''Luz'' presenta el ''Charlie Hebdo'' del 14 de enero.

La palabra que faltaba

Giuseppe Frangi

«Dibujé a Mahoma y escribí “Yo soy Charlie”. Lo miré y añadí: “Todo está perdonado”. Luego rompí a llorar. Había encontrado la solución. Era nuestra solución, no lo que los demás querían que hiciéramos». Con estas palabras Renald Luzier, conocido como Luz, explicó a cientos de periodistas cómo pensó y diseñó la portada del primer número de Charlie Hebdo después de la masacre del 7 de enero.

Las noticias nos dicen que los tres millones de copias no han sido suficientes, puesto que los franceses hacían cola en los quioscos desde primera hora, por lo que fue necesario imprimir una tirada extra de dos millones de ejemplares. Hasta ahí, todo estaba previsto y era previsible. Todo menos la portada, en la que aparece una palabra anómala en la perspectiva ásperamente laicista del semanario satírico francés: perdón. Una palabra insospechada, que una vez aceptada e impresa suena un poco como una liberación: «Rompí a llorar», ha confesado el dibujante.

Personalmente, no me gusta el estilo de las viñetas de Charlie Hebdo. Lo encuentro bastante trasnochado, plagado de indignaciones que pertenecen a un tiempo ya pasado. Un estilo emblemático de un París que se cree que aún está en las barricadas.

Quiero añadir que no compartí en absoluto su decisión de publicar aquellas viñetas sobre Mahoma, que por otro lado tampoco eran tan brillantes. Pero esta vez, quizás cuando menos me lo esperaba, Charlie Hebdo sinceramente nos ha sorprendido.

Y te preguntas de dónde nace esta intuición tan inesperada y fuera de todo guión. La única respuesta creíble es de índole humana: hay momentos en que el dolor que invade nuestra vida es tan desproporcionado e insostenible que nos obliga a salir de nosotros mismos. A confiar en una lógica que hasta ese momento quizá hemos mirado incluso con cierta altivez.

Creo que a Luz y a sus compañeros, que le han dejado hacer, les ha pasado algo así. Dibujó a Mahoma, casi como si quisiera seguir con su radicalismo habitual, sin peros ni condiciones. Luego debió tener un momento de vacilación. Tratemos de imaginar ese instante: esa sensación de duda no le venía dictada por el miedo sino por una pregunta, «¿qué tiene que ver esto que estoy dibujando con el dolor que siento?». Y ahí asoma esa lágrima, un poco extravagante, en el rostro del profeta. En el muro, en ese momento, se abría una grieta. Pero no era suficiente.

Hacía falta una palabra a la que aferrarse para seguir adelante, para no quedar aplastados por lo sucedido. Y esa palabra brotó, contra todos los esquemas y planes previstos. Porque es una palabra familiar en el vocabulario de la Biblia y del Corán, y es bien sabido que los de Charlie suelen ver la religión como una cortina de humo… Pero hacía falta una palabra así, una palabra plenamente humana. Perdón.

¡Qué habrán pensado los cinco millones de franceses que han acudido en masa a comprar el Charlie Hebdo!