Lo que he aprendido del ébola

Eduardo Rodríguez Pons

A lo largo de la semana pasada, en dos ocasiones he expresado qué había aprendido con la aparición del primer caso de ébola en España. La primera tuvo lugar al finalizar un curso de microbiología en un laboratorio farmacéutico. La segunda durante una comida con un responsable de formación de otro laboratorio. En ambos casos la pregunta me fue lanzada al estómago, sin previo aviso: «Oye…. ¿y tú qué opinas de la crisis del ébola? Menudos gobernantes tenemos, ¿verdad?».

Tanto en el primer caso delante de 20 alumnos, sedientos de ver mi reacción frente a una pregunta disparada a bocajarro, como en el segundo caso frente a un responsable de formación, la contestación fue la misma: «dado que me preguntáis, os voy a contestar lo que yo he aprendido».

A continuación os cuento lo que les repondí:
Han sido tres cosas las que he aprendido después de leer los periódicos y escuchar las noticias:
1) Lo primero ha sido descubrir la facilidad que tenemos para hablar de cosas de las que no conocemos todos los factores y sobre todo la facilidad para condenar a todos y a todo. Me ha sorprendido ver cómo todo el mundo enjuicia y proclama lo que dicen los medios de comunicación, lo que dicen otros. No he visto a nadie que hable en primera persona, que exprese lo que ha aprendido él, buscando sus razones, esforzándose por encontrar argumentos que no le vengan dados por los medios de comunicación. Se ha producido en nuestra sociedad un borrado del “yo” individual, nos hemos convertido en meras estaciones repetidoras de noticias y opiniones impuestas por otros. Qué deslenguados e instintivos somos en circunstancias como las que hemos vivido, en las que nos autoproclamamos jueces sumarísimos, sin atender a todos los factores que han estado en juego. Es curioso ver la de titulares, la de primeras páginas que ocupa un único caso de ébola, cuando en África la epidemia se extiende a una velocidad de más de 5.000 contagios por semana.

2) Lo segundo que he aprendido es a ser más responsable de mi trabajo, de los cursos que imparto, de los trabajos que realizo. No vendrá el cambio del mundo si no empiezo por mí mismo, por el cambio de mi persona. No me creo que para que el mundo cambie tengamos que depender constantemente del acierto o desacierto de los gobernantes de turno. Gracias a Dios, mi dignidad como persona no depende de los poderosos. Está antes. Es necesario entender que para cambiar la sociedad debo asumir yo en primera persona mi responsabilidad como hombre y como mujer tomándome en serio mi propia vida, en la circunstancia tal como me viene dada, sin echar las culpas de todo a los poderosos, al compañero de trabajo, al vecino, a mi mujer o al último desgraciado con el que tengo la mala suerte de tropezarme.

3) El tercer punto aprendido tiene que ver con la pregunta siguiente: y estos misioneros que están dispuestos a perder su vida para curar a otros en África, ¿qué habrán encontrado que no han encontrado los personajes más famosos de nuestra sociedad, los que cuentan, para estar dispuestos a dar su vida por otros? ¿Qué les ha debido pasar para llegar a semejante osadía? ¿Qué les ha debido de suceder para realizar su labor callada y discreta cotidianamente pero a la vez origen de un nuevo mundo dentro de este mundo? Ha habido alguno que me ha expresado su incomodidad por traer a nuestro país a un compatriota que se ha batido el cobre fuera de nuestras fronteras realizando este tipo de tareas, a lo que he argumentado que efectivamente el ébola hay que combatirlo en su origen, pero la mera sugerencia de dejarles abandonados expresa de una forma misteriosa el nivel de egoísmo en el que vivimos, donde no nos importa lo malo que suceda fuera, eso sí, siempre y cuando a mí no me toque.

En fin, estas tres cosas son lo que he aprendido. Misteriosamente tanto en el primer caso con los 20 alumnos, como en el segundo, la respuesta de mis interlocutores fue el silencio. No me rebatían nada. Dos de los 20 alumnos al abandonar la clase me expresaron su agradecimiento, diciéndome que agradecían oir estas palabras que les hacían pensar. Uno me dijo que no había tenido una clase tan estupenda como esta.
En el segundo caso, con el responsable de formación sucedió lo mismo, me miró durante un buen rato, cogió su bandeja en el comedor y se fue a depositarla en el carrito destinado a recoger las bandejas vacías. Al día siguiente antes de presentarme frente a un nuevo grupo de alumnos del mencionado laboratorio, reconocía que se me veía muy contento siempre, y que él me pedía que volviera a dar la formación anual porque todos los trabajadores de la empresa (y son más de 400) querían que volviera todos los años porque les gustaba mucho cómo les explicaba las cosas.

Soy yo el primero en sorprenderme viendo las cosas que suceden por gracia de Dios, pero al mismo tiempo veo que lo que me da la última alegría no es que me pasen estas cosas, sino como dice el salmo que mi nombre ha sido escrito en el cielo por el Señor de la vida, que me acompaña cotidianamente a través de la comunidad eclesial en la que vivo, verdadero sostén y bálsamo en el camino de la vida.