Un momento de la celebración.

En la noche de Pascua

«¡Quién podía imaginar que un encuentro entre dos madres, en un parque público, generaría lo que se cumple hoy en la noche de Pascua! Y sin embargo, ha sucedido. Basta estar abiertos a lo imprevisto y sucede. ¡Hasta tal punto estamos necesitados! Con vuestra decisión nos testimoniáis la verdad de lo que nos recordaba don Giussani: “Cuando encontré a Cristo me descubrí hombre”».

Así empieza Julián Carrón la carta que ha mandado a nuestros amigos de origen albanés, Reti, Ardian, Aida, Jurgen y Erien que, en Fidenza (Bolonia), durante la noche de Pascua, recibieron de manos del obispo el Bautismo, la Comunión y la Confirmación. Es el fruto de un camino que comenzó hace unos años. Reti se encontraba sin trabajo, sin familia y con un hijo pequeño que sacar adelante. Las experiencias dolorosas que había vivido anteriormente la habían hecho descreída y miedosa. Recordando estos últimos cuatro años dice: «Me llamo Reti, Teresa de nombre de pila y vengo de Albania. Hace cuatro años me trasladé a Fidenza con mi hijo y no conocía a nadie. Dos personas de Cáritas hicieron lo imposible para que inscribiese a mi hijo Gabriel en el colegio promovido por personas de CL, convencidas de que sería para él una gran ayuda. En la parada del autobús y en el parque encontré a otras madres que poco a poco se hicieron amigas mías. Al cabo de unos meses, un día me invitaron a ir con ellas de vacaciones a la montaña. Yo me quedé perpleja porque todavía no las conocía bien, pero acepté la propuesta. Enseguida, durante las vacaciones, me di cuenta de que eran católicas. En Albania, los pocos que creen en Dios son considerados como unos pobrecitos aferrados a cosas que no existen. Entonces, me vi obligada a pensar qué era más verdadero, si la mentalidad que me habían transmitido en mi país o mis amigas que realmente estaban delante de mí. Entre las misas, los encuentros y tantos momentos conmovedores, caí en la cuenta de que el vacío, que había tenido siempre dentro de mí y que nunca había comprendido, finalmente encontraba un significado y una respuesta. Todo lo que me ha sucedido no puede ser casualidad, he descubierto que es el modo en que el Señor se hace ver. Y esto me deja casi sin respiración. He vivido treinta años sin Cristo y sin embargo Él me ha esperado. Al volver de las vacaciones en la montaña, asistí al bautizo de la hija de una amiga, escuché la homilía del sacerdote y era como si me hablase a mí. Desde aquel día deseaba ir a misa, pero no sabía nada del cristianismo, así que empecé la catequesis para conocer la historia de Jesús. Recibir catequesis cuando eres mayor es precioso: me he sorprendido confrontando lo que me sucedía cada día con la historia de hace dos mil años. A veces no podía dormir por la noche, impactada por algo que me contaba el sacerdote, por ejemplo, el “sí” libre de María ante el anuncio del ángel. ¡Ella podría haber dicho que no y no hubiera comenzado nada de todo esto! El día del bautismo de mi hijo y mío, nada más entrar en la Iglesia, desapareció todo el agobio que tenía; finalmente me sentía en casa. Los problemas y las fatigas de mi vida han permanecido, pero yo he cambiado. Ahora tengo la certeza de que no estaré nunca sola y los amigos que tengo me ayudan a mantener viva esta certeza».

Reti es incontenible, comunica esta nueva vida con el rostro y con las palabras a todos sus seres queridos: a su sobrino que ella hospeda en su casa y a su hermana que vive con su propia familia. Escribe su cuñado Ardian: «Reti venía a menudo a nuestra casa y hablábamos de los problemas que teníamos. Un día nos habló de una compañía en la que se encontraba a gusto y nos dijo que iba a recibir el Bautismo. Lo mismo, su hijo. Yo no tenía ni idea de lo que era el Bautismo, pero en cualquier caso fuimos a la función. Salí tal como había entrado, sin entender nada. En cambio, más tarde, me sorprendió el festejo: los amigos de Reti eran muy afectuosos, me parecía conocerles de toda la vida. Me sentí como en casa, me gustaba cómo hablaban de la vida, de Jesús y de don Giussani. Comenzamos también nosotros la catequesis para recibir el Bautismo. No obstante, yo seguía con dificultad, con poca claridad dentro de mí. En septiembre del año pasado, me quedé sin trabajo. Salía al balcón a fumar y decía: “Jesús, ¿qué quieres de mí?”. Estaba muy inquieto y empecé a alejarme de los amigos del movimiento. Pensaba que si hoy en día no trabajas estás acabado. Poco después cometí un pecado contra mi familia que me costó caro, pero fue justo a raíz de ese error como encontré a Jesús. He aprendido mucho de esta experiencia y aún me queda todavía mucho que aprender. Se lo debo todo a Jesús y a mis amigos que me han cambiado la vida, devolviéndome al camino recto. Son caminos largos y llenos de dificultad pero bonitos».

Su sobrino, que cursa primero de Bachillerato, conoce la realidad de GS; estando con esos amigos que hablaban de un tal Jesús, para él desconocido, se sentía menos solo. Participó en el Triduo Pascual a pesar de no conocer bien el italiano, pero es el Vía Crucis lo que le llama particularmente la atención: «No comprendía una sola palabra, pero tenía ojos para ver y eso fue suficiente». También él pide recibir el Bautismo. En la catedral, durante la Vigilia Pascual, había un pueblo, un pueblo consciente de una gran Gracia que había sucedido y sucedía en ese momento. El obispo, monseñor Carlo Mazza, les abrazó con gran paternidad, haciéndonos aún más conscientes de la belleza de ser cristianos: «En esta noche santa, la Iglesia de Fidenza exulta por un acontecimiento que nos conmueve en lo más hondo del corazón. Toca las entrañas mismas de la caridad, porque Dios se ha manifestado con signos y prodigios y llama a sus hijos a la fe en su Cristo por la gracia de su Espíritu».

Al final, el obispo nos tenía reservada una sorpresa. Visiblemente conmovido y agradecido, nos bendijo comunicándonos que el Papa había concedido la indulgencia plenaria a todos los participantes.
En la comida de la Pascua de Resurrección celebramos una fiesta, bailamos bailes albaneses, los chicos de GS prepararon unos sketches y, al final, Ardian nos conmovió diciéndonos: «Para nosotros, lo de ayer fue un día de gran alegría. A menudo pienso en cómo éramos hace dos años y cómo somos ahora. Y se me llenan los ojos de lágrimas. ¡Jesús tiene un corazón grande, me ha hecho un regalo precioso que sois vosotros! Que os llame amigos es poco, sois mucho más para mí, sois hermanos. Esto no es fruto de una casualidad. Es un milagro que solo el Señor puede hacer. Sin Jesús y sin vuestra ayuda, yo no podría ser lo que soy hoy, un hombre con un corazón limpio. Gracias por lo que hacéis por mí y por mi familia, os llevaré en el corazón el resto de mi vida».

Nuestros amigos han experimentado el gozo y la alegría, y se han convertido en Mateo, Magdalena, Teresa, Pablo y Carlos, sin cancelar a Ardian, Aida, Jurgen y Reti pero reconociendo que «cuando encontré a Cristo me descubrí hombre». Hemos comprobado que, cuando Dios nos pide que crucemos el mar, es porque en la otra orilla hay un tesoro que nos quiere regalar.