Esperando el alba

Maria Acqua Simi

«Quien toca el tambor tiene que marcar también el tiempo de la música». El antiguo refrán africano se refiere a la guía de la comunidad, de la aldea o del país: quien toma las riendas de la política debe saber llevarlas bien. Nunca como hoy el tambor nigeriano parece tocar a destiempo. Se acercan las elecciones presidenciales y legislativas (previstas inicialmente para el 14 de febrero, ahora pospuestas para el 28 de marzo) y el presidente cristiano Goodluck Jonathan apuesta por un segundo mandato en un clima de tensión extrema. A los 54 años de la independencia, el país vive todavía en una situación de suspenso. La población ha superado los 170 millones de habitantes, haciendo de Nigeria el país más populoso de África. La clase media registra un fuerte ascenso, así como la riqueza (gracias también al gas y al petróleo), pero el pueblo vive bajo la violencia continua del terrorismo islámico de Boko Haram y fuertes tensiones étnicas y sociales. Aunque el territorio, que reúne a 36 estados confederados, cuenta con una sustancial equidad numérica entre cristianos y musulmanes, sigue habiendo una fuerte separación entre Norte y Sur.

HUIDOS A CAMERÚN. También debido a esta situación, muchos miran con desconfianza a las elecciones. Goodluck Jonathan, que pertenece al PDP (People’s Democratic Party), se presenta por segunda vez. Generalmente bien visto, se le considera sin embargo débil. La corrupción campa a sus anchas, la seguridad y la defensa de los derechos humanos escasean cada vez más, el ejército se ha demostrado incapaz de hacer frente al terrorismo. Además, una posible reelección podría violar una ley no escrita que prevé la alternancia entre un cristiano del sur y un musulmán del norte.
Su contrincante en las urnas es Muhammadu Buhari, ex general y dictador del país, que representa al APC (All Progressive Congress), unión de los cuatro principales partidos de la oposición de inspiración islámica. Muchos, entre ellos el propio presidente Goodluck, han acusado a este partido de apoyar a Boko Haram, peo el APC rechaza estas acusaciones y marcha compacto hacia las elecciones. El gobierno de Lagos no alberga dudas: «Iremos a votar a pesar los atentados». Pero la realidad es que la gente tiene miedo y el temor de ataques a los colegios electorales dificulta las previsiones sobre la afluencia de voto y sobre los resultados.
«Nosotros no podremos votar, tuvimos que huir a Camerún», cuenta una madre nigeriana refugiada en ese país con otras quince mujeres y niños. Llegaron a la frontera caminando más de 40 kilómetros. Durante la huida, algunos de los niños más pequeños murieron. «Ni siquiera pudimos pararnos para darles sepultura», cuentan a Samuel Dali, presidente de la Iglesia Evangélica de los Hermanos en Nigeria. «Nos trasladamos aquí en el sur porque con los atentados era imposible vivir en nuestra aldea. Esperemos que en los próximos meses, con las elecciones, se resuelva algo; de lo contrario, no podremos volver a nuestras casas», dice Namadi, un carpintero padre de cinco hijos. Hay un fuerte deseo de cambio. «Confiamos en que las elecciones sean libres, justas y pacíficas; creemos en los partidos y en los candidatos que han firmado un acuerdo renunciando a la violencia y comprometiéndose para garantizar unas votaciones sin coacción. Estoy seguro de que la gente acudirá en masa a las urnas porque todos esperan un cambio positivo», explica Ignatius Ayau Kaigama, presidente de la Conferencia Episcopal nigeriana y arzobispo de Jos, una de las zonas más afectada por los ataques yihadistas.
La gente empezó a tener miedo cuando Boko Haram sembró el terror en el norte del país. Los primeros atentados fueron en 2009, intensificándose luego cada vez más: bombas en las iglesias, kamikazes que explotan en los supermercados y en los autobuses, robos, estupros y secuestros. El caso más espeluznante fue el secuestro de las 276 estudiantes cristianas de un colegio en Chibok, en abril de 2014. La movilización pública internacional fue enorme, con actores, presidentes y redes sociales que lanzaron el hastag #bringbackourgirls, «Devolvednos a nuestras niñas». Todo inútil. Desde entonces, nada se sabe de ellas excepto que han sido obligadas a la fuerza a convertirse al islam. «Los terroristas islámicos de Boko Haram llevan ya cinco años asediándonos y el balance de esta guerra es terrible: solo en 2013 hubo nueve mil víctimas», explica mons. Kaigama.
El rapto de las niñas, también por el impacto mediático del suceso, había impulsado al gobierno de Washington a emprender una cooperación antiterrorista con Abuja (capital nigeriana) y a establecer un pacto de acción militar entre los países del lago Chad (Camerún, Níger y Chad) para ayudar al país a derrotar los milicianos de Abubakar Shekau, líder de Boko Haram. Este último, a finales de agosto, proclamó un califato islámico en los territorios controlados por sus huestes, reivindicando abiertamente el proyecto “político” del Isis en Siria e Iraq. Pero el ejército nigeriano se ha revelado incapaz de contrarrestar el avance fundamentalista. En los meses pasados, varios episodios de violencia contra algunos poblados musulmanes en el norte, llevados a cabo por el ejército regular, propiciaron la ruptura de facto del pacto entre EEUU y Nigeria dejando la defensa de esa zona en manos de la cooperación militar regional africana. «Hasta ahora las negociaciones políticas con Boko Haram han fracasado», sigue explicando mons. Kaigama: «Cualquier intervención militar constituye solo una parte de la posible solución; mucho más peso tienen las medidas diplomáticas, sociales, políticas, administrativas e incluso legales».
A comienzos de 2015, las acciones de los yihadistas se han recrudecido. En distintos ataques han utilizado a niñas-kamikazes y, mientras el mundo miraba con horror las matanzas de París, en Baga y Maiduguri (al norte de Nigeria) miles de civiles estaban siendo masacrados. Monseñor Kaigama lanza un llamamiento a Occidente: «Necesitamos sentir vuestra cercanía. Necesitamos un verdadero espíritu de unidad para poder resistir. No solo cuando los ataques golpean a Europa, sino también cuando lo hacen en Nigeria, en Níger, en Camerún».

LA HORA MÁS OSCURA. Los movimientos yihadistas no han ganado fuerza solo en los países árabes; están penetrando cada vez más en el continente africano, sobre todo en los estados con mayoría musulmana. También por este motivo son clave las elecciones en Nigeria. Toda la región las espera, porque quien guíe el país tendrá que decidir si y cómo contrarrestar el califato. La Iglesia local y diversos analistas han explicado que el país necesita una fuerza política potente, que impida a los yihadistas que invadan también el sur.
«En la hora más oscura, se dice que el alba está más cerca. Ojalá Nigeria, como la mítica ave fénix, pueda resurgir de sus cenizas», añade Kaigama. «Pienso en una nación donde cristianos y musulmanes de distintas etnias puedan convivir pacíficamente y donde todo el mal cometido pueda ser arrojado al basurero de la historia. Pero es necesario que todos, ciudadanos y autoridades, colaboren juntos en vista del deseado bien común». De manera que el tambor nigeriano vuelva a tocar a tiempo.