Oración común tras la matanza de Garissa.

«Queremos estar preparados»

Paolo Perego

Sucedió en Jueves Santo, al inicio de la Pasión cristiana, en Garissa, Kenia. Unos cuantos miles son de Somalia, unos cuantos menos de Dadaab, el campo de refugiados de 350.000 personas donde, se dice, se esconden desde hace tiempo muchos terroristas islámicos. Un lugar lejano, Garissa, desconocido para casi todos. Hasta ahora, hasta que empezaron a circular las fotos de ese colegio universitario, de sus alumnos, de sus cuerpos destrozados y ensangrentados. Les pillaron por sorpresa, les obligaron a salir. Algunos todavía dormían, eran las cinco y media de la mañana. Pero otros ya estaban en el aula estudiando, o en la biblioteca. Un grupito se había reunido para rezar por la Semana Santa. «Recita un versículo del Corán», así les amenazaron los hombres armados para identificar a los cristianos. Y empezó la matanza. Mataron a 147 chavales e hirieron a un centenar.

En las redes sociales fluyen ahora los rostros de las víctimas, con madres que anuncian los funerales, amigos que escriben textos en memoria de los fallecidos, familiares que buscan noticias de los jóvenes de los que aún no se sabe nada.
«Está lejos de aquí, sí. En Nairobi las embajadas están en alerta, pero todo está bastante tranquilo. No nos toca de cerca». Palabras que tratan de tranquilizar, dichas a amigos y familiares que leen en los periódicos las noticias de esta masacre pero que «se ve que no tienen idea de dónde estamos. Leen Kenia, pero nosotros estamos lejos…», dice Antonio, trabajador de AVSI en Nairobi. «Pero es un hecho que no se puede liquidar así». La verdad es que nos toca de cerca. Más allá del riesgo físico, que es real.

«¿Qué nos ha pasado? ¿Qué pide de nosotros lo que ha sucedido?». Es la pregunta de Joakim, director de una escuela en Nairobi y responsable de la comunidad de CL en Kenia, a los pocos días de la masacre de Garissa. Le acompaña un grupo de amigos. Todavía no se habían visto después de las fiestas pascuales, pero tenían necesidad de encontrarse. Por la imposibilidad de fingir que este hecho no «nos toca de cerca, aunque en cambio podemos decir que somos supervivientes», responde Leo a Joakim: «La vida realmente no vale nada para esta gente».

Simón tiene la misma percepción: algo desagradable, sí, doloroso, «pero lejano. Hasta que me llamó un amigo de Brasil para preguntar si alguno de los nuestros estaba allí. Me llamó la atención su interés por algo tan alejado de él. Me debería haber interesado a mí. Toda la Semana Santa ha sido una provocación: ir a los oficios y a las misas y recordar ese ataque…». Es inevitable empezar a rendir cuentas. Pero de verdad, continúa Simón. Más aún si conoces a alguien cuya hermana resultó herida por tres disparos y que te cuenta que durante tres días, hasta Pascua, en su casa no pudieron dormir: «Pero daban gracias a Dios porque estaba viva».
No es cuestión de “suerte por no haber estado allí”, o por haber escapado, como esta chica, aunque muchos lo creen. Como si dijéramos: «Las cosas pasan, sigamos adelante». No basta, dice Simón: «En cambio, y la liturgia de estos días así lo ha testimoniado, existe un significado porque Jesús ha resucitado. Y esos estudiantes muertos y heridos me lo recuerdan. Si no, de verdad, no es posible estar delante de lo que ha pasado». Leo vuelve a tomar la palabra: «Pensé en nuestras obras, en lo que llevamos haciendo aquí años, no solo con AVSI». La escuela Little Prince, la Cardenal Otunga, la Caravana Urafiki, la guardería Emanuela Mazzola, la asociación Cowa para jóvenes emprendedores… Y todo lo demás: «Delante de esta masacre, son una respuesta enorme, a pesar de ser realidades muy pequeñas en comparación con el problema. Son una ocasión para hacer crecer a una nueva generación de hombres y mujeres. Y esto llena de esperanza a cualquiera que lo vea», en un lugar donde la dignidad humana se olvida muchas veces.

Es una cuestión que tiene que ver con la fe. «Es decir, nuestra tarea como cristianos ante el desafío que vivimos», apunta el padre Valerio, misionero de la Fraternidad San Carlos Borromeo que lleva muchos años en Kenia: «Como escribió Carrón tras los atentados de París y Copenhague, tiene que ver con la conciencia que tenemos de lo que llevamos, del encuentro que hemos hecho». Si cambia o no nuestra forma de vivir todas las cosas

Hacen falta personas que remitan a esto. Como Vicky, que el fin de semana de Pascua viajó para visitar a su familia, para la que tuvo que atravesar con su marido en el coche una zona habitada mayoritariamente por musulmanes. «El rosario estaba colgado en el coche. Habían pasado apenas dos días de la masacre, así que le dije a mi marido que quizás era mejor quitarlo. Pero dijo que no, que eso era precisamente lo que nos mantenía vivos: “No tengo miedo, porque tengo a Cristo”».

«Aquel jueves, cerca de mi trabajo, cayó un edificio y murieron varias mujeres», interviene Romana: «Qué frágiles somos, me dije. Luego, al volver a casa, todavía estaba allí la policía, porque un hombre había muerto en plena calle. De nuevo allí, atascada en el tráfico, me volvió el pensamiento de que la vida está en manos de Otro, y que solo esta certeza nos puede dar paz. En una mentalidad común que normalmente nos hace mirar para otro lado, yo necesito recordarme todos los días “quién soy”. Sin esta conciencia, todo lo que pasa se queda fuera, yo incluida. Y en eso, no somos tan distintos de los terroristas».

«Por eso necesitamos reforzar aún más nuestro apego a lo que hemos encontrado», apunta el padre Gabriel: «Convertirnos. Como me decían algunos universitarios: nos podría suceder a nosotros lo que ha sucedido en Garissa. Y queremos estar preparados».