Presentación de <i>Vita di don Giussani</i> en Nápoles.

Vivir la fe en una ciudad "doliente"

Felice Iovinella

Mientras en el tráfico napolitano reina el habitual enjambre de motos y coches, un pueblo, casi seiscientas personas, se reúne en el salón de la casa arzobispal, dominado por la imagen del joven obispo Jenaro, protector de la ciudad. Estamos en el seno de la antigua Neapolis, en una de las calles diseñadas por los griegos, que hoy resulta un tanto estrecha, a pocos pasos de la catedral.

Van a hablar de don Giussani Gianluca Guida, director de la cárcel de menores de Nisida, y el autor de la Vita di Don Giussani, Alberto Savorana. Emilio Prencipe, responsable del movimiento en esta ciudad, modera el encuentro, mientras Gianni Aversano entona dos cantos de la tradición napolitana: Era de maggio y Don Salvato'. Es también ocasión de comentar cuánto le gustaban estos cantos a don Giussani, para él eran instrumento para llegar a la raíz del corazón del hombre.

Antes de proyectar el video sobre la vida del sacerdote milanés, Emilio lee algunas cartas de jóvenes universitarios que, repartiendo invitaciones a este evento por las calles de la ciudad, han empezado a conocer a don Giussani, aunque no le conocieron personalmente. Chiara dice: «Me sorprende cómo trataba a todos los hombres. No le paralizaba ninguna categoría previa, lo abrazaba todo de ellos: sus límites, sus defectos, sus carencias, sus cualidades, su sensibilidad, sus exigencias... Tomaba todo eso y lo valoraba. Todos esos aspectos de la persona eran para él instrumento para entender por qué vale la pena vivir. Veía la vida no como un peso sino como un don».

En otra carta, Francesco dice: «Don Giussani iba siempre hasta el fondo de las cosas, hasta de las más simples. Muchas veces yo soy superficial, pero para él todo es objeto de atención y búsqueda del sentido para vivir mejor. Por ejemplo, el tiempo libre. Yo no suelo hacer mucho caso a cómo uso el tiempo: cada uno hace lo que quiere, hasta perder el tiempo. Pero él no. Él daba un valor incluso al tiempo libre y deseaba emplearlo en algo que enriqueciera su vida». Sigue Lorenzo: «Nunca he conocido a una persona con un gusto y una pasión así por la vida. Un método para juzgar la realidad que, con el paso del tiempo, te hace ser cada vez más tú mismo, como fruto de una confianza en que la vida siempre tiene algo bueno que decir y que dar, incluso ante la muerte». Y Eva: «Ha reducido la distancia que había entre Cristo y yo. Lo ha hecho más actual. Cuando eres pequeño, Jesús es tan lejano y a menudo tan abstracto, casi una fábula. Él me ha permitido -con su vida y su modo de vivirla y de ayudarnos a vivirla- entender que es mucho más real de lo que yo pensaba. Me ayuda a mirar de otra forma a los demás, sin reducirlos a cómo me gustaría a mí que fueran, y a amarlos de un modo más verdadero». El camino ya está esbozado.

Toma la palabra el director Guida, que empieza dando las gracias por la invitación y por la posibilidad de contar su encuentro con "don Luigi", gracias al libro de Savorana. «Al leerlo me he dado cuenta de que se trata de algo más que un testamento espiritual que don Luigi dejaba a su comunidad». El tema del libro, dice, es la experiencia de un hombre comprometido en la renovación de la Iglesia. «Percibo como si nos pasara el testigo en relación a ciertas urgencias. Don Giussani nos pide a cada uno de nosotros que sigamos hoy construyendo la Iglesia, día a día».

A la luz de lo que está diciendo el Papa Francisco, subrayó que el pensamiento de don Luigi, todo su método, es más actual que nunca, porque el cristianismo es un hecho, un evento histórico, un encuentro. «La importancia de vivir nuestra fe, como nos dice la doctrina social de la Iglesia, en la historia de cada hombre, con sus problemas, sus dificultades, sus dolores y alegrías». Contó entonces su experiencia cotidiana en contacto con jóvenes "difíciles", de la ciudad y de la periferia, apuntando que «vivir la fe aquí significa vivir la fe en una ciudad doliente». Los jóvenes, frágiles, débiles, privados de referencias, con una barrera autoimpuesta, viven esta crisis como una exigencia apremiante de atención. En la relación con ellos, hacemos un «camino para dar razones por las que vale la pena vivir, les ofrecemos un futuro, pero para ellos es como si eso no existiera». Por eso, «el corazón de Nápoles se ha endurecido y don Luigi hace un llamamiento sobre todo en forma de testimonio: estar, vivo y presente, al lado de los hombres».

Terminó citando al Papa. «Hay que hacerse cargo, hay que ponerse en camino, hace falta alguien que sea capaz de compartir la vida. En la impaciencia por ponerse en camino y en la pasión por el corazón radican el sentido y la fuerza del mensaje de don Luigi». Savorana siguió en esta línea: «lo que ponía en marcha a don Giussani era la realidad. ¡La experiencia!». Todo empezó en Milán en los años cincuenta, en un confesionario con un joven enfadado y alejado de la Iglesia. Don Giussani comprendió que el corazón de aquel joven era igual que el suyo: estaba hecho para amar.

Esta es una de las características de la vida de don Giussani: compartir el destino de las personas a partir de lo que le sucedía en su vida. La vida de este sacerdote todavía tiene mucho que decir a muchos hoy, desafía a la libertad de cada hombre, como nos recordó el Papa Francisco en la audiencia del 7 de marzo. Don Giussani educaba a cada uno en esta evidencia: nada basta para responder a la pregunta que todo hombre lleva dentro de sí, solo Cristo; por eso el cristianismo se vive en una compañía.

A pocos pasos del lugar donde la sangre del joven obispo Jenaro se licua, en ese salón presidido por su imagen, un pueblo crece en la certeza de que se puede volver a empezar siempre desde el corazón del hombre, porque o sang' è vivo, gracias al testimonio de don Luigi Giussani.