Nueva York, el puente de Brooklyn.

Siguiendo a Jesús allí «donde todo corre y huye»

Maurizio Maniscalco

Con el sol, la nieve, en manga corta o bajo cero, en una ocasión incluso dando media vuelta por pura impotencia ante la inclemencia de la lluvia, desde hace veinte años el Viernes Santo en el Puente de Brooklyn de Nueva York seguimos la cruz de Jesús. Rain or shine, siempre. Este "siempre" es un adverbio que indica un concepto con el que nos cuesta medirnos, puesto que, justamente, no conseguimos llegar a entender completamente todo su alcance. En nuestra limitación, normalmente, cuando pronunciamos la palabra “siempre” pensamos en un evento repetitivo y aburrido. A menos que haya de por medio algo verdaderamente hermoso, a menos que de por medio esté la Belleza.

Para nosotros, que –solo Dios sabe por qué– hemos tenido la gracia de vivirlo desde el inicio, el Via Crucis sobre el Puente es una historia de intentos irónicos, estupor y belleza, llena de milagros. Es por ello que cada año decidimos volver a proponer este gesto. El primer librito con cantos y lecturas, de 1997 (el año anterior solo llevábamos la cruz), lo hicimos para ayudar a la gente a seguir con más atención. Empezaba con estas palabras: «El Via Crucis en el corazón de la ciudad, donde millones de personas llevan sus dificultades cotidianas, la mayoría de las veces terriblemente solas. Si Dios existe, no tienen nada que ver con mi vida de todos los días: esta es la verdadera cruz de cada día, el símbolo de una persona abandonada a sí misma en su más profunda necesidad de verdad, belleza y justicia».

¿Acaso esto no sigue siendo cierto también hoy? ¿Qué ha cambiado en estos veinte años? Ciertamente, de los cuatro gatos que éramos la primera vez ahora somos miles, incluso recibimos las bendiciones papales, que desde 2002 nos acompañan siempre, somos paternalmente guiados por cardenales y obispos, rodeados por fotógrafos y reporteros, hasta nos visitó inesperadamente el alcalde Bloomberg. Pero el núcleo no ha cambiado, y nunca cambiará, porque esta es la condición humana que genera una necesidad de eternidad cada vez más radical: «Necesitamos la presencia de Dios con nosotros», como decía el primer libreto.

Veinte años en Nueva York, donde todo corre y huye, son muchos. Pero nuestro intento irónico sigue adelante. Nosotros no hemos creado una tradición, la hemos vivido, y la seguimos viviendo. Hemos tomado un gesto de devoción popular de casi un milenio de antigüedad, lo hemos hecho nuestro y, siendo “neoyorquinos con los neoyorquinos”, le hemos permitido renacer en nuestra ciudad. Desde hace veinte años llevamos adelante por este punto lo que aprendimos de don Giussani en Caravaggio.

«Podrá haber ruido en el Puente de Brooklyn, incluso confusión. Son el ruido y la confusión propios de nuestra ciudad, donde pasamos nuestras jornadas. Por eso necesitamos una gran atención para seguir a Jesús y fijar nuestra mirada en el acontecimiento de Su pasión. Exactamente la misma atención que hace falta para poder mirar cada día el acontecimiento de Su presencia entre nosotros». Son justamente el ruido, la confusión, incluso la desorientación, lo que hace que a veces nos cueste respirar en nuestra vida cotidiana. En cambio, por un día, el camino será sencillo y seguro, y podremos seguir a Aquel que toma sobre sus hombros todas nuestras debilidades. Con la esperanza que pueda ser así siempre.