La ciudad siria de Alepo entre los bombardeos.

Alepo, la Navidad de Hadile

Ante todo, os aseguro que somos una familia creyente. Antes de la crisis, llevábamos una vida cristiana: leíamos el Evangelio antes de dormir y se lo explicábamos a Giorgio, luego cantábamos y rezábamos. Al crecer, el propio Giorgio animaba la oración y empezó a explicar, en mi presencia, el Evangelio a su hermana pequeña, Stéphanie.
Durante el mes de mayo, el mes de María, preparábamos un pequeño altar para venerar a la Virgen de nuestra casa. Muchas veces Giorgio leía las oraciones de un libro que le regalaron por su Primera Comunión y terminábamos nuestros rezos con el Rosario. En Navidad, preparábamos el belén y el árbol para celebrar la venida de Jesús a la Tierra y a nuestra casa. Giorgio era fiel a la catequesis y de vez en cuando ayudaba en misa.

La bicicleta de Giorgio
Durante la crisis, por la dificultad para movernos y por miedo, pasábamos mucho tiempo en casa. Para romper la rutina, compramos a Giorgio una pequeña bicicleta en con la que jugaba en la calle delante de casa. Todas las tardes acompañaba a misa a los niños. Al volver, Giorgio jugaba un poco y pasaba un rato con los vecinos.
Al empezar el curso, me daba miedo enviar a los niños a la escuela. Había muchos bombardeos en nuestro barrio. Pero, con confianza en Dios, acepté enviarles y trataba de estar siempre atenta, por si acaso… Mi marido, Antonio, y yo les acompañábamos tanto al ir como al volver.

Nuestra fe
Estaba segura de que Dios estaba con nosotros. Metí una imagen de Jesús en las carteras de los niños para que les protegiese. Un día, al salir de misa, una anciana regaló a Giorgio y Stéphanie una pequeña medalla de la Virgen, diciéndoles que se la pusieran porque María les protegería. Yo estaba pendiente de que la llevaran todos los días. En otra ocasión, una vecina me enseñó un salmo que dice: «El Señor es mi luz y mi salvación», y yo en mis oraciones decía: «Señor, tengo tal confianza en ti que aunque las bombas cayeran a mi derecha e izquierda, estoy segura de que tú me protegerías».

La tensión y el miedo
Vivía con mucho miedo y tensión. La guerra crea un ambiente de gran fraternidad entre los vecinos. Nos reuníamos en torno a una estufa. Giorgio preparaba juegos, contaba historias. Le encantaba leer, tocaba el piano… Era el primero de su clase. Con él soñábamos con el futuro. Decíamos: será médico y curará a los pobres gratuitamente. Por eso siempre nos negamos a dejar Alepo, a pesar de los peligros de la guerra.
El día del accidente me desperté turbada. Pregunté a Antonio si Giorgio tenía entrenamiento de fútbol. Me respondió que sí. Le respondí que oía mucho ruido… No pude evitar llamarle varias veces mientras estaban en el entrenamiento y grité de alegría cuando vi a Antonio entrar en casa, mientras Giorgio y el hijo del vecino jugaban en el jardín.
De repente cayó una bomba. Un ruido ensordecedor. Como un trueno. Vi al hijo del vecino entrar corriendo en la cocina, pero Giorgio no estaba con él. Salí corriendo y le vi en el suelo, sangrando. Empecé a gritar y a pedir ayuda. Pensaba que estaba herido, pero que no sería nada grave. Me decía a mí mista que le ayudaría y que todo iría bien. Me repetía que él no moriría, como el joven vecino de casa hacía poco tiempo. Al llegar al hospital, recé un Rosario, empecé a rezar y a decir: «Es imposible que un ángel como Giorgio muera. Ama tanto a Dios que Dios lo salvará». Tenía el presentimiento de que la Virgen no iba a permitir su muerte. Creía que el milagro sucedería. Me acordé de la medalla que le había regalado aquella mujer y fui a asegurarme de que Giorgio la llevaba puesta, la Virgen no abandonaría a Giorgio. Le decía: «Venga, Giorgio, levántate. Dame una señal». Me negaba a entender lo que estaba sucediendo.

El desierto
La gente a mi alrededor me decía que rezara: «Hágase tu voluntad». Por primera vez sentí la dureza que supone aceptar esas palabras, porque su voluntad no era como la mía. Otros me decían que se lo confiara a Domingo Savio, del que Giorgio era muy devoto. Estaba rezando el Rosario cuando vinieron a decirme que su corazón se había parado. Fue un shock muy fuerte. Entré donde él estaba, le vi. Una luz emanaba de su rostro. A partir de ahí ya no entendí nada… Como si algo me impidiera creer. Estaba en estado de shock: mi oración no había sido atendida…
No quería llorara, no quería que su alma se entristeciera al ver que su padre y yo estábamos llorando.

Nuestra esperanza evaporada
Después de su muerte, nuestra vida se hizo cada vez más difícil. Vivíamos un vacío, una ausencia… Nuestros sueños y nuestra esperanza se habían evaporado.
Surgen tantas preguntas: ¿dónde está?, ¿sigue cerca de nosotros?, ¿se preguntará si su madre piensa en él?
«Toda mi vida, oh Señor, he contado contigo. Estaba segura de que tú no me abandonarías...». Hoy sigo creyendo, pero sufro. He pasado meses enteros sin poder rezar. No tengo la misma fuerza para pedir ayuda a Dios. Creo que Giorgio está en el cielo. Un niño que nunca hizo mal a nadie…
Me dicen que ahora Giorgio vive en paz, pero yo respondo que la vida sin él está llena de sufrimiento.
Mi vida con él era un sueño. Ahora todos los días me despierto y me digo: «Un día más sin Giorgio».

Un signo del cielo
Espero un signo del cielo que me confirme que Giorgio está con Jesús y le protege. Que nos lleva de la mano para continuar con nuestra vida, como si él todavía estuviera con nosotros.

Hadile, Alepo