dormidos y que necesitáis un impacto. Somos parte del mismo cuerpo, pero vuestra parte duerme mientras la nuestra sufre. No estoy aquí para reprocharos nada, ni para pediros ayuda. Creo que terminarán destruyendo nuestra comunidad, que nos matarán. Pero mirad mi cara: ¿os parezco asustado? Mi gente tiene esta misma cara. No tenemos miedo. Nuestra fe es tan importante que no nos rendiremos».

Y añade: «No necesitamos que nadie nos lleve biblias. Vosotros decís que rezáis por nosotros, y yo os lo agradezco. Pero mirad a mi gente: ellos son el Evangelio. La oración es acción. Dentro de treinta o cuarenta años las nuevas generaciones tal vez hayan olvidado quién les persiguió, pero lo que no olvidarán es quién nos defendió. Ahora decidid si realmente queréis ayudarnos».

Al terminar el encuentro, el padre Bazi debe marcharse al aeropuerto. Pero hay tiempo para una última broma cuando alumnos y profesores le dan un regalo: «¿Qué es? ¿Una bomba?». Luego, en el coche, de camino al aeropuerto, una chica que le acompaña le dice que ella de verdad querría ir a ayudarle a Erbil. Su respuesta es clara: «Lo intentaremos. No sé si conseguiremos que vengas, pero esto es lo que yo quería decir: que tú lo desees ya es una oración que se convierte en acción».