El encuentro con Carrón en el New York Encounter.

En el corazón del camino

Davide Perillo

“Outrageously happy”, vergonzosamente feliz. «Yo también quiero serlo, pero me parece algo imposible. Nos han dicho que la vida es un viaje, un camino. Y es verdad, esto lo entiendo. El problema es que no sabemos cómo recorrerlo». No es casual que el New York Encounter terminara de esta forma, después de tres días, 27 encuentros, cuatro exposiciones y cientos de personas que se acercaron al Metropolitan Pavilion de Manhattan. Ha quedado claro qué es lo que está en juego cuando uno está «en busca del rostro humano»: nuestro yo, nuestra felicidad. Cuando José Medina, responsable de CL en EE.UU. presentó el encuentro de clausura con don Julián Carrón leyendo este mensaje que había recibido de un estudiante y que planteaba el problema central, comenzó una hora y media de diálogo que abría una nueva perspectiva sobre lo sucedido ese fin de semana. Un camino, ¿pero cómo recorrerlo?

«Lo entiendo, “pero…”», responde Carrón: «Todos queremos ser felices. Solo que a este deseo siempre le añadimos un “pero…”. Y entonces nos hacemos escépticos. Como decía Kafka, pensamos que existe una meta pero no el camino. Buscamos la consistencia en lo que ya sabemos o en lo que podemos hacer. Por eso siempre estamos inseguros: nos falta una consistencia sólida, algo sobre lo que apoyarnos». Pues bien, el cristianismo lo pone todo patas arriba. «El misterio no está al final del camino, sino que es el punto de partida, el inicio. La certeza no es algo que podemos alcanzar, está en alguien que nos sale al encuentro. Pero muchas veces esto nos parece demasiado poco, demasiado inconsistente».

Sin embargo, apunta Medina, hay algo positivo. En el NYE se ha visto con claridad, bastaba con escuchar algunas conversaciones o echar un vistazo a la exposición sobre los Millennials (la generación del milenio, los treintañeros); los jóvenes reconocen este límite y tienen el valor de admitirlo. «Lo dicen: “yo solo no puedo, veo que mi consistencia no está en mí, ¿pero qué es lo que me falta?”». «La conciencia de que la verdad está en una relación», responde Carrón: «Tiene que ver con la naturaleza del hombre: estamos hecho a imagen de Dios, que es Trinidad». Esta verdad tiene que ser continuamente reconquistada y verificada.

«Me ayuda mucho pensar en el camino que hicieron los discípulos», añade el responsable de CL: «Ellos tuvieron decenas, cientos de signos, pero no les bastó». Lee entonces un fragmento del Evangelio de Marcos, donde los apóstoles se preocupan porque no tienen pan y Jesús les recuerda que acaban de ver la multiplicación y las cestas con las sobras. «¿Aún no entendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?». «Esta es la cuestión», señala Carrón: «Nuestro problema es esta sencillez del corazón. Nos parece poco, pero es todo. Y atención: es un problema de conocimiento, no de ética. No es una cuestión de coherencia, sino de relación». Como un niño, que «está lleno de certeza cuando está con la madre, no cuando está más capacitado».

O como el hijo pródigo, porque en esta parábola está todo el recorrido. Carrón la retoma: «El hijo pródigo lo tiene todo, pero no comprende la verdadera naturaleza de su necesidad. Cree que el cumplimiento está en otra parte. Le hace falta todo un camino que le permita verificar su hipótesis». Y solo al final de esta verificación llega a entenderlo. «El problema es cuánto tiempo hace falta para que nos demos cuenta del alcance y la naturaleza de nuestra necesidad. No cuán capaces somos de luchar contra nuestro límite». Ni siquiera es solo cuestión de aprender de los errores. «No es el único camino el del hijo pródigo, el del error. Hay otra posibilidad: aceptar ser educados». De hecho, el movimiento existe para esto. Para responder día tras día, en la vida y con la vida.

Pero Medina plantea otra duda: ok, la clave de todo es el corazón, y para conocer a Cristo debo utilizarlo. ¿Pero de verdad es el corazón un criterio objetivo? ¿No es más bien algo en último término subjetivo, que por tanto nos deja siempre una última incertidumbre? «Este también es un problema de educación», responde Carrón: «Hay que aprender a usar este criterio, porque el corazón es un criterio infalible, objetivo. No se equivoca. Ahora bien, si no lo usas, se atrofia». Y entonces le cuesta más reconocer lo que corresponde. «Pero no es un defecto del corazón, es un defecto del modo en que nosotros lo usamos. Porque la correspondencia es objetiva. Es como comprar un par de zapatos: inmediatamente te das cuenta de cuáles te valen y cuáles no, aunque a primera vista unos te gusten más o el vendedor intente convencerte para que los compres. El criterio es personal, tiene que ver con el propio yo, ¿pero es objetivo o no? Todos podemos responder». La verdad es que «vivimos en una sociedad pluralista donde todos pueden decir lo que quieran y parece que todo sea igual. Pero existe un criterio que nos permite reconocer objetivamente lo que es verdad». Conclusión: «La única posibilidad de reconocer la cercanía del Reino de Dios es la pobreza de espíritu, la sencillez del corazón».

Con una “nota bene” final, Medina añade una observación: si la única posibilidad de reconocer a Cristo es mediante la experiencia, eso significa que Dios se fía totalmente de nuestra libertad… «Así es, desde siempre. Y eso es lo que nos escandaliza: el hecho de que somos libres. Que Dios quiere pasar por ahí». En cambio esa es nuestra grandeza. «Eso es lo que permite hacer el camino». El camino para ser felices. Vergonzosamente felices.