Los presos de Padua sin sus uniformes de cocinero.

Un "penúltimo almuerzo" para dar las gracias

Ione Boscolo

¿Cómo es posible estar contento después de firmar veinte cartas de despido? Peor aún cuando se trata de empleados competentes con los que se han compartido muchas cosas, incluso la amistad.
Una extraña mezcla de sentimientos reinaba en el ambiente el 14 de enero en la prisión Due Palazzi de Padua, durante lo que llamaron “Penúltimo almuerzo”. Los presos que hasta ahora han trabajado en las cocinas del centro penitenciario contratados por el Consorcio Giotto prepararon la mesa para autoridades, periodistas, empresarios y representantes de varios ámbitos: de la Iglesia a las fuerzas del orden, de la universidad a las asociaciones.

Sería el mejor momento para reivindicaciones, polémicas y proclamas. La decisión del Gobierno de cerrar este servicio en diez cárceles italianas se contradice con once años de buenos resultados reconocidos por el propio Ministerio. Sin embargo, «hoy es el día del reconocimiento», dijo Nicola Boscoletto, presidente del consorcio, ante los 150 invitados y otros tantos presos.
«En todos estos años hemos entendido mejor quiénes somos, hemos aprendido a querernos a nosotros mismos y a fiarnos del prójimo. No es verdad que la mejor arma sea la desconfianza», prosigue Boscoletto. En sus palabras, «desde el corazón y no desde el estómago», resumió los pasos que han llevado a esta contestada decisión, pero sobre todo puso de manifiesto una evidencia de cambio de la que todos han sido testigos: «Hemos visto a muchas personas transformarse, reconocer sus errores, pedir perdón, aprender a ganarse el pan. Y lo que personalmente más me ha impresionado es haber visto padres que lloraban de conmoción al ver la nueva vida de sus hijos».

Luego dio la palabra a los veinte presos que al día siguiente serían despedidos. «Hemos conocido a “civiles” que nos trataban como personas», dijo Federico. «Gracias a ellos hemos aprendido un trabajo como Dios manda», añadió Biagio. Algo que Cristian corroboró: «Son gente estupenda, y espero que la decisión aprobada no sea definitiva». Valentino, de Nigeria: «Me han hecho crecer como hombre, he aprendido muchas cosas. Es un pecado que sea tan fácil hacer desaparecer algo tan hermoso». «Esta ha sido la mejor experiencia de mi vida», confesaba Bledar, albanés. Y su paisano Armand se preguntaba: «¿Qué voy a hacer ahora todo el día en una celda de cuatro por cuatro?». Hay una cierta confusión, pero también mucha gratitud. «El contacto con los “civiles” me ha permitido sentirme más seguro de mí mismo», comentó Pascual. «Gracias por la confianza que habéis tenido en mí estos años», concluía Elton.

Sus amigos que trabajan en otros servicios –call center, bicicletas, equipajes, pastelería– expresaron su solidaridad y preocupación. «Casi parece un día de fiesta», constataba Rino en nombre de los empleados que se dedican al montaje de bicicletas, «pero es un drama. Pienso en lo que habría sido de mi vida aquí dentro si hubiera estado sin hacer nada. Para nosotros el trabajo es vida, es libertad. Y la amistad que nace aquí se mantiene incluso fuera de la cárcel». Massimiliano colabora en el call center: «Cuando entré aquí ni siquiera sabía qué era un ordenador. Hoy formo a mis compañeros». Zhang, chino, se encarga del ensamblaje de maletas: «Hace unos días vinieron a la cárcel unos periodistas chinos para hacer un reportaje sobre esta experiencia tan excepcional, ¿cómo se puede poner fin a algo a lo que todo el mundo mira con admiración?».

¿Una derrota? De manera casi ilógica, se proyectó un fragmento de Enrique V de Kenneth Branagh. El rey inglés arenga a la multitud. El texto de Shakespeare habla de alegría, de honor, de una batalla inminente donde las fuerzas del enemigo son tres, cuatro, cinco veces superiores. Sin embargo las tropas inglesas abatirán clamorosamente a los franceses. Luego otro video, vemos al Papa Francisco. Sus palabras son casi un susurro, pero corta como el filo de una espada. Habla de los pobres, tesoro de la Iglesia. Del trabajo que da dignidad al hombre. Y de la esperanza: «No os dejéis robar la esperanza».

Mientras pasaban las imágenes llegó el momento de mayor intensidad emotiva. Los empleados de las cocinas se quitaban su elegante uniforme blanco de cocinero para ponerse la bata marrón de los trabajadores llamados intramuros. «Espero que de verdad sea el penúltimo almuerzo, y no el fin de una experiencia», comentó la responsable de la Prefectura de Padua, Patrizia Impresa. «No debemos perder la esperanza. Vosotros me habéis enseñado esa palabra. Viendo la pasión con que trabajáis, oyéndoos hablar de vuestros proyectos, me habéis enriquecido. Demostráis que vivís una experiencia que nosotros, que estamos fuera, raramente vivimos».