«Estáis en el frente»

Gianluca Marcato

En los últimos años, las comunidades de CL de los países del norte de Europa de lengua inglesa han crecido mucho. Este año se han reunido cerca de Londres quinientas personas (de las que noventa eran niños) con Julián Carrón, después de varias semanas de intensa espera, para pasar con él el fin de semana del 9 al 11 de enero.

El título de estos dos días de convivencia, “El camino a la verdad es una experiencia”, era algo ya conocido. Se trataba de la octava edición consecutiva de este gesto, pero una experiencia extraña llenaba de curiosidad a este pueblo. El viernes por la noche, la llegada de gente desde Reino Unido, Irlanda, Holanda, Luxemburgo, Suecia y Noruega confirmaba esa impresión. Los saludos y abrazos mostraban un gran deseo. Algunos llegaban después de un largo camino.

El desafío se plantea enseguida, ya en la misa de apertura: «¿Qué es lo que conquista al mundo?». ¿Qué puede vencer la confusión? ¿Qué es lo que nos llena de certeza frente a los actos terroristas de estos días, la crisis económica, los retos de todos los días, en el trabajo, en la familia, con los amigos? «La respuesta es Cristo», pero esto puede quedarse en un nombre o convertirse en una experiencia. ¿Cristo y Su propuesta son lo suficientemente potentes como para afrontar cualquier situación? ¿Podemos decir que Su testimonio es verdadero y vence cualquier cosa? «El que tiene al Hijo, tiene la vida». Esta es la promesa. ¿Tienes vida? ¿Estamos vivos? ¿Nuestra vida es intensa, interesante?

Es inevitable pensar en Stephen, a quien Carrón conoció poco antes en la cena. Tiene 13 años, hace tres le operaron de un tumor y recientemente le invitaron a un encuentro con los directores de los colegios de su provincia. Ante doscientas personas contó su experiencia para decir públicamente que es posible afrontar esta enfermedad gracias a la familia y a la oración, y que lo que a él le define no es ser un enfermo sino un niño con sueños y deseos que como tal quiere vivir. Al final del encuentro, un director de cincuenta años se le acercó y, en veinte minutos de intensa conversación se encontró por fin con alguien que (¡con 13 años!) por primera vez le permitía mirar de frente la pérdida de su hermana a causa de un cáncer.

Este es el tipo de testimonio que Cristo da a nuestra vida. Nos cambia desde dentro, manifestándose con una humanidad excepcional. Así le sucedió a Francesca que, después de un curso de cocina y una hora semanal de gimnasia, empezó –por invitación de una amiga– a reunirse con un grupo de madres para leer la Biblia y compararla con la propia vida. Un día alguien le dijo: «Me gusta cómo hablas de la Biblia, se ve que eres una mujer sabia». No es un problema de formas. Esta diferencia humana se percibe inmediatamente. Es la sorpresa de una humanidad fuera de lo común, que vive la misma vida que los demás pero distinta, que tiene un modo de ser él mismo que antes era inimaginable. Es la misma sorpresa que vemos en los Evangelios y que nos sorprende incluso a nosotros cuando alguien nos lo dice.

El sábado por la mañana empieza la asamblea. Cuando uno siente esta “fiebre” de vida, ya no tiene miedo de nada, ni siquiera de su deseo. Ese que a veces nos bloquea, como a Jack: «Cuando supimos que el niño que Giulia llevaba en su seno había muerto, sentimos un dolor inmenso. Cuando nos decían: “Ahora podéis rezarle a vuestro hijo”, nos parecía abstracto. Después de la intervención para sacar al feto, al mirar a Giulia y ver su rostro sufriente, mi niño se convirtió en presencia para mí. Ahora puedo verdaderamente dirigirme a él (se llama Christopher) pidiéndolo todo». Ante una Presencia tan real, uno puede incluso dejar su trabajo (en un momento de crisis) para casarse y acompañar a su mujer a hacer un doctorado en la universidad de Southampton. Carrón le interrumpe: «¿Cuál es el valor de la memoria en esta experiencia?». La respuesta es inmediata: «Al afrontar las circunstancias, uno nunca está solo. La memoria es estar en diálogo con Uno que te hace libre».

