La cena por los cristianos iraquíes en París.

Un hilo rojo hasta Erbil

David Victoroff

¿Qué tienen en común un precioso apartamento parisino en Rue Saint-Pétersbourg y los barracones de Erbil donde se refugian las familias cristianas que huyen del avance del Daesh al norte de Iraq? Nada, excepto el hecho de que un grupo de franceses quisieron unirse el pasado 13 de diciembre en memoria de esos refugiados y ayudarles económicamente, en la medida de sus posibilidades.

No es fácil conciliar la alegría por la cercanía de la Navidad y la tragedia que ha sacudido a los cristianos iraquíes durante la segunda mitad de este año que termina. Sin embargo, los organizadores han hecho todo lo que han podido para que el contexto fuera festivo: mesas decoradas y comida en abundancia. En su saludo de bienvenida, Nathalie recordó el espíritu de la velada: cuando uno ha recibido mucho, da.

El primer don llega con la asociaciónPoint-Coeur (Punto Corazón) y sor Claire, que ofrecieron el espacio. El equipo de cocina, formado por la fascinante Caroline, iraquí, y un grupo de amigos de CL, también se “donó” de todo corazón. Toda la comida estaba preparada a base de platos orientales para llevar hasta la ciudad del Sena el sabor de Nínive, en un tiempo en que los cristianos vivían en paz y nadie tenía que abandonar corriendo una cena para huir de las hordas bárbaras, como sucedió el pasado mes de agosto.

La música en cambio no era oriental. Pero era un gran regalo escuchar a Bernadette, joven violinista, interpretar a Debussy y Lalo acompañada al piano por su madre. O degustar la belleza de un coro que interpretó cantos en italiano, español e inglés, cantos en los que el Señor estaba siempre presente.

¿Pero basta con degustar comida oriental para sentirse más cerca de los que sufren en Iraq? La velada habría sido incompleta sin el video de la entrevista grabada unos días antes con monseñor Yousif Thomas Mirkis. El arzobispo de Kirkuk de los caldeos narra allí con sencillez cómo ha acogido en Erbil, situado en el Kurdistán, a más de 700 familias de refugiados que en media hora se vieron obligadas a abandonar todos sus bienes para no caer en manos de los sicarios del Daesh. Pone algunos ejemplos concretos de la ayuda que la Iglesia ofrece a estas personas: un alojamiento, educación para los niños, un dispensario donde trabajan codo con codo médicos cristianos y musulmanes.
¿Pero cómo ayudar a los chavales a superar sus exámenes, cómo hacer para que los ancianos puedan seguir recibiendo su pensión, cómo hacer que los que se han quedado sin documentación puedan obtener un carnet de identidad, cómo conseguir tres mil mantas antes de la llegada del invierno? Todo eso lo hacen todos los días, en función de las necesidades que van surgiendo, en colaboración con las autoridades kurdas. Pero obviamente todo eso cuesta dinero. Mil dólares al mes para alquilar una casa para tres familias (ningún refugiado vive en una tienda), dos mil dólares cada quince días para comprar leche, 700 dólares para una sola inyección que pueda aliviar el dolor de un enfermo afectado por alguna enfermedad rara…

¿Cómo se puede vivir en una situación así? Monseñor Yousif recuerda un proverbio árabe: «Yo canto al Señor a pesar de mi dolor», y asegura que el hecho de estar juntos es ya por sí mismo una fuente de esperanza. Recuerda que en la primera Navidad la Sagrada Familia también estaba formada por refugiados que vivían en precariedad.
¿Pero cómo podemos ayudar ante tantas dificultades? Una cena benéfica de cuarenta personas, a pesar de su generosidad, no parece suficiente. El obispo, que conoce bien la capacidad de los medios de hacer caer en el olvido una tragedia cuando llega la siguiente, nos pide en primer lugar que no olvidemos a los cristianos de Oriente. También nos pide que recemos por ellos, por ejemplo, ofreciendo por ellos un momento de ayuno durante el tiempo de Navidad.