El Meeting Lisboa.

Lisboa, una casa para volar

Emanuele Braga

«Una casa». Construida «con la ayuda de todos», capaz de acoger a «gente que lleva en el corazón el deseo de ser protagonista de su vida», y de llenarse de «amigos, viejos y nuevos». Bernardo Cardoso, el joven presidente de la Asociación Meeting Lisboa, lee el mensaje que cierra esta jornada de tres días, y piensas que es verdad, que en esas palabras está todo. «Una casa». Hermosa, sencilla, esencial, como todo el encuentro, pero sobre todo acogedora.

El Meeting portugués ha cambiado de scenario. De la Praça de Touros en Campo Pequeno, el lugar de las dos primeras ediciones, a la rivera del Tajo, junto a los paralelelípedos de piedra blanca diseñados por Vittorio Gregotti para el Centro Cultural de Belem. Al otro lado de la calle está el Monasterio de los Jerónimos, una obra maestra del estilo manuelino que por sí solo ya hace que merezca la pena el viaje. Poco más allá, la Torre de Belem, y en el horizonte el océano que se vislumbra a lo lejos, allí donde termina el río. El Meeting se desarrolla en una carpa blanca en la parte externa del CCB, pero el horizonte es enorme. Ya en la noche previa, mientras todo es un vaivén de voluntarios, amigos de la zona y gente llegada de lejos para echar una mano (56 chavales solo desde España, aunque también un buen equipo italiano…), preparando los stands, el escenario, las exposiciones. Una está dedicada a don Giussani. Las otras son autóctonas: una nace de una pasión por Van Gogh, y otra del deseo de profundizar en el trabajo sobre Europa que comenzó Julián Carrón hace justo un año al plantear la pregunta «¿es posible un nuevo inicio?».

Es una pregunta muy próxima a la que da título al Meeting, tomada de una carta de Giacomo Leopardi a un amigo: «Si la felicidad no existe, ¿entonces qué es la vida?». La respuesta tendrá la forma de rostros e historias, más que palabras. Empezando el viernes por la tarde, cuando sube al escenario Paul Bhatti para testimoniar su batalla en defensa de los cristianos de Pakistán. Le presenta Aura Miguel, vaticanista de Radio Renascença y uno de los motores de este evento.

A Bhatti muchos ya le conocen. Es médico, ha vivido mucho tiempo en Italia, pero tuvo que recoger la herencia de Shahbaz, su hermano menor, que era ministro de las Minorías Religiosas y fue asesinado por los talibanes de Islamabad en 2011. Bhatti habla de él, de su madre, que le animó a continuar con el trabajo de su hermano, «porque hay que seguir lo que Dios pide». Habla de aquella idea de huir a Europa y sacar de Pakistán a sus familiares y amigos, una idea que cambió de golpe cuando, en el funeral de Shahbaz, vio reunido a su pueblo. Un hombre que no deja de llorar por los mártires, como las 15 víctimas del atentado de Lahore un mes atrás, que trata de defender a Asia Bibi y a otros muchos que están encarcelados por la ley de la blasfemia, que permite denunciar a los cristianos impunemente. Sin embargo, cuando miras a Bhatti, ves su mirada y te das cuenta de que sí, es posible ser feliz también así, incluso arriesgando la vida, cuando la gastas por lo que de verdad vale la pena.

Por la noche, un concierto de fados. Presentado por Rui Vieira Nery, el mayor experto en este estilo musical, que expresa el alma y el corazón de Portugal, y que habla de la ausencia, del deseo de felicidad que ansiaba Leopardi, como lo hacen pocas expresiones artísticas. En escena se alternan hombres y mujeres, voces más jóvenes y otras más maduras. Cierra Ricardo Ribeiro, nueva estrella de este género y alma inquieta, como cuenta él mismo antes de cantar, presentándose a sí mismo: «Buscar la felicidad, siempre, es lo más importante de la vida».

El sábado, más encuentros. Se habla de empresa y el «desafío del desarrollo» (uno de los invitados, José Manuel Fernandes, un famoso periodista, escribirá después en su blog lo impresionado que está por la pregunta de alguien que le interpeló sobre cómo pueden convivir un país lleno de gente que quiere vivir y construir con el retrato que hacen los medios, que siempre hablan de «una catástrofe inminente y una desgracia perenne. He respondido como he podido. Pero la respuesta importa poco. Lo que he visto y sentido allí me ha sacado de la desolación con la que había entrado…»).

Luego pasamos a Europa, con el testimonio de Valentina Doria, ginecóloga, y Davide Perillo, director de Tracce. Hablan de sí mismos y de su experiencia, pero ambos están impactados, y lo dicen, por lo que allí está sucediendo. Empezando por la exposición sobre este tema, por ejemplo. Nació para profundizar en la intervención de Carrón en abril de 2014, para identificar el derrumbamiento de las evidencias y el ansia de «nuevos derechos», y para ver qué contribución puede aportar la fe en el contexto actual, a cargo de un grupo de chavales, para los que se ha convertido en la ocasión de hacer una comparación continua con su propia experiencia(«¿ves este cuadro de Magritte, con la paloma en una jaula abierta que no vuela? Es el hombre moderno, pero también yo me siento así muchas veces…») y en el nacimiento de una amistad llena de preguntas. En los paneles, entre cuadros de Bacon y citas de Benedicto XVI, también aparecen sus testimonios. «Debería encerrarme en casa y estudiar, sin ver a nadie. Así sacaría mejores notas y mañana podría tener un trabajo mejor. Pero no me basta ser feliz cuando sea vieja. ¡Quiero serlo ahora!». Lo ha escrito Mariana, amiga de Mafalda, del movimiento. Ahora las dos están aquí. Y es un espectáculo verlas juntas manos a la obra o discutiendo con otros chicos y con Sofia, la amiga adulta que ha organizado el trabajo.

Igual que es un espectáculo ver el ímpetu con que Patricia ha sugerido estudiar a Van Gogh, después de quedar impactada en una clase. «Es como yo, tiene un deseo igual que el mío». La otra exposición, sobre «una mirada abierta de par en par a la realidad», también nació así, siguiendo ese deseo. Sobre esto se habla después, en un encuentro con la crítica de arte Luísa Soares y el artista Pedro Calapez. Pero en el fondo sigue siendo el mismo hilo rojo que une todo el evento, como ese escenario donde se reúnen tres permios de ciencia y literatura, Henrique Leitão, Afonso Cabral y Elvira Fortunato, antes de la fiesta.

La última mañana está dedicada a los niños. El último encuentro, a Miguel Araújo, cantautor de Oporto que pone música a la vida cotidiana, preguntas, temores, expectativas, con ironía y profundidad al mismo tiempo. Es un diálogo hermoso, toca el corazón incluso de quien no le conoce de nada, como yo, que aun viniendo de lejos me siento en casa.