Son los dos rasgos de una vida intensa: libertad y felicidad, como señala Stefano: «Muchas veces parece que nos sentimos chantajeados por la idea de que debemos merecernos ser amados y aceptados. Pero entrar en la jornada dejándote acompañar por el deseo de encontrarte con Aquel que nunca te abandona, te cambia, porque ya no estás solo. Y así puedes afrontar el trabajo y mirar a tus compañeros partiendo de una plenitud. Así eres feliz».

Dentro de esta experiencia de plenitud, uno puede incluso estar dispuesto a cambiar el modo de dar sus clases en la universidad, como le pasó a Verónica en Copenhague: «Tengo un grupo muy complicado y la evaluación de mis alumnos no era nada buena. Así que pensé bajar el nivel para mejorar las notas. Pero en la Jornada de apertura de curso me di cuenta de que estaba cambiando el método, porque lo que tenía que hacer antes que nada era suscitar en ellos la pregunta por el significado. No podía darla por descontada. De modo que cambié toda la programación a partir de esta intuición».
Es exactamente el mismo método que Cristo usa conmigo, despertando mi deseo continuamente, mostrándome una paciencia sin límites. La cuestión es si yo soy paciente con Él. ¿Estoy dispuesto a esperar que Él me revele qué es lo que deseo verdaderamente? Este desafío se ve aún más puesto a prueba cuando están los hijos de por medio, como contaba una amiga irlandesa. «Cuando una de nuestras hijas empezó a hacer cosas que nosotros no compartíamos, la primera reacción fue el miedo, como si lo que estábamos viviendo no tuviera nada que decir ante esta situación. Pero enseguida este miedo pasó, gracias al trabajo que estamos haciendo sobre nosotros mismos. Prohibirle algo no era suficiente, así que empezamos a provocarla preguntándole (y preguntándonos nosotros mismos): ¿pero tú qué es lo que deseas? Este trabajo ha dado fruto. Sobre todo, hemos empezado a tener una relación verdadera con ella, y luego hemos descubierto que esta situación era para nosotros. El camino, que siempre había sido una pretensión mía, ahora se ha convertido en un dejarse implicar por la realidad misma. En esto la fe, en vez de ser otro peso que añadir al drama de la vida, se ha convertido en la única posibilidad de volver a empezar siempre».

El problema no es equivocarse, sino volver a empezar siempre: estar en camino. Como ha hecho Gisele estos años. Una gran desobediencia le ha permitido entender el valor de la obediencia, como al hijo pródigo. De hecho, después de divorciarse y tener un hijo con su actual marido (con el que se casó civilmente), siempre siguió pegada a esta compañía. «Pero al principio quería seguir haciendo lo que quería. Luego un domingo que fue a misa con su hijo, hablando con el padre Christopher (que murió hace dos años), me di cuenta de que me faltaban Su cuerpo y Su sangre. No podía comulgar por mi situación y el padre Christopher me preguntó: “¿Pero acaso no puedes compartir hasta el fondo la vida de tu hijo, acompañándole en la preparación de la primera Comunión?”. Así empezó un camino que me llevó a pedir la anulación de mi primer matrimonio (que obtuvo) y a desear poder casarme con mi marido por la Iglesia. Ahora me siento verdaderamente en comunión». Es exactamente la misma pertenencia experimentada por Richard en la preparación de la exposición sobre la crisis para el London Enconter: «Al principio, mi percepción de la religión era: no puedo vivir ni con ella ni sin ella. Trabajando con un grupo de personas sobre la exposición entendí muchas cosas sobre la crisis, pero sobre todo la belleza de esta comunión vivida».

Un dato que impresiona a todos, empezando por Carrón. S el signo de un pueblo en camino. Llega entonces el desafío final: «En este lugar, vosotros sois la avanzadilla del movimiento. Estáis en primera línea de batalla en este mundo. Por eso, verificar lo que vivís es crucial para todo el movimiento. Estáis llamados a vivir el cristianismo en este contexto, testimoniando sencillamente cómo Cristo ha cambiado vuestra vida. El testimonio debe ser cada vez más sencillo, para que cada vez sea más fácil reconocer un gesto humano diferente en medio de una sociedad cada vez más confusa».