Haití, cinco años después del terremoto.

Hacen falta hombres y mujeres que indiquen un camino

Paola Ronconi

Ni siquiera duró un minuto. Para ser más exactos, 54 segundos. Pero fue suficiente para destruirlo todo. Era el 12 de enero de 2010 en Haití, la isla del Caribe que ya ocupaba siempre una posición entre los países más pobres del mundo. Aquel terremoto de magnitud 7 provocó más de 200.000 muertos y 300.000 heridos. Sin contar a los desplazados ni todos los edificios que se vinieron abajo.

Cuando aún no habían pasado tres años llegó el huracán Sandy, medio metro de agua en 24 horas, que llevó consigo la enésima plaga para el país: el cólera. En todos estos dramáticos momentos, allí estaba sor Marcella Catozza. Misionera franciscana que llegó a Puerto Príncipe en 2004 y aún sigue allí, en Waf Jeremie, un barrio de 150.000 habitantes conocido como «el vertedero de los vertederos». Allí está con Maria e Valentina, misioneras laicas franciscanas, y allí han dado vida a Vilaj Italyen: 122 casas nuevas con cuatro grupos de letrinas, una escuela para niños de 3 a 15 años que aquí tienen aseguradas dos comidas al día, y una policlínica con ambulatorio pediátrico, nutricional, odontológico, sala de partos y casa de socorro. A todo ello acaba de incorporarse una casa de acogida dedicada a don Giussani (Kay Pè Giuss), que acoge a 80 niños huérfanos por el seísmo, la mayoría de ellos menores de cuatro años.

¿Pero cómo se vive hoy en Haití? «Era y es un país en constante estado de emergencia», dice sor Marcella. «El terremoto es solo un detalle en el inmenso drama del pueblo haitiano, que evidentemente tiene raíces muy profundas que por desgracia todavía pesan mucho en la cultura y en la mentalidad de la gente. Se pensaba que la llegada de recursos humanos y económicos en la emergencia inmediata post-terremoto podría desbloquear la situación, pero lamentablemente hoy nos damos cuenta de que no ha sido así. Somos aún un país donde la mayoría de la población no tiene acceso a servicios básicos como el agua o la luz, ni a la educación o la salud, pero sobre todo no tienen trabajo y por tanto no tienen un modo digno de confrontarse con la realidad cotidiana».

La descripción de sor Marcella es dramática: «Es difícil para un empresario invertir en Haití. Hay demasiada violencia, corrupción, bandas armadas, impuestos altísimos. No hay educación laboral, que parece que solo esté ligada a la experiencia de la esclavitud. A la gente le cuesta vivir y no ve salida, por ello recurren a la violencia para conseguir lo que consideran que se les debe. Los jóvenes no ven adónde ir, qué hacer, y se convierten en presa fácil para las bandas armadas, al servicio del poderoso de turno para derribar un gobierno o promover desórdenes sociales».

Pero algo parece haberse puesto en marcha: «El gobierno está dando pasos importantes, como verificar estructuras educativas y sanitarias que se construyeron deprisa y sin autorización alguna para ganar dinero a costa de los pobres. Se ha hecho un censo de las escuelas de la calle, comprobando las titulaciones de los profesores, expulsando a los incompetentes, eliminando los exámenes del sexto año para no engañar con falsos diplomas a los que no podrán seguir estudiando. Y lo mismo con las estructuras sanitarias: médicos que deben actualizar su titulación, farmacias donde se compruebe el estado de los medicamentos».

Resulta por tanto difícil preguntarle a Haití qué es lo que más necesita en este momento, porque la respuesta puede ser un largo elenco, no muy distinto del que había antes del terremoto: «La vida, para la mayoría de la población, sigue siendo una lucha contra el hambre, la enfermedad, la soledad, la violencia. Por eso seguimos aquí los misioneros, porque la emergencia es ante todo educativa. Es evidente la falta de significado, un vacío de deseos que se ven deslumbrados por cosas efímeras, una humanidad que solo exige “a la contra”, una dificultad para vivir y una soledad a la que solo la potencia del acontecimiento cristiano puede responder, porque es el único que no censura nada».

Sí, la emergencia es educativa
. Continúa sor Marcella: «Ciertamente, hacen falta puestos de trabajo, pero antes aún hace falta una educación laboral, hacen falta lugares, servicios, hace falta dignidad; hacen falta escuelas y centros sanitarios, pero también hace falta esperanza. Por eso hoy Haití necesita hombres y mujeres que ya hayan encontrado esta esperanza, esta educación, esta dignidad. Gente que lleve esto en su corazón y en sus ojos, al proponer proyectos de desarrollo para un país que tarda en encontrar su camino».